En entrevista con DW, Torge Löding, representante de la Fundación Rosa Luxemburgo en México, Centroamérica y el Caribe, habla de su apoyo a la Revolución sandinista y critica el rumbo que ha tomado el gobierno de Ortega.
Deutsche Welle: Durante la Revolución sandinista (1979-1990), un país tan pequeño como Nicaragua se convirtió en un lugar emblemático para la izquierda a nivel internacional ¿Por qué?
Torge Löding: Porque fue uno de los pocos ejemplos donde el pueblo logró vencer a una dictadura con un proceso revolucionario. Nicaragua era un lugar de esperanza no sólo para América Latina, sino para todo el mundo.
En 1979, usted tenía apenas nueve años.
Era muy pequeño, todavía no era activo políticamente. Tuve mi primer acercamiento con Nicaragua en un grupo de hermanamiento de las ciudades León y Hamburgo, donde jóvenes socialistas apoyaron el sandinismo desde Alemania. Me uní a ese grupo y me quedé con la ilusión de ir a Nicaragua y trabajar con una brigada de solidaridad internacional. Íbamos a llegar en 1990 como brigadistas. Lamentablemente, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) perdió las elecciones, por lo que se pospuso la salida de la brigada y ya no fui parte de ella. Fue un momento de gran decepción, un momento difícil para la izquierda.
Al final no llegó a Nicaragua hasta 2005. ¿Qué se encontró?
Era la época neoliberal, porque los sandinistas no regresaron al poder hasta 2006. Hubo varios Gobiernos de derecha que hicieron pedazos los pequeños avances que se habían conseguido en los años 80. Vi una situación de mucha pobreza, pero también una oposición organizada y fuerte.
Hoy (10.01.2017), Daniel Ortega empieza su cuarto mandato como Presidente y su control del poder es más fuerte que nunca. ¿Se podría pensar que la revolución ha sido una victoria rotunda?
Lamentablemente, creo que es más complicado que eso. Lo que Daniel Ortega llama ‘la segunda fase de la revolución’ es un proceso en el que hay avances sociales importantes. Hay programas como ‘hambre cero’ o el ‘plan techo’ con los que se está ayudando a la gente a nivel de asistencialismo. La gran pregunta es si eso se puede llamar realmente un proceso de transformación socialista o un proyecto de la izquierda. Yo lo dudo. Creo que a la gente le va mejor, pero le va todavía mucho mejor a la nueva clase de empresarios sandinistas, de la que forma parte la familia de Ortega. El país avanzó en algunos aspectos, pero ya no es un ejemplo del nuevo modelo de un socialismo democrático para el siglo XXI.
Después de la muerte de Fidel Castro en Cuba, Daniel Ortega es el único mandatario vivo en Latinoamérica que llegó al poder tras una revolución. ¿Qué simboliza su Gobierno para la izquierda hoy día?
Hay mucha gente fuera de Nicaragua que todavía le tiene mucho cariño. Lo vimos en el acto masivo para el funeral de Fidel Castro en La Habana. Cuando tomó Daniel Ortega el micrófono y habló, recibió un aplauso enorme. Eso no se debe a su discurso, porque ni es un gran orador ni se entendió lo que estaba diciendo. Es una obra teatral lo que está haciendo, tiene una retórica antiimperialista, pero al mismo tiempo el sector privado maneja un 90% de la economía del país. No hay un modelo teórico, una propuesta política-ideológica por parte de Ortega. Por eso no es un símbolo de identificación para la izquierda actual en la región.
Su reelección indefinida, la represión contra la oposición y la corrosión de la división de poderes han causado fuertes críticas a nivel internacional.
En Nicaragua como en muchos otros países de la región, la lucha emancipatoria y democrática siempre ha sido una lucha en contra de la reelección. Por eso es una ruptura con las propias tradiciones de la izquierda en América Latina cuando algunos líderes quieren ser reelegidos indefinidamente. Creo que es un error fatal cuando la izquierda no logra tener un relevo generacional. Hay represión en contra de los movimientos sociales en Nicaragua, y es una señal muy negativa cuando la propia esposa del presidente es electa como la vicepresidenta.
Sin embargo, Ortega ganó las elecciones en noviembre con una amplia mayoría. Y aunque es muy probable que hubo fraude electoral, parece que todavía tiene el apoyo de una gran parte de la población. ¿Por qué?
Hay dos causas principales: la primera son los programas sociales, que han beneficiado a mucha gente en los últimos años y, la segunda, es la falta de una alternativa política que logre articular algo que sea interesante para la mayoría de la gente.
Ortega tiene 71 años y no goza de buena salud. Es posible que se muera durante su mandato. Con su esposa como vicepresidenta y sus hijos con cargos importantes en el país, ¿el sandinismo se va a convertir en una dinastía familiar?
Por parte del Frente Sandinista no existe un esfuerzo de trabajo de formación política profunda, entonces creo que a eso se debe ahora la situación tan peligrosa de que puede pasar que el movimiento algún día sea nada más que la marca de un partido político con sus manías. Espero que no sea así, creo que el trabajo de rescatar la memoria histórica y profundizar el entendimiento de los procesos políticos en Nicaragua –algo que intentamos hacer como Fundación Rosa Luxemburgo– sí puede ayudar a evitar una situación en la que la familia Ortega se queda como único legado del sandinismo.
En esta situación, ¿cómo se posiciona su institución, la fundación del partido La Izquierda, una agrupación socialista?
Nos posicionamos sobre todo con mucho cuidado. Lo importante para la Fundación Rosa Luxemburgo es que intentemos abrir espacios de diálogo.
¿Qué significa esto en la práctica?
Trabajamos, por ejemplo, con jóvenes que se identifican con el sandinismo, pero que a la vez critican varias prácticas del Gobierno actual. Ellos preguntan si no se iba a construir el socialismo democrático en Nicaragua. ¿Cómo se puede tener una propuesta socialista cuando el propio Banco Mundial dice que Ortega está cumpliendo con sus requisitos y cuando el mayor aliado del Presidente es la cámara de comercio? Esperemos que estos jóvenes hagan las cosas de otra manera.
Su relación con Nicaragua en los últimos años ha sido dolorosa…
En 2006 teníamos más esperanza que hoy de que el propio Daniel Ortega iba a mejorar las cosas. Vemos avances, pero también deja mucho que desear. Dar comida y un techo te va a garantizar la sobrevivencia, pero no puede ser lo único que una izquierda esté haciendo. La solidaridad es importante, pero la solidaridad desde el punto de vista de la izquierda es sólo el inicio para apoyar procesos de emancipación que hoy en día no se están dando en Nicaragua. (DW, por Martin Reischke)