No sé si los amantes de la libertad nacen o se hacen.
Creo que desde mi más temprana edad tuve un rechazo al autoritarismo, a la arbitrariedad y a toda forma de coerción indebida.
La base fundamental de mi creencia de que la libertad debe ser el núcleo central en torno al cual organizamos nuestra vida en sociedad es esencialmente moral. Creo profundamente que los seres humanos somos diversos y especiales, que cada ser humano es una unidad única que requiere, por su dignidad misma, ser libre para tomar sus decisiones sin que nadie interfiera en su autonomía, salvo para resguardar la libertad de otros. Entre otras cosas, porque nadie mejor que cada uno de nosotros está mejor capacitado para tomar decisiones sobre nosotros mismos, y menos aún, pueden hacerlo los gobernantes que no son ni más sabios, ni más virtuosos que el promedio humano y carecen además de la posibilidad de acceder a la información dispersa por el mundo. En suma, actuar en forma independiente y autónoma, de acuerdo a nuestras creencias y convicciones, para mí no es sólo una aspiración sino un derecho y el núcleo central de ser humanos. Pero no nacemos libres ni iguales y tenemos que construir las instituciones y costumbres que nos permitan serlo: libres e iguales ante la ley.
Sin embargo, el respeto a los derechos individuales ha sido una novedad en nuestra historia. Hasta el siglo 17 o 18 lo público invadía lo privado y lo colectivo a lo individual; de hecho, hasta la época moderna no es posible hablar de un espacio privado y otro público.
Los individuos carecían del derecho a pensar libremente, a profesar sus creencias, a realizar el trabajo que libremente eligieran, porque estaban sometidos a las restricciones de los gremios; los gobiernos tenían el monopolio de decidir qué se podía producir y dónde; e incluso las decisiones más personales como el matrimonio estaban subordinadas a la colectividad. Es sólo con Adam Smith y John Locke que esos anhelos de libertad caracterizadas por una larga lucha de emancipación del individuo de las constricciones colectivas (y ello incluye ciertamente al cristianismo que exige libertad personal) se pudieron concretar en una forma de organización económica y política que garantizara el predominio de la libertad individual.
Y junto con eso se desató la creatividad humana, la innovación, el progreso de las ciencias, y el crecimiento económico -un fenómeno nuevo, inexistente con anterioridad desde que hay registros históricos- lo cual permitió también por primera vez que el planeta pidiera mantener a un número creciente de personas. Pero más que eso, hizo posible la evolución de virtudes como la tolerancia, la modestia intelectual para aceptar que hay preguntas abiertas en vez de afirmaciones basadas en el dogma y la tradición y eso permitió avanzare el conocimiento en todas las áreas.
Es más, este despegue del individuo y de sus derechos cambió la naturaleza de la riqueza que de ser estática pasó a ser algo dinámico a ser creado por el hombre. Esto posibilitó, también por primera vez, la posibilidad de superar la miseria.
Sin embargo, para mí la libertad, por sobre todo, es aquello que me entrega la posibilidad de ser un ser moral, porque sólo en la libre elección entre el bien y el mal y entre las distintas opciones puedo yo ser virtuoso y asumir responsabilidad por mi propio destino.
Ya más mayor encontré los fundamentos intelectuales para justificar la importancia de la libertad. Así, La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper fue una experiencia vital. Los Dos conceptos de la libertad de Isaiah Berlín otro trampolín. Hayek, por cierto, me permitió hacer el vínculo entre la libertad como requisito de la moralidad, y la libertad como condicionante del progreso humano.
En suma, no hay desarrollo personal sin libertad. Cada uno de nosotros tiene distintos talentos, sueños y creencias. Cuando somos dejados en libertad para explorar nuestros caminos, plantear preguntas, desafiar aquellas normas o costumbres que nos parecen impropias podemos develar nuestro potencial de creatividad y estimular la innovación y el progreso.
Qué decir del gran avance que significó la democracia, pero no cualquier democracia; no la democracia de Rousseau, sin límites ni contrapesos. La democracia que elige gobiernos limitados por nuestros derechos y para hacer exclusivamente aquello que los individuos no somos capaces de emprender por nosotros mismos.
Cuando luchamos por la libertad honramos la dignidad de todos y el valor de cada uno y creamos una sociedad donde cada uno pueda expresar su identidad, sus creencias y aspiraciones sin miedo a ser reprimido.
Es por eso que cuando hace casi 35 años Hernán Buchi me llamó para integrar el Consejo de Libertad y Desarrollo que estaba creando no dudé un solo minuto en aceptar precisamente porque su objetivo principal era, desde mi perspectiva, la protección y promoción de las ideas de la libertad en todos sus ámbitos y me enorgullece decir que junto a muchos otros no hemos cejado en este empeño, para defender la libertad, siempre amenazada en todas partes del mundo, pero más aún en nuestro país mientras existan fuerzas que promueven democracias reñidas con los derechos individuales, enemigas del progreso y gobiernos que aspiran a controlarnos desde la cuna al cementerio. Hoy, más que nunca, en la convulsiva historia de mi generación, que vio las bases de la libertad y del estado de derecho y la democracia destrozadas pienso que tenemos amenazas y desafíos que más que nunca exigen la eterna vigilancia de la cual habló Jefferson.
Por eso, agradezco enormemente a El Líbero que exista, porque su independencia periodística es la mejor garantía de la libertad de expresión, sin la cual todas las otras perecen. (El Líbero, discurso de 10° aniversario de El Líbero)
Lucía Santa Cruz