En junio se cumplen 80 años del desembarco en Normandía que marcó el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial. Ese conflicto enfrentó a las potencias del Eje: Alemania, Japón e Italia, en contra de los Aliados: Unión Soviética, Estados Unidos y el Imperio Británico. La historia siempre se ha preguntado qué llevó a las potencias del Eje a enfrentarse contra una alianza imbatible que combinaba el Ejército más grande del mundo (URSS), la Marina más grande del mundo (UK) y la economía más grande del mundo (EE.UU.), que además los duplicaban en población y controlaban el 90% del petróleo necesario para mover los ejércitos. Si Alemania y sus aliados le hubieran preguntado a un observador imparcial, este les hubiera advertido que iban a perder y que la correlación de fuerzas estaba en su contra. Pero sus líderes negaban la realidad, ignoraban la historia y la economía y estaban invadidos de un narcisismo personal y político patológico. Tomó 6 años de guerra y 50 millones de muertos demostrar lo que era obvio y sacarlos del error y del poder.
La historia enseña que la mezcla de ignorancia y soberbia lleva a las personas a cometer grandes errores. Esto no sería muy relevante si solo afectara sus propias vidas. El drama se produce cuando esas condiciones se reúnen en los líderes políticos porque no solo los afecta a ellos, sino que arrastran a poblaciones y países enteros.
En Chile la generación que nos gobierna impulsaba un nuevo modelo económico y social. El Presidente Boric anunciaba que Chile sería la tumba del neoliberalismo. Nuestro sistema económico nos dio la reducción más grande de la pobreza que registre nuestra historia y sin embargo ellos querían destruirlo, para reemplazarlo por el “otro modelo”. Uno creado por ellos, donde todos los derechos sociales serían gratis, estatales y de calidad, donde las empresas estatales campearían por su éxito, los empresarios corruptos serían reemplazados por funcionarios públicos ejemplares y dejaríamos de producir materias primas para avanzar a través de encadenamientos productivos hacia la fabricación de productos sofisticados y de alta tecnología. Haríamos una empresa nacional del litio y seriamos autárquicos económicamente cerrándonos a los tratados de libre comercio.
Bueno, el resultado de este modelo es desolador. Chile se estancó en un pantano de impuestos, burocracia, corrupción y cesantía. Destruyeron el sistema político, empeoraron y desfinanciaron la educación, las empresas estatales pierden plata (lo que perdieron el año pasado bastaba para reconstruir Viña), la corrupción campea y para qué sigo. Sus ideas no eran originales, eran malas y ya habían sido probadas y fracasado. Si hubieran escuchado o se hubieran informado se habrían enterado de lo que cualquier observador imparcial sabía: que la columna vertebral de su pensamiento estaba equivocada y que iban a fracasar. El Estado no es una organización humana diseñada para prestar servicios de calidad a bajo costo; los funcionarios públicos no son más virtuosos moralmente ni mejores empresarios que el resto de los chilenos; al sur del ecuador no se producen productos de alta tecnología caros de transportar porque el 88% de la población mundial vive al norte del ecuador, es antieconómico fabricar las baterías de litio acá, etc. En fin, el otro modelo chocó con la realidad de la economía, la geografía y la naturaleza humana. Los más viejos hemos aprendido que para ser bueno no hay que ser perfecto, basta ser mejor que la alternativa. Y un modelo basado en la libertad y la inversión privada será siempre mejor y más justo que uno basado en el gasto público y liderado por burócratas.
Las personas normales aprenden de sus propios errores, las inteligentes aprenden de los errores ajenos, pero nuestros gobernantes no aprenden ni de los propios ni de los ajenos y por eso —continuando con el desmantelamiento de la economía libre— proponen subir nuevamente impuestos, violar nuestros derechos personales a la privacidad, la propiedad y a un debido proceso tributario y terminar con la salud privada y la previsión, apropiándose de nuestros ahorros y llevándose por delante el mercado de capitales. Si lo logran, efectivamente Chile habrá sido la tumba de los libres, más que el asilo contra la opresión. (El Mercurio)
Gerardo Varela