Nunca antes se habló más de diversidad en Chile, del valor de una sociedad que respeta la diferencia y reconoce en el ser humano un registro muy amplio de opciones de vida, aspiraciones, opinión política, espiritualidad, etc. Y nunca antes el discurso político estuvo más dominado por la caricatura, que lo convierte todo en prototipos, a los que se ridiculiza o criminaliza según sea necesario para “instalar” un mensaje.
Si la diversidad es amplia, respetuosa y democrática, la caricatura es minúscula, atropelladora y totalitaria. Ambas son, desde luego, incompatibles, pero el doble estándar alcanza niveles para la risa, porque son precisamente los máximos exponentes del discurso de la diversidad quienes se han convertido en los caricaturistas más avanzados de Chile. Si usted critica la Ley Zamudio, entonces es un homofóbico; si le huelen mal las farmacias populares, es un ser despiadado, defensor del mercado a costa de la salud de los más pobres; y si tiene la tupé de expresar una mínima duda sobre la gratuidad en la educación superior y prefiere el probado sistema de becas, es que avala la “desigualdad”.
Expertos en caricaturas hay en la izquierda y en la derecha; me muero del pudor cuando escucho a veces a representantes de mi sector que, con el afán de simplificar su posición o de convertirse en héroes de pequeños grupos que aseguren su reelección, terminan degradándose a sí mismos. Pero convengamos que es la izquierda la máxima exponente de la caricatura y que ha sido en el gobierno de la Nueva “Mayoría” cuando se ha oficializado como modelo de comunicación con la ciudadanía.
Veamos. Sólo los poderosos de siempre se oponen a la reforma tributaria. De los colegios privados egresan idiotas, que luego dominan al país desde una elite social y económica. Los padres que matriculan a sus hijos en colegios particulares subvencionados son ignorantes, se dejan seducir por el arribismo y por el nombre en inglés del establecimiento. Las críticas a las reformas son parte de una conspiración para hacer fracasar al Gobierno y a la Presidenta Bachelet, quien, a su vez, es víctima del machismo.
Observo dos objetivos en el discurso caricaturizado de la izquierda, que van muchísimo más allá de razones técnicamente comunicacionales (exagerar los flancos del adversario y simplificar el mensaje).
El primer objetivo es anular a un sector de la sociedad que no está compartiendo las verdades reveladas que impone el oficialismo y ese pequeño pero poderoso Chile que se ha instalado como un Tribunal de Disciplina en foros, redes sociales o simplemente en la calle. La señal es clara y han tenido éxito: que sólo un par de locos, capaces de soportar el ataque de una manada de jueces de la moralina en Twitter, se atreva a cuestionar la necesidad de una nueva Constitución, el sindicalismo extremo o la estatización y la mediocridad en la educación.
El segundo objetivo es estructural y desde mi punto de vista amenaza la convivencia democrática y, por tanto, las perspectivas del verdadero progreso. La caricatura es funcional a la dialéctica, el motor filosófico de la izquierda marxista, que exige confrontarlo todo entre sólo dos polos: la naturaleza, las aspiraciones, las relaciones humanas, la posición socioeconómica, etc.
La dialéctica funciona de la siguiente manera en la práctica política cotidiana de la izquierda, cuya influencia es preponderante en la Nueva Mayoría y en el gobierno:
- Al rico (siempre malo) se opone el pobre (siempre bueno).
- A la plusvalía (siempre abusiva) se opone el Estado del Bienestar (siempre solidario).
- Al empresario (todos explotadores) se opone el trabajador (todos explotados).
- A la mujer (víctima) se opone el hombre (abusador).
- A la libertad (un deseo burgués) se opone la igualdad (la aspiración proletaria).
Me pareció que este segundo y más importante objetivo está muy bien retratado en una de las conclusiones del XXIV Congreso Nacional del PC, del 2011:
“Por otra parte, el Congreso da cuenta de nuevas formas de dominación y explotación que ameritan de un análisis mucho más detallado. Se inscriben allí nuevos sectores de la economía que, produciendo plusvalía, generan también el sustento familiar a partir de una economía básica y de supervivencia. Aparece allí el concepto de ‘emprendedor’, ‘emergente’, ‘clase media’ y otras categorías distractivas que apuntan a fortalecer un proceso de desclasamiento de los trabajadores”.
En síntesis: la caricatura es una fórmula efectiva (porque apunta a las emociones y prejuicios, saltándose la razón), para instalar la confrontación, esencial en la lucha marxista. Por ello es clave para el PC, partido regalón de la Presidenta Bachelet y el que controla la CUT y el Colegio de Profesores, derribar las “categorías distractivas” a las que se refiere en el párrafo anterior, esa diversidad que fue multiplicándose en las últimas décadas en Chile y que está expresada en la clase media con aspiraciones; en las pymes, que surgen del espíritu emprendedor; en los liceos bicentenario, que potencian el talento de los niños más pobres; en los colegios subvencionados, que se abrieron como opciones intermedias entre el colegio público y el privado; y en miles de hombres y mujeres que se han convertido en técnicos y profesionales de primera generación y que, aún cuando no son empresarios, se niegan a inscribirse en la categoría de trabajadores explotados.
Ese Chile, diverso, de ojos grandes y desprejuiciado, de aspiraciones inquietas, que se abrió al mundo con algo de arrogancia tras años muy duros, que hoy exige mejores políticos, mejor gestión y más transparencia y que no se compra con la facilidad de antes la retórica instigadora de la izquierda; es el opuesto al Chile uniforme y confrontado que durante los últimos dos años se nos ha querido imponer.
Hay algo importante detrás de una simple caricatura. Al menos yo, no voy a ceder.