No hay plata

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Mario Marcel llegó al gobierno como ministro de Hacienda del que entonces era el gobierno más de izquierda desde el retorno a la democracia; con un programa de transformaciones radicales en múltiples niveles y en el marco de un proceso constituyente que pretendía ir aún más lejos que dicho programa. Un panorama desafiante, diría un consultor.

Pero en la descripción del cargo había más. A la tarea de mantener un hilo de credibilidad macro en el contexto descrito, se le sumaba una billetera fiscal famélica, golpeada por déficit acumulados; pandemia; estallido y una serie de fiestas por pagar que se había prodigado el sistema político. Lo anterior, sumado a una inflación disparada, heredera de las mismas turbulencias y a una economía que ya mostraba los primeros síntomas de abstinencia a la droga de las transferencias, los retiros y los bonos.

Ese estado de las cosas tenía muchos padres y Marcel procuró no apuntar a ninguno de ellos al llegar. Así se logró prodigar un cierto espacio de maniobra construido en base a pocos acuerdos explícitos y muchos acuerdos tácitos. Y aunque no todo ha sido miel sobre hojuelas, la verdad es que muchas de esas condiciones han variado a la fecha, algunas gracias a la gestión del propio Marcel y otras por caprichos de la realidad que no viene al caso profundizar en estas líneas.

Pero el espacio de maniobra de Marcel ha cambiado drásticamente. El ciclo electoral presidencial y parlamentario ha puesto en el centro de la agenda opositora el esfuerzo por instalar a la economía al nivel de la seguridad: ambas como crisis, ambas como críticas a la gestión gubernamental. Y en el camino de ese tren en marcha, Marcel ya no es más el diligente ministro que está arreglando en silencio el estropicio que dejamos todos, sino el perillero de la aún delicada economía a su cargo mientras cunde la impaciencia y la competencia por recetas para cambiarle el tratamiento al paciente.

Y este cambio en la dirección del viento no solo sopla las velas opositoras. En el oficialismo también se ensayan los primeros petitorios a Hacienda y las críticas por haber antepuesto la regla fiscal a las promesas de campaña. En los meses que vienen -y algo de eso ya vemos en las opiniones en prensa y en el debate presupuestario- el otrora bueno de Mario pasará a ser un enemigo al cual doblegar, como decían Los Prisioneros, y esto necesariamente competirá con la incipiente agenda de convergencia en torno al crecimiento que venían impulsando actores moderados de distintas corrientes políticas.

Porque, aunque correlación no implique causalidad, cabe recordar que lo que había antes de Marcel también era déficit, pero sumado a retiros, bonos, transferencias y gratuidades de todo tipo. Y por lo mismo, convertir al ministro de Hacienda en el primer objetivo de la crítica política con objetivos electorales terminará debilitando el muro que ayudó a contener esas demandas.

Como los virus, las agendas polarizantes siguen alojadas en el oficialismo y en la oposición, solo están esperando una pequeña baja en las defensas para propagarse nuevamente en su huésped. (La Tercera)

Camilo Feres