Lo ocurrido en la Comisión Experta demuestra cómo la apertura al diálogo no deja de ser, muchas veces, una simple consigna o la exigencia de un sector que mira al otro desde una falsa superioridad moral.
A principios de abril se aprobó un texto de consenso entre los 24 expertos, dejando atrás el maximalismo refundacional de la pasada Convención. Era una buena señal. Pero, al parecer, no duró nada. A los pocos días se ingresaron centenares de indicaciones a través de las cuales el oficialismo se arrepentía de lo acordado buscando cambios esenciales. Quizás la positiva evaluación transversal que hubo del documento aprobado los hizo dudar. Si la derecha estaba conforme, algo tenía que estar mal.
La Comisión Experta decidió postergar las votaciones de esas indicaciones hasta después de la elección de consejeros. Extraño que un órgano técnico quisiera esperar el resultado electoral para tomar sus definiciones. Pero si lo hizo, lo razonable era que hubiera escuchado la voz de la gente. Si no, ¿para qué suspendió su trabajo?
El 7 de mayo, como en toda elección, hubo vencedores y vencidos. El oficialismo fue categóricamente derrotado, por tanto, a partir de ese día debería haber mostrado mayor disposición al diálogo y no menos. Sin embargo, decidieron seguir como si nada hubiera pasado. Se atrincheraron en sus indicaciones presionando para correr el umbral de lo acordado en la primera etapa del proceso. En vez de mostrar mayor apertura hacia las ideas de la oposición, que fueron las preferidas por la ciudadanía, decidieron encerrarse en las de ellos que fueron claramente minoritarias.
Hubiera sido una buena señal, post resultado electoral, que los expertos de izquierda hubieran retirado sus indicaciones para quedarse con el texto consensuado originalmente. Pero optaron por seguir con un debate encapsulado.
La izquierda cuando gana impone su voluntad. Y cuando pierde, siempre lo intenta. Salvo que exista la decisión de enfrentarla sin complejos.
La derecha, en cambio, ha estado siempre abierta al diálogo. En la Convención, como minoría, levantando propuestas y buscando ser incorporados a un debate en el que nunca se le quiso incluir. En el próximo Consejo, con mayoría, es evidente la disposición a buscar un texto que una y no divida. Y en la Comisión Experta, con empate, es la derecha la que, a pesar de haber enfrentado, en la práctica, un desconocimiento al acuerdo inicial, sigue buscando caminos de entendimiento. El que reprueba una y otra vez en materia de diálogo y consensos es el oficialismo: cuando gana, cuando empata y cuando pierde. Los procesos son válidos y democráticos solo si sus posturas se imponen. La amenaza de tirar el mantel está siempre ahí presente.
“Abiertos al diálogo”, “tender puentes”, “salir de las trincheras”, son ejemplos de frases que han pasado a ser declaraciones vacías porque todos las repiten, incluso aquellos que con sus acciones las contradicen. El Presidente Boric habló un día en la mañana de “dialogar hasta que duela”, y en la tarde comunicó, por cadena nacional, su monólogo sobre la política nacional del litio. Muchos de los que se ofrecen de “puentes” no saben para qué ni entre quiénes. Poco atractivo cruzar por ahí. Salir de las trincheras es lo que siempre se le exige a la derecha. Pero, mientras tanto, la izquierda se mantiene cómodamente en las suyas.
A partir del 7 de junio el poder pasará al Consejo Constitucional. Si el oficialismo en la Comisión Experta decide seguir ensimismado como si las elecciones hubieran sido un ritual vacío, serán los consejeros elegidos por votación popular los que tendrán la responsabilidad de mejorar el texto para que le haga sentido a la gente. Ese y no otro es su mandato. Su tarea no es dejar contento a quienes persistan en propuestas que la ciudadanía ha rechazado ya dos veces en menos de un año.
Al cierre de esta columna, expertos de izquierda negaban el derecho de cada persona a elegir la institución que administre sus ahorros previsionales, y la propiedad, heredabilidad e inexpropiabilidad de los mismos. El ejemplo es importante porque ese fue un derecho que los chilenos defendieron con fuerza en el rechazo del 4 de septiembre. Que afán el de algunos de seguir haciendo como si la gente no existiera y fuera solo mera espectadora de una política ensimismada y un oficialismo atrincherado. (El Mercurio)
Marcela Cubillos