J. Coiro: “Obispos chilenos han dicho la verdad del impacto del Caso...

J. Coiro: “Obispos chilenos han dicho la verdad del impacto del Caso Karadima”

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Jaime Coiro, diácono, periodista de la Pontificia Universidad Católica, magíster en Ciencias Políticas de la Universidad de Chile, 51 años, vocero de la Conferencia Episcopal desde abril de 2011, el 18 de enero escribió en su cuenta de Twitter: “Estoy refugiado en el abrazo familiar, el mismo que nos cobijó en Roma en 2015 cuando escuchamos lo que escuchamos. #YoLeCreoALasVictimas A todas las víctimas de abuso”.

Poco antes, Jorge Bergoglio había dicho sus últimas frases antes de abordar un avión rumbo a Perú y poner punto final a su visita a Chile: «el día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia, ¿está claro?», sentenció esa mañana el Papa, dejando una estela de reproches que hasta ese momento habían sido controlados al pedir perdón a nombre de la Iglesia -durante una actividad en La Moneda- por los casos de abusos cometidos por sacerdotes contra menores de edad.

-¿Por qué escribiste ese tuit?

-Fue una impresión personal de un sentimiento compartido por mi familia y también una convicción que es, además, convicción de la Iglesia.

-Cómo católico y diácono ¿te molestó que el Papa dijera que no existían pruebas?

-Me pregunté lo que el Padre Hurtado se preguntaba, eso que el mismo Papa propuso como contraseña de vida a los jóvenes en Maipú: ¿qué haría Cristo en mi lugar? El buen samaritano se hizo prójimo y socorrió a la persona herida sin preguntar, pedir ni esperar nada a cambio. Por eso mi actitud fue pensar en las víctimas y esas palabras me causaron tristeza. Como bien sabemos, días después pidió disculpas por haberlo dicho de ese modo.

-¿Crees que no hay pruebas?

Confío en que Mons. Charles Scicluna, nombrado por el Papa para escuchar a quienes puedan aportar antecedentes, hará su trabajo para el mayor bien de la Iglesia, esa que somos todos los bautizados, el pueblo De Dios.

-¿Cómo evalúas la visita del Papa a Chile?

-Sus homilías y discursos nos han dejado un gran desafío, especialmente a la Iglesia, en el sentido de volver nuestra mirada a Jesucristo, recobrar la esperanza y ser instrumentos del amor del Dios en medio de los que sufren. También tuvo gestos muy relevantes, como su escucha a dos víctimas de abuso por parte de sacerdotes. Los verdaderos frutos de su visita se medirán en nuestra capacidad como Iglesia de ser la Iglesia cirinea y samaritana que nos propuso ser.

-¿Los obispos se han reunido en conjunto con las víctimas de abuso?

-Sí, en una asamblea plenaria en noviembre de 2015, pocos meses después de que entraran en vigencia las líneas-guía “Cuidado y Esperanza” para la prevención de abusos. Hasta Punta de Tralca llegaron dos víctimas que habían sufrido abusos de parte de sacerdotes, relataron el horror de la agresión que sufrieron y cómo esta violencia les cambió su vida. Los obispos escucharon, en respetuoso silencio, a cada una de las personas en el proceso de su relato. Pienso que este fue un momento muy importante para los obispos. Esto era en el marco del proceso de formación que hemos recibido todos los agentes pastorales y que, por supuesto, también han recibido los obispos.

-¿Tú tienes contacto con las víctimas?

-Conozco a personas sobrevivientes de abuso, y por mi ministerio diaconal y por referencias que han dado terceros, han tomado contacto conmigo otras víctimas, en su mayoría violentados en contextos familiares. Es indecible el sufrimiento que estos hermanos y hermanas viven, especialmente quienes no han logrado romper el silencio. Se sienten sucios y culpables del daño, se autoagreden, han sido rechazados, desacreditados y negados en su verdad. Es un mito que el abuso es un problema ajeno a nuestras vidas. Está aquí, junto a ti o cerca tuyo. Es cuestión de ver las cifras patéticas de denuncias de abuso sexual en Chile.

¿Sienten apoyo de parte de la iglesia?

-Hoy mucho más que ayer, sin duda. Al menos en las diócesis, que son la instancia que mejor conozco, hay dos o tres personas que podrán acogerles, escucharles, acompañar su denuncia canónica y ante la justicia civil si fuera el caso. Son personas que podrán decirles “no te preocupes, estás en un lugar confiable, no te dejaremos solos” y, así, encauzar las vías para una reparación. Si bien probablemente no en todas las instancias operan estos modos que la Iglesia ha dispuesto, porque hay tareas con logros a medio camino, el modo de actuar hoy ha variado significativamente. Pero, con toda honestidad, en cuanto a las víctimas de ayer, anteriores a 2015, no estoy seguro de cuán cristianamente les hemos acogido como Iglesia.

