La evolución de la crisis sanitaria y la búsqueda de soluciones han planteado múltiples dilemas éticos para las instituciones de salud, empresas, organizaciones e, incluso, para las personas en sus decisiones más domésticas. Resulta particularmente desafiante tomar determinaciones en un escenario tan desconocido, donde deben conjugarse adecuadamente derechos individuales con el bien común, así como objetivos sociales y económicos.
A pesar de que el futuro es incierto, una de las discusiones que se profundizará es el uso de la tecnología para evitar contagios, anticipar comportamientos riesgosos y monitorear desplazamientos. Algunos países han preferido el uso masivo de herramientas biométricas como estrategia para acotar conductas riesgosas. En esta línea, se ha masificado el uso de cámaras de videovigilancia térmicas en espacios públicos y en el transporte, o se rastrea el desplazamiento de las personas valiéndose del GPS instalado en los smartphones o por la información que entregan las antenas. En Chile, esta es una discusión ad portas, ya que las autoridades sanitarias están evaluando el uso de la información que tienen las compañías de telecomunicaciones para reducir la movilidad y evitar así la propagación del virus, lo que plantea un debate profundo que involucra el derecho a la privacidad y la protección de datos personales en aras de un bien que podría considerarse superior: el control de la pandemia.
El retorno a la nueva normalidad planteará dilemas parecidos. Las empresas deberán aplicar test biométricos masivos a colaboradores -y clientes y/o proveedores, para aquellas actividades presenciales- lo que parece validar un nuevo pacto social. Hasta hace unos meses, era impensable restringir la entrada a una empresa a alguien que se negara a realizarse un test médico. Hoy, las compañías deben velar para que sus colaboradores se desempeñen en un lugar seguro, lo que implicará conocer su estado de salud y si están o no contagiados.
Por otro lado, la crisis sanitaria está creando problemas colaterales nuevos, como la salud mental de las personas, afectada por el temor al contagio, el confinamiento prolongado y/o la pérdida de algún familiar. En el futuro, las compañías deberán decidir cómo apoyar la recuperación sicológica de sus trabajadores, salvaguardando su privacidad, pero también comprendiendo que hay problemáticas que deberán abordarse en forma colectiva. Pasar por alto esta nueva realidad tendrá efectos evidentes en las personas, y también implicancias económicas para las empresas, por el aumento del ausentismo, mayores costos laborales y, por consecuencia, obstáculos a la reactivación de nuestro país.
Reflexionar de antemano en cómo abordar estos nuevos dilemas éticos desde la empresa nos permitirá reaccionar a tiempo y preparar a las organizaciones para retornar a la actividad en un ambiente seguro para todos. (DF)
Fernanda Hurtado