El fin de semana que acaba de pasar Pulso publicó una columna de Óscar Landerretche titulada “Sin vender la pomada”. Es difícil exagerar la importancia de lo que escribió ahí uno de los economistas más lúcidos del progresismo. “Nunca estuve de acuerdo con la mentira de que las AFP se roban los fondos de los trabajadores”, afirmó, confesando que “siempre me dio vergüenza ajena la afirmación, que escuché repetidamente, de que el sistema previsional chileno es una estafa piramidal”. Landerretche termina la idea en la primera parte de su columna con un rotundo “no es cierto”.
Desde luego, la especie del “robo legalizado de las AFP”, ampliamente difundida en la década pasada y creída por millones de chilenos, no fue cualquier mentira, sino que una muy determinante no solo en el deterioro de las pensiones proyectadas para muchos de los cotizantes, sino que en la confianza respecto de una función crítica: el cuidado y administración financiera de los ahorros previsionales realizada por empresas privadas.
Hasta lo que alcanza mi memoria esta sería la primera vez que un representante de la centroizquierda -uno que en algún momento se postuló ni más ni menos que para una precandidatura presidencial en ese sector- desmiente públicamente con tanta claridad y sin lugar a equivocarse un mito que por lo demás se caía por su propio peso.
Pero el profesor de economía de la Universidad de Chile no se queda ahí, agregando que: “Lo que más se parece a una estafa piramidal es, francamente, un sistema de reparto, no uno basado en el ahorro individual”. Se trata de una idea que, de hecho, ya había planteado Nicolás Eyzaguirre cuando fungía de ministro de la Secretaría de la Presidencia en 2017. Lo dijo en términos muy parecidos: “El sistema de reparto es, a la larga, casi como un esquema piramidal”.
No deja de ser una ironía de la historia que aquello en lo que buena parte de la izquierda -cuando no toda- creyó a pie juntillas, esto es, que se estaba ante el saqueo de las cuentas de ahorro previsional por parte de las administradoras que las tenían a su cuidado, y que el método para hacerlo habría sido lo que se conoce como una estafa Ponzi, era una falacia sin sustento alguno, y que en cambio, el sistema de reparto, algo así como el santo grial de la izquierda, es a la larga -este sí- muy similar a un sistema piramidal.
Pero no es que solo sea una ironía de esas que de cuando en cuando se gasta la historia -que dicho sea de paso, han sobrevenido con no poca frecuencia en el último tiempo-. Lo que ha sido, sobre todo, es una posverdad trágica, convertida en el factor principal que ha contribuido a empantanar la reforma previsional por más de diez años. Y es que si bien se cumplió uno de los objetivos declarados de sus autores, el colapso reputacional de las AFP -en la práctica la cancelación de su licencia social para operar-, también terminó desviando la atención hacia la parte del sistema de pensiones que menos problemas presentaba, mientras que las que requerían urgente remedio se invisibilizaban y apenas merecían atención. Pasó una década entera y ninguno de los parámetros críticos del sistema fue tocado ni con el pétalo de una rosa.
Pero de pronto ocurrió lo inesperado: los retiros de las ahorros previsionales, que mostraron más allá de toda duda que no era cierto que las administradoras se estaban robando los depósitos de los cotizantes, sino que estaban intactos, disponibles para echar mano a ellos en un momento de fuerte apretura económica por el que pasaban los chilenos durante la pandemia. Tuvo que ser una mala política pública, la de los retiros -vaya paradoja-, la que vino a reponer la verdad, una que nunca debió ser tergiversada tan burdamente.
La columna de Óscar Landerretche, quizá tardía, pero en todo caso valiosa en momentos que se tramita una reforma de pensiones en el Senado después de su paso por la Cámara de Diputados, se afirma en la honestidad intelectual, la misma que por momentos brilló por su ausencia en el tratamiento de uno de los problemas de la agenda social de la mayor complejidad y urgencia que existe en nuestro país. (El Líbero)
Claudio Hohmann