Después del Papa

El paso del Papa, al menos, demostró la existencia de más de un alma en la Iglesia y un momento de enfrentamiento entre varios de sus miembros y autoridades. Mientras Barros estaba cerca de Francisco, el sacerdote Mariano Puga estaba entre los laicos de Osorno que protestaban contra el obispo, acusado de callar ante los abusos de Fernando Karadima. Jaime Coiro sabe que esa imagen es una muestra potente de una época.

-No se puede obviar que el paso de Jorge Bergoglio mostró dos almas en la iglesia que no solo coexisten sino que se empiezan a confrontar…

-No solo dos. La Iglesia está conformada por una infinitud de personas que compartimos una fe común, pero que tenemos diversas miradas y matices respecto de los asuntos opinables. Cada bautizado y bautizada somos invitados, cada uno, a ejercer nuestra vocación en la Iglesia, desde nuestras realidades, carismas y singularidades.

– El sacerdote de Osorno, Peter Kliegel, en una dura carta después de la visita del Papa, dijo que la discrepancia entre las palabras y las actitudes de la jerarquía llegó al límite de lo permisible. ¿Es una critica que escuchas constantemente?

-La base de la vida de la Iglesia la constituyen los laicos y laicas, son los que renuevan día a día la vida de parroquias y capillas. A los pastores corresponde acompañar, conducir, apoyar la misión evangelizadora. El Papa Francisco ha llamado a los obispos a ser “pastores con olor a oveja”. Todos los clérigos estamos llamados a servir con humildad y también a recibir las críticas que con respeto y fraternidad nos hacen saber nuestros hermanos y hermanas. A veces resulta injusto que se atribuya a toda una “jerarquía” o a todo un Episcopado situaciones particulares, hacia las cuales también los mismos obispos tienen legítimas aproximaciones diversas.

-¿El obispo Barros se ha equivocado al persistir en quedarse en su puesto?

-No le corresponde a la Conferencia Episcopal emitir ese juicio.

-¿Qué efectos tuvo para ti lo que viviste en mayo de 2015 en Roma, cuando el Papa te dijo que en Osorno sufrían por tontos?

-Fue un gran impacto en su momento para toda mi familia, lo mismo cuando después se conoció el video, junto a especulaciones sobre mi participación en los acontecimientos. Yo valoro y celebro el aire fresco que Francisco ha traído a la Iglesia, doy gracias a Dios y rezo por él, por su ministerio, pero en este particular episodio de 2015, me parece que casi todos perdimos un poco. Con mucha franqueza puedo asegurar que el mal rato no me inhibió un ápice. Mi voluntad de trabajar con pasión en una Iglesia que escucha, anuncia y sirve, en una casa de comunión donde todos tenemos un rol por cumplir, esa voluntad sigue intacta.

-¿Le mintieron al Papa y por eso manda un nuevo representante a hablar con las víctimas?

-Doy fe de varios obispos chilenos que, no una vez, han expresado con toda claridad al Papa y a sus colaboradores la dolorosa verdad del impacto del caso Karadima en la Iglesia en Chile, algunos de ellos lo han expresado públicamente. Yo prefiero ver esta decisión como una disposición de su “corazón abierto”, como él mismo ha dicho en su vuelo de regreso a Roma, para acoger nuevos testimonios y antecedentes que pudieran surgir, esta vez sobre la situación particular de monseñor Barros.

-¿Cuál ha sido tu relación con Barros desde que lo nombraron?

-He podido hablar con él con franqueza, he concelebrado con él la eucaristía en las asambleas plenarias. Reconozco que la situación ha presentado algunas tensiones. Sin embargo, Monseñor Barros es un obispo de la Conferencia Episcopal de Chile y como tal, me he relacionado con él en todo lo que corresponde a mi función.

El futuro

Jaime Coiro cree que la iglesia actualmente, a pesar de su complejo momento, sigue en la calle y que no se contrapone con esa iglesia acogedora que combatió la dictadura. “Hay misiones relevantes que la Iglesia cumplió en dictadura y sigue cumpliendo hasta hoy. Sigue en las poblaciones: ayer organizaba ollas comunes, hoy ayuda a dignificar a los más vulnerables en medio del dominio de las redes de narcotráfico; ayer y hoy está presente en las cárceles, junto a los privados y privadas de libertad, en los hospitales y lugares de dolor. Probablemente esa Iglesia presente ha sido más invisibilizada. En la de la ayer y en la de hoy la Iglesia es sacramento de salvación: bautiza, enseña la fe, integra a la comunidad. Y eso lo ha hecho incluso en las circunstancias más desfavorable. Su papel hoy lo propone claramente el papa: salir a las periferias, fortalecernos en el servicio a los desvalidos, ayudar a recobrar la esperanza y ponernos al lado de los últimos y excluidos”.

