Movimiento woke y libertad de expresión

Movimiento woke y libertad de expresión

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Un grupo de más de 40 profesores de la Universidad de Oxford, de izquierda y de derecha, han salido a la palestra recientemente para denunciar los efectos nocivos que la intolerancia de ciertos grupos activistas está teniendo sobre la libertad intelectual y el derecho a expresar opiniones sin restricción o censura y, de ese modo, están dañando la esencia misma de lo que debe ser una universidad.

Ello surge a propósito del intento por parte de ciertos grupos de forzar la cancelación de la invitación a una filósofa feminista, la Dra. Kathleen Stock, a hablar en la sociedad de debates, por su posición crítica a la teoría de género y su convicción de que el sexo biológico es un factor determinante del género y, en consecuencia, de que las mujeres trans no son propiamente mujeres. A juicio de dichos académicos, estos puntos de vista no son ilícitos y deben poder ser discutidos frente a una audiencia de adultos inteligentes, y recuerdan que “las universidades existen, entre otras razones, para promover la libertad de indagación y la búsqueda desinteresada de la verdad por medio de argumentos racionales” y por ello “las universidades deben continuar siendo lugares donde las ideas contenciosas puedan ser abiertamente discutidas”. De no ser así, argumentan, estaríamos frente a una situación en que algunos “se coluden para suprimir la expresión de puntos de vista controvertidos, pero potencialmente verdaderos, para impedir que ellos sean ampliamente conocidos”.

Estas disputas están ligadas al surgimiento y expansión de lo que me atrevo a llamar una “nueva religión”, llamada Woke. El término se usó primeramente en la comunidad afroamericana en los años treinta para crear conciencia acerca de la discriminación racial, pero en la actualidad ha pasado a tener un significado más amplio, adoptado por diferentes movimientos sociales para movilizar en contra de lo que se estiman las desigualdades e injusticias que sufren las minorías, como serían el “racismo sistémico”, el sexismo, la homofobia y la transfobia, entre otros.

Más allá de sus connotaciones moralistas y de sus buenas intenciones para crear un mundo más justo y amable, el “wokismo” ha introducido nuevas tensiones, especialmente en relación con la libertad de expresión. Muchos estiman que debido a su concepción simplista de la sociedad como una instancia dividida en grupos sobre la base de la raza, el género y otras identidades, es un movimiento que fomenta la polarización y la división social. Por otra parte, el convencimiento de sus adherentes de poseer una superioridad moral incontrovertible ha tendido a promover una cultura de la cancelación de quienes expresan opiniones divergentes consideradas inaceptables, peligrosas u ofensivas. Entre otras, J. K. Rowling, autora de “Harry Potter”, actualmente perseguida y amenazada de muerte por sus opiniones contradictorias con la ideología en boga. Este mismo afán buenista de crear un mundo más amable para las minorías subyace a la creciente censura a que están siendo sometidos autores como Roald Dahl, Agatha Christie, Enid Blyton, G. P. Woodhouse e incluso Charles Dickens.

Los seguidores del “wokismo” sostienen abiertamente que la promoción de sus objetivos requiere limitar ciertas formas de expresión, porque ofenden o estigmatizan a algunos grupos. Ahora bien, estas restricciones equivalen a censuras y amenazan la libertad intelectual, la deliberación racional, el intercambio de ideas y el debate democrático.

Cabe recordar que un punto de inflexión en el proceso civilizatorio fue la introducción del derecho de cada persona a expresar ideas, opiniones e información sin censura o restricción. Es el principio en el cual se fundan la libertad de expresión, la creatividad, la innovación y el progreso en las ciencias, las artes y en la sociedad en general.(El Mercurio)

Lucía Santa Cruz