Ayer se anunció el contenido de la reforma tributaria, con la cual el Gobierno espera incrementar la recaudación fiscal en 4,1 puntos del PIB, lo que implica un aumento del gasto fiscal de 25%.
Podría empezar el análisis de la reforma concentrándome en los errores de diagnóstico que realizó el Gobierno sobre la recaudación en Chile, y que con tanto orgullo presenta, haciendo alusión a la asistencia técnica recibida de la OECD, BID y un largo etcétera. Al parecer, los encargados de dicho diagnóstico no consideraron que el informe de la OECD, que exhibió el Ministerio de Hacienda, indica claramente que a la comparación de la tasa de recaudación de Chile es necesario realizarle ajustes, tal como sí los efectúa el estudio de Clapes de Larraín y Perelló, que concluye que la brecha entre la recaudación tributaria en Chile respecto del promedio de los países OECD es de 2 puntos del PIB y no 8 puntos como indica el Ministerio de Hacienda, además de ubicarnos 6,5 puntos del PIB por sobre los países de la región.
Podría también concentrarme en los elementos que incluye la reforma desde el punto de vista de la racionalidad económica y de la sana doctrina, que indican que una reforma tributaria debe maximizar la recaudación con los menores costos de eficiencia, para que sea luego el gasto público el que permita mejorar la distribución de los ingresos. De este modo, una buena reforma considera como elemento básico tratar de no dañar los incentivos a la inversión, que finalmente generan el crecimiento económico y el empleo.
Una reforma tributaria que hace crecer la torta a repartir permite que el pedazo que nos toque a cada uno de nosotros sea mayor, aun cuando no cambie el porcentaje. A la vez que un aumento en el porcentaje de la torta a pagar en impuestos, que genere que el tamaño de la misma disminuya, puede llevarnos finalmente a comer menos.
Lamentablemente, esta reforma tributaria, más allá del poético fraseo, no incluye elementos que hagan crecer la torta, haciendo muy difícil el crecimiento y la inversión.
Pero dejando esos y otros aspectos atrás, pese a que no son pocos ni menores, quiero concentrarme en el concepto básico de rendición de cuentas.
En términos muy básicos, los ciudadanos de un país acordamos pagar impuestos para financiar al Estado, su administración y el gasto social que este realice en nuestra representación. Como tal, el Estado y en este caso el Gobierno, nos debe dar cuenta, a nosotros los ciudadanos, del uso de los recursos que los trabajadores le entregamos en forma de impuestos.
El Presidente Boric nos está solicitando a trabajadores, empresarios y emprendedores que nos esforcemos más y volvamos a meter nuestra mano al bolsillo para incrementar nuestro aporte en forma de impuestos. Pero lo hace mientras nos enfrentamos cada día a mayores problemas de seguridad y delincuencia; de inmigración ilegal, pues pese a manifestar públicamente lo contrario, ha dado rienda suelta a esta (entre marzo y mayo de este año se incrementó en 135% la entrada de extranjeros de forma irregular), renunciando —entre otros— al derecho a expulsar administrativamente a quien ingresa clandestinamente; y de criminalidad, cuando se ha negado sucesivamente a declarar y solicitar al Congreso un estado de excepción amplio en la zona macrozona sur, para combatir lo que a todas luces es crimen organizado y terrorismo; mientras la inflación creciente carcome nuestros ingresos, la economía se desacelera y las expectativas de empleo y salarios son cada vez más sombrías.
Con todo respeto, señor Presidente, si usted nos solicita hacer un esfuerzo adicional no menor, entregándole el fruto de nuestro trabajo, lo mínimo es que antes de hacerlo, usted realice un esfuerzo también en eficientar el gasto público, a la par de enfrentar los problemas de delincuencia, crimen organizado, terrorismo e inmigración ilegal, entre otros problemas, no con palabras, sino con hechos, por mucho que estos puedan contradecir sus acciones anteriores como diputado o su ideología.
Si usted desea que nosotros lo ayudemos a financiar su programa de gobierno, lo mínimo es que previamente nos demuestre, con hechos, que esos recursos no serán dilapidados y se comprometa a cumplir con lo básico de su responsabilidad como Presidente, cual es resguardar la seguridad de los ciudadanos, que hasta ahora ha abandonado. Y como dicen los niños, pasando y pasando. Acá no se fía, no insista. (El Mercurio)
Michelle Labbé