Hobbes es, quizás, quien vio con mayor claridad el potencial político del “miedo continuo y peligro de muerte violenta”. Pero pese a su comprensión de la profundidad del miedo humano, su propuesta de no poner límites al poder político ha sido superada por la teoría y por la práctica. Las sociedades donde el poder se somete a reglas y contrapesos han mostrado poder vivir en paz, mientras que ahí donde el poder no tiene límites, tarde o temprano, la vida se vuelve un infierno.
Hasta hace poco, El Salvador vivía bajo el miedo continuo de muerte violenta. Bukele ha logrado reducir los homicidios a niveles europeos mediante acuerdos con los líderes de las pandillas: les entrega dinero, prostitutas y protección de la extradición, a cambio de apoyo político y menos muertes (Economist 9/05/2024). También está, por cierto, la mano dura.
El régimen de excepción rige desde marzo de 2022, permitiendo detener personas o intervenir las comunicaciones sin orden judicial y suspender la obligación de garantizar defensa a los detenidos. Se implementó una línea para denunciar a los sospechosos de colaborar con las pandillas y basta una denuncia anónima para ser detenido. El Departamento de Estado de EE.UU. considera creíbles los reportes de detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, tortura, tratos inhumanos en las cárceles y graves problemas de independencia del poder judicial. Según Human Rights Watch, cerca de 3.000 niños y adolescentes han sido detenidos en este período y se estima que alrededor del 7% de los hombres jóvenes está hoy en la cárcel. Muchos de ellos —no sabemos bien cuántos— no han tenido un juicio justo.
Bukele también ha concentrado el poder. Reemplazó cerca de un tercio de los jueces y redefinió los distritos electorales. Los jueces constitucionales nombrados por él reinterpretaron la Constitución para eludir la prohibición de reelegirse. Como ocurre con estos líderes, Bukele apuntó también a los medios, imponiendo sanciones de hasta 15 años por transmitir mensajes “presuntamente” procedentes de las pandillas, que “pudieren generar zozobra en la población”.
Bukele cuenta con una aprobación en el rango de 75-90%, y, mal que mal, ha logrado calmar el miedo. Muchos creerán que no es tan grave sacrificar algunas garantías a cambio de algo tan esencial como la seguridad, o que paguen unos pocos justos por pecadores (más si nuestras chances de caer en los “pocos justos” son bajas).
Pero una vez que el poder político opera fuera de las reglas, no sabemos quién será el próximo. Con una tasa de pobreza que, según datos oficiales, viene creciendo y bordea el 30%, la ciudadanía reclama por los precios de los alimentos. Entonces, mostrando tanta confianza en sus métodos como ignorancia económica, Bukele anunció: “Voy a hacer un llamado como el que les hicimos a las pandillas a inicios de 2019; les dijimos ‘paren de matar o no se quejen después’. Pues yo les voy a dar un mensaje a los importadores, comercializadores, mayoristas y distribuidores de alimentos: paren de abusar del pueblo salvadoreño, o no se quejen después, porque todos están fichados y ustedes lo saben (…), no va a ser la multa por el incremento lo que les vamos a poner, no se quejen después”.
En fin, no nos quejemos después. (El Mercurio)
Loreto Cox