No nos engañemos

No nos engañemos

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En un discreto comedor de Bruselas, mientras nos servían el café, mi interlocutor -buen conocedor de los andamiajes diplomáticos comunitarios- musitó casi para sí, como colofón a una larga conversación de mesa y mantel: «¿Amainará pronto?». Mi respuesta sonó a latigazo: «No nos engañemos, todo apunta a lo contrario». Aunque nos sepa a eternidad y nos resulte difícil aguantar el estrés, han pasado solo nueve semanas desde que Donald Trump retomó el mando en Washington. Europa busca establecer su rumbo. El tiempo apremia.

Las elecciones al Parlamento Europeo de junio configuraron un mosaico de procelosa gestión en el hemiciclo. La formación de la Comisión fue un parto de fórceps y rezuma lastre por las negociaciones agónicas y los vetos cruzados. La salud quebradiza de Ursula von der Leyen, ocultada en un mes de ausencias intermitentes, cualificó la sensación de deriva en un equipo fuertemente centralizado. Proliferan las iniciativas -Clean Industrial Deal, Plan de Acción Industrial para la Automoción o Paquete Ómnibus de sostenibilidad- que ni tomadas en conjunto -ni por separado- traducen el calado del cambio que precisamos.

La avalancha Trump no cesa: anuncios arancelarios a las importaciones de acero y aluminio; amagos constantes de tarifas a las exportaciones comunitarias (el último, del 200% a nuestros vinos, nuestros champanes, nuestros mejores coñacs si se materializan represalias); ultimátums de abandonar OTAN; o casi dos horas de compadreo telefónico -sobre Ucrania- con el Zar a espaldas de Kyiv y de los europeos. No nos engañemos: esto no es un sobresalto, es punto de inflexión de la estela del amigo americano. Europa debe decidir ser protagonista de su destino, o comparsa en el desmontaje general del sistema que Donald Trump ha emprendido en connivencia con Vladimir Putin, en tanto Xi Jinping acaricia sus aspiraciones de Tianxia.

Trump ha dinamitado el soft power que constituyó la más poderosa seña de identidad exterior americana: de la noche a la mañana clausuró la agencia de desarrollo USAID, retiró a su país de la OMS, desdeñó el Acuerdo de París y amenaza con liquidar Bretton Woods. No contento, arremete contra universidades punteras, acusándolas de adoctrinar con «basura woke«, y corta fondos federales a las que no cedan a su agenda. La profesión de la abogacía en sentido amplio también está en su punto de mira: purgas en el Departamento de Justicia (en sus palabras, «clean house«), despidos a fiscales estimados antagónicos, sin dar tregua a grandes despachos activos en cuestiones sociales. El vicepresidente Vance alimenta consistentemente esta cruzada, en sintonía con el líder del Kremlin que lleva machaconamente propugnando -al menos dos décadas- una guerra cultural de aniquilación europea.

Así, mientras China teje su imperio con tecnología y comercio, Rusia -con una economía menor que la de Italia y una demografía hundida (se prevén pérdidas de hasta 700.000 habitantes anuales los próximos veinte años)- se iza en potencia determinante por obra y gracia de Trump. Putin, con sus manejos nucleares y su obsesión por ser par de Estados Unidos -como cuando era la Unión Soviética-, sonríe zorruno desde Moscú. No nos engañemos: la conversación va de zonas de influencia, y las concesiones que se barajan nos afectarían. Sin Uncle Sam que sostenga el andamiaje institucional, las normas comunes se diluyen. Estamos ante un desafío vital: reconstruir esta arquitectura o caer en la irrelevancia.

