Si hay una fecha del año que agradecemos los chilenos es Fiestas Patrias. Son días donde todo parece ponerse en pausa. Las ciudades se vacían y se vuelven (casi) silenciosas. El invierno comienza a despedirse y las tardes son más largas y cálidas. La política se toma un muy bienvenido respiro. Las noticias se vuelven saludablemente fomes y la mayor parte de los diarios termina sirviendo para prender los asados.
Mientras que la Navidad es un buen momento para reflexionar sobre nuestros propósitos más personales, las Fiestas Patrias nos permiten redescubrir aquello que nos define como nación. Nuestra identidad e historia. Eso que llamamos chilenidad.
A juzgar por las encuestas conocidas en estos días, a los chilenos nos gusta sobre todo compartir, hacer asados, contar chistes, ir a las fondas y ver la Parada Militar. Celebramos a la Patria. Ya sea en La Pampilla, en las ramadas de Viña del Mar o en el Parque O’Higgins. Queremos bailar cueca, tomar chicha, pasear por la Quinta e ir al Santa Lucía. Tal como lo cantaba Violeta Parra.
Somos un país de postales y geografía extrema. Admiramos nuestros paisajes y la cordillera es el principal orgullo. De una u otra manera, estamos atados a la tierra y aquello ha configurado nuestra idiosincrasia. Los silencios tan propios del desierto, la exuberancia de ríos y lagos, la vitalidad de los bosques siempre verdes, la violencia de los mares australes y lo imperecedero de hielos y glaciares eternos.
Quizás por eso estamos cruzados de contradicciones. Podemos ser solidarios, esforzados y resilientes, a la vez que chaqueteros, consumistas y pícaros. Nuestras frases típicas nos delatan. “Está mal pelao el chancho”, “se me echó la yegua” y “le faltan palos pal puente”, revelan en buena medida ese desasosiego emocional que nos caracteriza.
Una amplísima mayoría aprecia los símbolos patrios. El 80% se identifica con la bandera, la misma que fue vapuleada en un vergonzante acto de campaña. Y un 76% siente orgullo por el himno nacional, el mismo que un grupo de exaltados quiso impedir en la apertura del primer proceso constituyente. Y así fue como les fue.
Nos sabemos tierra de músicos, poetas y buena mesa. Canciones como Gracias a la Vida o Todos Juntos han pasado de generación en generación, acompañándonos en la mesa familiar mientras disfrutamos empanadas, cazuelas o pastel de choclo. Chile ha sido además cuna de notables escritores, más de versos que de prosa. Desde Mistral, Neruda y Parra, hasta Blest Gana, Donoso y Bolaño.
Nos encanta el deporte aunque ahí somos más esfuerzo que talento, más llanto que risa. Aun así, tenemos excepciones notables en el tenis, el fútbol y el tiro. Las Copas América, el número uno de Marcelo Ríos y las medallas olímpicas de Massú, González y Crovetto ya son leyenda.
Nuestra historia está marcada por conflictos y tragedias. Las guerras de la Independencia y del Pacífico nos dejaron cicatrices profundas. Los terremotos de Chillan, Valdivia y el 27F nos devastaron. Pero siempre supimos ponernos de pie. Hemos sabido también de quiebres tremendos. La guerra civil de 1891, el golpe de 1973 y el estallido de 2019 encabezan la lista. La mayoría de las veces las consecuencias fueron dramáticas. Pero tuvimos momentos de lucidez para poder superarlos, como la transición democrática de fines de los 80′ y principios de los 90′. Incluso los fallidos procesos constituyentes de 2022 y 2023 tuvieron cierto mérito. Si bien rechazar dos propuestas constitucionales nos volvió únicos en el mundo, también dimos un ejemplo de madurez democrática en cómo superar momentos de grave crisis.
Sumando y restando, nos sentimos orgullosos de lo que somos. Con lo bueno y lo malo, más del 80% de los chilenos declara sentirse orgulloso de nuestra historia. No es poco. Viva Chile. (La Tercera)
Gonzalo Blumel