Nos están disparando cerca

Nos están disparando cerca

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El calor del verano se resiste a darle paso al otoño. Abro las ventanas de la pieza donde me alojo por unos días antes de regresar al sur, mientras releo (preparando una clase) a Séneca, el filósofo estoico de Córdova, tal vez el primer pensador de España, educador y víctima de Nerón, ese energúmeno arrebatado por la ira (por algo Séneca escribió un tratado sobre la ira).

Hoy abundan nuevos Calígulas o Nerones, líderes poseídos por esa pasión triste (así la clasificaba Spinoza) que tanto daño ha hecho y sigue haciendo al mundo. Intento aplicar la “ataraxia”, actitud estoica difícil de cultivar, que algunos traducen como imperturbabilidad, o serenidad.

Justo, al abrir las ventanas, escucho ruidos como de cohetes o fuegos artificiales que llegan desde la calle de este barrio hasta ahora privilegiadamente tranquilo. ¿Serán fuegos artificiales? ¿El narco estará celebrando aquí cerca, en el barrio alto? Los vecinos me dicen que es una balacera intensa, un joven que acaba de asaltar un domicilio, y en su fuga en auto ha atropellado y herido a unos guardias municipales y se ha enfrentado a balazos a Carabineros. Hasta aquí no más llegó la apacible y reconfortante lectura de Séneca.

Mensajes van y vienen, empiezan a circular videos de lo recién ocurrido. Y el estupor, el miedo de los vecinos. Es terrible decirlo, pero tal vez esto sirva para que quienes habitamos en barrios tranquilos sepamos lo que es vivir todos los días entre balazos y fuegos artificiales, con el peligro de quedar atrapados en el fuego cruzado.

Esto que acaba de ocurrir en esta esquina de la zona oriente, está ocurriendo todos los días en La Pintana, San Bernardo, Estación Central y tantas otras comunas. Pero también en zonas rurales: pocos días después sabremos del terrible crimen en Graneros.

Pienso en mi hijo que viene por la misma avenida donde acaba de ocurrir el enfrentamiento. Y pienso en los miles de madres y padres que viven todos los días en ascuas de que una bala los alcance a ellos o a sus hijos. Y leo la discusión política de estos días: las peleas oportunistas, el efectismo electoral. Postulantes a la presidencia que prometen acabar, con medidas rimbombantes, con el crimen organizado, pero que no tienen ni la experiencia ni el plan que asegure que vayan a derrotar a este enemigo interno. Están trabajando más para fidelizar a su propia tribu que pensando seriamente en el país.

Una parte de la derecha está poseída por la misma soberbia con la que la izquierda frenteamplista llegó al poder, pero de signo inverso. Y empecinada en un canibalismo en su propio sector. Y por otro lado, una izquierda que está cosechando lo que sembró cuando, desde el estallido, alentó la anomia y se embriagó con el caos. Una izquierda que se alejó del pueblo y despreció la seguridad y hasta jugó con fuego, romantizó la violencia y tarde despertó, cuando la realidad la estaba sobrepasando a balazo limpio.

Cómo no entender, entonces, el cansancio y molestia de los chilenos al ver que en los medios los “señores políticos” montan un espectáculo mediático y un poco farandulero en vez de fraguar acuerdos que generen buenas y efectivas (no efectistas) políticas, mientras las bandas criminales, cada vez más envalentonadas, van apoderándose de los barrios.

Difícil cultivar la “ataraxia” senequiana en estas circunstancias. Más bien emergen la impotencia, la rabia y el pesimismo. Claro que hay que luchar contra ello. Poner la razón y la fuerza a trabajar juntas. Me permito una enmienda al escudo nacional. No “por la razón o la fuerza”: por la razón y la fuerza. La pura fuerza sin razón, no servirá. Y lo mismo a la inversa.

A veces, como le pasó a Séneca, dan ganas de retirarse del mundo: “me escondí y cerré las puertas para ser útil a muchos”, dijo. Pero la violencia de Nerón llegó a su tranquila villa donde quiso retirarse y terminó por matarlo.

Aunque cerremos las ventanas, los balazos nos alcanzarán igual. Nos están disparando cerca. (Emol)

Cristián Warnken