Matías Toledo, alcalde electo de Puente Alto, es el mayor fenómeno de las recientes elecciones. Hijo del voto obligatorio, desde el cual los candidatos del descontento, de cualquier sector, ahora pueden construir una base electoral apolítica que antes no votaba. Independiente de izquierda, ya había logrado el 32% de los votos en la misma elección hace cuatro años. Las acusaciones de las que ha sido objeto, que para otros candidatos hubieran significado el derrumbe -lo vinculaban con la narcocultura o fundaciones relacionadas a las farmacias populares de Daniel Jadue-, a Toledo no le afectaron. Ganó con un discurso lleno de códigos del estallido social. Es un outsider político pero in insider comunitario, fuerte en redes sociales pero más en los barrios, a la vez cercano y crítico de la izquierda que actualmente gobierna Chile. Merece la mayor atención no solo porque ganó en la comuna con más votantes, sino por cómo llegó y lo que puede hacer desde ahí.
Pavimentó su ruta hacia el municipio con dos componentes que hoy escasean: base social y relato. Lo primero es lo que más se ha conocido de él. Fundó la Coordinadora Shishigang junto a un cantante urbano (la dejó para asumir la candidatura), que realiza beneficencia y trabajo social. Es un articulador de colectivos culturales, sociales, vecinales y quizás de otros más. Pero a través de esta actividad envía un mensaje político: “sólo el pueblo ayuda al pueblo”. Desde esa plataforma, ha tejido un relato de izquierda incómodo para la propia izquierda, a la que critica por ideologizada, por no entender al mundo popular, por no aceptar que un joven de población quiera un par de zapatillas Nike, escuchar música urbana, o que una pareja adulta del mismo origen desee bañarse en un jacuzzi. Llama a “militar estas contradicciones” que se encuentran en la diversidad territorial, la que entiende no como un deber sino como un hecho, algo en lo que se diferencia, por ejemplo, del Frente Amplio. En esto caben desde profesionales hasta barras bravas. Pero pese a su posición crítica hacia el oficialismo, parece no tener problemas en entenderse con él. Se reunió públicamente con el Presidente y ha manifestado su disposición a apoyar a Claudio Orrego. Se preocupa menos de las simpatías que de lo útil que le pueden ser distintos actores. En esta fluidez radica su fortaleza: su compromiso parece estar con las soluciones posibles, sin demasiadas restricciones.
Toledo es un actor comunitario consolidado, pero uno político en evolución. Sabemos poco qué piensa sobre temas de política pública de nivel nacional, cuáles son sus planes, qué equipo lo rodeará o la relación que mantendrá con la izquierda institucional, más allá de estos primeros acercamientos. Evidentemente fue un escollo electoral insuperable para la derecha en Puente Alto, pero también será un desafío para la izquierda, a la que hará ver como otra elite, enredada en encontrar la consistencia entre los libros y la chata realidad. (La Tercera)
Rafael Sousa