“Llamamos a sacudir, una vez más, la pesada normalidad con la que se pretende imponer condiciones políticas antidemocráticas para el desarrollo de este proceso. Los pueblos movilizados lo hemos dicho con plena claridad: la normalidad siempre fue el problema”. Así definieron los 34 convencionales agrupados en la Vocería de los Pueblos su postura ante la Convención Constitucional.
Al decir que la normalidad es el problema, revelan que apuestan desenfadadamente por la anormalidad, el desequilibrio y los desajustes, como si todo ello fuera beneficioso en sí mismo para el pueblo que dicen representar. No hay duda de que están todavía bajo los efectos de la embriaguez que les provocó su elección como convencionales. Sienten que ahora tienen suficiente poder como para repudiar las normas bajo las cuales fueron elegidos, y que incluso pueden ir más lejos. ¿Cuánto más? Lo suficiente para desmontar “la pesada normalidad” que afectaría a Chile. Es, a todas luces, una ansiedad sin orillas.
Detrás del talante de ruptura, hay una especie de fundamentalismo revolucionario, en el que se mezclan consignas que ellos creen novedosas, pero que son muy antiguas, pues están emparentadas con el anarquismo del siglo XIX. Hoy, intentan expresar la opción de una salida drástica para castigar las injusticias de la sociedad. Hay allí una forma de angustia que podría derivar en acciones desesperadas.
Declaran que son los herederos del 18 de octubre, lo cual debe interpretarse como exaltación del voluntarismo y celebración de la acción directa. No sorprende que digan que la revuelta originó el proceso constituyente, de lo cual deducen que la audacia en las calles rinde ganancias. Por eso se preparan para presionar a la Convención, en nombre del pueblo, naturalmente.
Como descubrieron el provecho electoral de presentarse como voceros de la causa antipartidos, ahora quieren participar en las elecciones presidencial y parlamentaria como una especie de “no-partido”, pero con las mismas facilidades que el Congreso les dio para competir como independientes para la Convención. Tienen cabeza y cola de partido, pero dicen que no se inscribirán como tal, simuladores desde la partida.
Proponen establecer la democracia directa en Chile, que no existe en ninguna parte del mundo, y que solo puede asociarse con las técnicas de manipulación usadas por los déspotas como ejemplo de comunicación directa con el pueblo. Benito Mussolini en Italia, y Fidel Castro en Cuba, encarnaron esa forma de ejercer el poder sin mediaciones, sin libertades, sin otro partido que el propio.
Esta corriente tiene derecho a participar en la vida política, por supuesto, pero con las mismas obligaciones que cualquiera otra. Eso implica actuar dentro de la legalidad y rechazar la violencia. La democracia no puede ser ingenua ante quienes no respeten sus reglas. (La Tercera)
Sergio Muñoz Riveros