Uno de los mejores textos de Ortega —mejores desde el punto de vista de su impacto— fue uno que publicó el 9 de septiembre del año 1931 que llevaba por título Un aldabonazo.
Ortega, junto con Marañón, Pérez de Ayala y Antonio Machado, había fundado la Agrupación al Servicio de la República. Una vez instalada esta última, se habían iniciado los debates para una nueva Constitución. Ortega participa entusiasta, pero se queja de la poca seriedad del debate (“Señorías, les recuerdo que aquí no hemos venido a hacer el payaso ni el tenor, ni el jabalí”, es una de sus intervenciones más recordadas). Y antes que termine el proceso escribe el famoso artículo. En él sostiene que España acepta el programa más avanzado, “todo depende del modo y del tono”; pero no el radicalismo, porque este, dice, supone la existencia de un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Y si bien lo avanzado del programa se le antoja razonable, cree que el radicalismo y el apuro no lo son. Y de ahí concluye que una cantidad inmensa de españoles se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: “¡No es esto, no es esto!”.
Recordar la tesis de Ortega viene a cuento hoy día porque, al parecer, tanto en la izquierda como en la derecha, tanto a quienes aprueban como a quienes rechazan, se les escucha decir entre dientes ¡no es esto, no es esto!
Y así las cosas, el problema parece ser entonces no quién ganará el plebiscito de septiembre, sino qué viene después de él. Porque si no es esto lo que se espera, si el texto parece, por este motivo u otro, insatisfactorio para todos o casi todos, si tanto entre quienes aprueban como entre quienes rechazan, si en ambos lados se masculla la misma frase, si la mayoría o casi cree que, sea que persista el actual texto o impere el nuevo, habrá que llevar adelante reformas y mejoras y enmiendas, entonces parece obvio que el problema principal (salvo que la distancia fuera mayúscula) no está en el día cuatro de septiembre, el día del plebiscito, sino en el día cinco, el día después, porque entonces la frase que ahora se masculla entre dientes por muchos que están en este lado y en el otro se transformará en otra pregunta: ¿Y ahora qué?, ¿hacia dónde?
Y lo anterior ocurrirá con prescindencia de cuán numeroso sea el Apruebo o el Rechazo, porque si lo anterior es así, el análisis deberá no solo contar las preferencias, sino intentar calibrar (siquiera intuitivamente, pero para eso está el político) su intensidad, porque una cosa es lo que usted prefiere y otra distinta, la intensidad con que lo prefiere. Y si los números cuentan a la hora de decir quién gana o pierde una elección o un plebiscito, es la intensidad con que cada sector prefirió lo suyo lo más relevante para el día siguiente de la elección. Esa es, por otra parte lo que, es de suponer, aprendió el expresidente Piñera, quien creyó que lo suyo era un triunfo ideológico de la derecha cuando, en verdad, la suma de sus votos expresaba una preferencia muy frágil.
Y si se atiende a lo anterior, ninguna de las partes podrá proceder en forma perentoria y sin miramientos.
Y la tarea del Presidente Boric será imaginar un guion y una narrativa para poder conducir ese puñado de preferencias de este lado y del otro, tanto del lado del Apruebo como del lado del Rechazo, la de todos quienes irán a votar diciendo para sus adentros “¡no es esto, no es esto!”. Y ello supone contar con un procedimiento para hacerlo y un contenido para diseñarlo.
Y eso es urgente.
Porque pareciera que a esta altura de los tiempos ya no se puede confiar en lo que la gente sin más dice, sino que también hay que atender a los motivos y la intensidad con que cree aquello que dice. Y esta parece ser la única forma de enfrentar estos tiempos convulsos y cambiantes.
Para convencerse de lo anterior, de que las preferencias son volátiles cuando son poco intensas, el Presidente debiera suspender el canto junto a la expresidenta Bachelet, y hacerse un tiempo para hablar con el expresidente Piñera. (El Mercurio)
Carlos Peña