“Dos cosas son infinitas, el Universo y la estupidez humana…y aún no estoy convencido del Universo”. Esta frase, atribuida a Albert Einstein, representa fielmente lo que ocurre con la inteligencia de los individuos cuando ésta es absorbida por el pensamiento colectivo o, más bien, se deja llevar por la actitud estúpida que caracteriza al comportamiento de las masas humanas, olvidando las experiencias y enseñanzas previas para volver a tropezar con la misma piedra.
Hay una generación mayor que no puede negar que escuchó del llamado Caso Watergate, del cual, además, hay libros y películas que dan cuenta de un escándalo político que desnudó la inmundicia que opera bajo las banderas de la democracia. Para quienes no lo conozcan, deben saber que se trató del uso ilegal de agentes de la inteligencia del Estado para obtener información y ventajas políticas para quien ejercía el poder. El resultado acabó con la renuncia obligada del presidente de la nación más poderosa del mundo, hundiéndolo en la miseria política e histórica, siendo salvado de la cárcel tan solo por la “cocina” de la clase política que optó por un indulto de suyo inmoral y antidemocrático.
En el Chile de estos últimos años han ocurrido y siguen ocurriendo una serie de hechos delictuales ligados a la política, donde las investigaciones de las fiscalías no exhiben resultados, se desisten tempranamente o muestran una demora que, sospechosamente, acaba cuando se cumplen los plazos de prescripción. En otros casos, el descaro es mayor, al ocurrir gravísimos hechos dentro de instalaciones pertenecientes a instituciones policiales, sin que sea posible encontrar a los responsables. Ni hablar de lo ocurrido con los delitos cometidos durante el estallido revolucionario del año 2019, donde la negligencia de la fiscalía no tiene parangón.
Pero donde el nivel de descaro alcanza su mayor expresión, haciéndolo increíblemente comparable con Watergate, es con el robo de computadores desde oficinas públicas. Es precisamente allí donde debemos preguntarnos si nos toman por tontos o realmente lo somos. Parodiando al refrán popular que dice que: si tiene cola, cuatro patas y ladra no es otra cosa que un perro, podemos concluir que si: entraron a robar computadores viejos y sin ningún valor comercial, a oficinas públicas relacionadas o con riesgo de ser relacionadas con casos de corrupción, violando con total facilidad los sistemas de seguridad desarrollados por costosos sistemas y asesores, llevándose justo aquellos equipos de mayor relevancia para una investigación criminal para arrojarlos poco después a la basura, sin sus discos duros, el perro no solo lo parece sino que indudablemente lo es.
Allí nace entonces la dolorosa pregunta que nos debe hacer mirarnos al espejo para ver si somos estúpidos o solo lo parecemos. ¿Puede haber alguien en su sano juicio que no se pregunte el por qué ocurrieron estos hechos y quién los instigó, dirigió o contrató a los delincuentes? ¿No es lógico pensar que la historia del reo dirigiendo por celular desde la cárcel la aparatosa operación en el ministerio de Jackson no es más que una vulgar tomadura de pelo, inaceptable para quien tenga algo de dignidad ciudadana?
¿Es natural que la fiscalía cierre sin responsables una investigación tan delicada como la pérdida de pruebas procesales bajo custodia en la PDI y que nadie diga ni haga nada? ¿Es posible que a más de cinco años de la destrucción criminal y terrorista de las estaciones del Metro la fiscalía no muestre avance alguno en la identificación de sus autores materiales e intelectuales? ¿Es natural y aceptable que los millonarios robos de dinero sustraídos desde dos de las municipalidades más grandes de la capital hayan sido sobreseídos por prescripción, luego de la sospechosa lentitud mostrada por la fiscalía?
En fin, son tantos los casos similares que, con una gran pena, podemos decir que la corrupción ha llegado para quedarse y que a la clase política ello no le incomoda en absoluto, siendo evidentemente funcional a la protección de sus intereses. La única esperanza que va quedando es que, como ocurrió en el Caso Watergate, aparezca un equipo de periodistas valientes y un “Garganta Profunda” que sean capaces de desnudar la inmundicia subyacente tras esta serie de hechos, en especial en lo referido al robo de computadores, cuya factura bien vale una sospecha con olor a los naranjos de palacio, con azahares de tres letras.
Observando la enervante e irresponsable pasividad de una sociedad que cada día se asemeja más a un sumiso piño de ovejas siendo arreado hacia el matadero, podemos concluir que los chilenos nos hemos convertido en estúpidos, demostrando que somos capaces de comulgar con ruedas de carreta al seguir entregando nuestro futuro a las manos de una clase de políticos que se valen de nuestra falta de carácter para servir impunemente a sus propios intereses. (Red NP)
Marcus Liberius