¿Qué hacer? Europa no puede seguir con parches tecnocráticos. Recuperando confianza demostrada en el pasado, ha de liderar al «Rest of the West» -Canadá, Japón, Corea del Sur, Australia, Reino Unido-, y contar con Turquía e India en un llamamiento a todos los estados que defiendan la seguridad jurídica como cimiento de las relaciones internacionales, frente a la imprevisibilidad de impulsos personales. Sin complejos. Esto es, un núcleo que dialogue con Washington, frene a Putin y se entienda con Xi. La UE tiene mimbres: 450 millones de ciudadanos, un robusto mercado, el 16,5% del PIB global, historia y experiencia multilateral. Sacar pecho desde discursos inspirados, fiar la orientación a cualquier «Brújula Estratégica» es condenar el planteamiento de base. Se necesita audacia; acordar la visión del mundo que queremos, un relato propio; actos, no promesas.

Con ser graves, los peligros externos no son los únicos, ni siquiera los más clamorosos. Los retos internos menudean. En defensa, dependemos de equipamientos americanos -dos tercios de los pedidos UE van a sus empresas-, mientras Trump juega con la mera existencia de Ucrania: supresión temporal de información de inteligencia, propuestas de pago de apoyos pretéritos con explotaciones mineras, asunción de la propiedad de infraestructuras esenciales energéticas, y un alto el fuego que decide Putin. Hungría coquetea con el Kremlin, los Balcanes titubean y el Sur -Sahel, inmigración- ni aparece. Tanto Vance como el ubicuo y escurridizo Elon Musk hacen burla de nuestro orden jurídico. La solución exige movimientos radicales, empezando por disciplinar a quienes saboteen la unidad. Sin cohesión, somos presa fácil.

El Sur no puede esperar. El Sahel arde con yihadismos y desórdenes migratorios, que Grecia, Italia y España no pueden contener solas. Carecemos de un plan: asilo a refugiados, canales legales para trabajadores y claridad contra la ilegalidad. Trump ha sabido percibir preocupaciones que asolan igualmente a este lado del Atlántico. No compartimos sus soluciones, pero nos toca aprender para abordar eficazmente el singular lance que enfrentamos; no podemos continuar improvisando. Sin estabilidad en el Sur, la edificación entera se desmorona.

«ReArm Europe», la carta de Von der Leyen del 4 de marzo (con guiño chuli a «RePowerEU», la anterior divisa ocurrente), pide más gasto en defensa. Se queda corta. Habla del giro ordinario, cuando requerimos una sacudida estructural. Ucrania es ciertamente la línea roja. Según derive el deletéreo pacto que se está cociendo, Moscú mirará más allá. Y es entendible que la atención común se centre en Kyiv: los españoles hemos de asimilar que en aquellas llanuras también se dirime nuestro futuro, pero ello no justifica ignorar el Sur y la cohesión interna. No basta con cheques para armas. Falta ambición política que abarque todas las fronteras, discipline a los díscolos y mire ancho. Trump, con sus ucases, su desprecio por las formas y su fascinación morbosa con Putin, nos ha puesto contra las cuerdas.

En esta cita semanal, no es la primera vez que la reflexión concluye con un texto clásico, fundacional del mundo que conocemos. Hoy resuenan los recios y limpios términos de la breve -no llega a dos páginas- Declaración Shuman (1950) que, en una Europa destrozada por la guerra, con los muertos a flor de piel, formula una apuesta entonces temeraria: la reconciliación de Francia con Alemania. Léanla. «Il n’est plus question de vaines paroles, mais d’un acte, d’un acte hardi, d’un acte constructif«. ¿Les suena? Pues lo que sigue nos interpela con coraje: «La paix mondiale ne saurait être sauvegardée sans des efforts créateurs à la mesure des dangers qui la menacentLa contribution qu’une Europe organisée et vivante peut apporter à la civilisation est indispensable au maintien des relations pacifiques«.

Es una invitación a osar. Si no actuamos en el Este, el Sur, el Norte, en la cristalización del proyecto europeo, así como en su fontanería -podando y completando-, seremos espectadores de nuestra decadencia.

Y no nos engañemos: el tiempo corre en contra. (Revista de Prensa-El Mundo)

Ana Palacio

(A Natalia Fabra, que me convenció de volver a escribir, tras dos semanas de ausencia de esta cita sabatina por no encontrar un hilo de sentido para ‘Equipaje de mano’)