-¿En ese camino, cuál debería ser el rol del próximo arzobispo de Santiago?

-La misión de la Iglesia es siempre, en todo lugar, anunciar, a tiempo y a destiempo, que Jesucristo es una buena noticia, que nos ofrece sentido y plenitud a nuestras vidas. Esa es la misión también de los pastores. La Iglesia de Santiago, con su particularidad, su historia y sus propios desafíos, está caminando hoy en esa ruta, junto a su pastor.

-Al igual que otras instituciones, la Iglesia ha caído en su credibilidad. ¿Cómo se recupera de eso?

-Efectivamente la Iglesia Católica ha caído en su credibilidad debido a los diversos procesos de cambio en la sociedad y también por el impacto de los escándalos de abuso. Sin embargo, la gente se siente cercana y confía en los referentes locales de la Iglesia en la comunidad (párrocos, consagrados, etc.). Más allá de esa distinción, la Iglesia solo se hace creíble cuando se vuelve parecida a Jesús y desde esa coherencia reconfigura sus relaciones con las personas en la vida cotidiana. La Iglesia creíble es la que acompaña y reconforta, no la que prohíbe y discrimina; la Iglesia creíble es la que bebe de la riqueza comunitaria, no la que se encierra en liderazgos individuales; la Iglesia creíble es la Iglesia Pueblo de Dios que formamos todos los bautizados, la Iglesia “pobre para los pobres”, como ha pedido el papa Francisco; y la Iglesia servidora, instalada en el dolor como un hospital de campaña para curar heridas sin exigir certificados.

-Una de las críticas es que a veces cuando hay sacerdotes acusados, solo se hacen enroques o siguen incluso oficiando misas, privadas o para grupos selectos. ¿Ha cometido un error la iglesia en no ser más severa?

-Hemos dicho, desde la Conferencia Episcopal, que el caminar para sanar las heridas ha sido un aprendizaje. Las situaciones de abuso al interior de la Iglesia han generado un daño inconmensurable. Las instancias regulares de la Iglesia no estaban preparadas para dar respuesta suficiente y poniendo en primer lugar a las víctimas. La labor del Consejo Nacional de Prevención que ha encabezado Monseñor Goic ha ayudado a sensibilizar y a instalar un proceso gradual de conciencia, que implica una nueva cultura eclesial de horizontalidad, de promoción de relaciones y ambientes seguros. También ha sido un aprendizaje respecto de las formalidades jurídicas y de la comunicación transparente oportuna de los términos de los procesos.

-¿Cómo se compatibiliza la prevención de abusos con ser apoderado de un colegio jesuita, por ejemplo, en el ojo de huracán recientemente?

-Mis hijos han podido crecer y ser felices en los ambientes educativos de dos colegios de la Compañía de Jesús. Los sacerdotes jesuitas que hemos conocido más de cerca, han sido fuente de gran apoyo a nuestra familia. Ahora bien, en el tema de la prevención de abusos, me queda la sensación que a las comunidades educativas en general a veces nos cuesta ir a los temas de fondo en la prevención. Me incluyo en primera persona porque los padres y apoderados somos parte de las comunidades educativas y no clientes. A veces pensamos que bastan los manuales y protocolos, las cámaras de vigilancia y un par de charlas, y no siempre nos hacemos las preguntas de fondo que son cómo favorecer ambientes sanos y seguros y cómo alertar, evitar, detectar y prevenir abusos de poder, que son la antesala del abuso sexual. Esto es especialmente delicado cuando las comunidades de consagrados se vinculan con familias que, a su vez, constituyen redes de poder.

-¿Cómo crees que han enfrentado el tema los jesuitas, sobre todo la información respecto a sus propios casos de abuso?

-Antes de ir a la pregunta, me llama la atención que algunos casos sean tratados mediáticamente con doble vara según la corriente u origen de los abusadores. Además de desconocer la realidad del abuso esto es una bofetada a las víctimas. Sobre la pregunta misma, para la Iglesia en general ha sido difícil enfrentar, sobre todo, la comunicación pública de estos casos. Es de esperar que el aprendizaje vivido ayude a actuar a tiempo, tanto en la acogida a víctimas como en una comunicación más oportuna, no solo en atención a las víctimas sino también por respeto a la comunidad a la que las instituciones sirven. Una de las cuestiones particulares en las que estamos al “debe” es el sentido de las medidas cautelares, que pierden su propósito cuando no se informan o solo se comunican a los directamente involucrados. Otro tema pendiente es el de los abusos a adultos vulnerables, que el Papa está aludiendo constantemente cuando habla de abuso a menores. Es gravísimo abusar de adultos en situación de especial vulnerabilidad económica, de salud, emocional, o de dirección espiritual.

El Mostrador/Emol

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