En Deutsches Requiem, Borges dice: “No hay debate de carácter abstracto que no sea un momento de la polémica de Aristóteles y Platón; a través de los siglos y latitudes, cambian los nombres, los dialectos, las caras, pero no los eternos antagonistas”. Imposible no recordarlo al ver el curso de la elección presidencial que se verificará en una semana más.
Finalmente, los chilenos parecen haber entendido mayoritariamente que estamos en una encrucijada, la que plantea la violencia semanal en Plaza Baquedano: ¿Queremos un nuevo país, con un nuevo modelo económico y otra estructura social o preferimos recuperar el orden, el respeto a la ley y la seguridad individual?
Quienes mejor encarnan cada una de esas alternativas parecen encaminarse a la segunda vuelta y puede ocurrir que hagamos algo que podría definirse como una suerte de esquizofrenia social, esto es que un año después de haber elegido una Convención Constituyente para impulsar el más radical cambio al colectivismo, la mayoría elija ahora al defensor del proyecto del orden para gobernar el país.
En sus principios ambos proyectos son incompatibles, y si cada uno entiende esos principios como intransables en una extensión y contenidos que hace imposible arbitrarlos, podemos encaminarnos a una polarización de impredecibles consecuencias. Pero ese no es un sino fatal, dependerá de los respectivos liderazgos el no volver a repetir los errores que nuestra clase dirigente cometió a fines de los dos siglos precedentes.
Por eso, también parece que el PC no termina de decidir qué prefiere, si ser segundón en el gobierno -ya lo es en la Convención, aunque se ha manejado con extraordinaria habilidad- o liderar desde la oposición. El episodio Nicaragua, junto con otros, demuestran su completa falta de sutileza respecto del proyecto presidencial de Boric, así como sus matices internos.
En la derecha, por su parte, se ve cada vez con más claridad lo fuera de tiempo y lugar en que ha quedado ese buenismo que optó por el Apruebo o renegó de aspectos esenciales del modelo de desarrollo, escudándose en una supuesta vocación “social”. Es que, finalmente, se aprecia cada vez con más claridad que el electorado reconoce en la derecha la combinación inseparable de valores que conforman el imperio de la ley y la libertad individual.
La Concertación, lamentablemente, comienza a perderse en la noche de los tiempos y sus dirigentes harán lo que siempre han hecho, rendirse a la intimidación que le inflige la extrema izquierda. Así, algunos votarán abiertamente por el cambio y otros lo harán por el orden, pero guardando sepulcral silencio sobre esa opción.
Al final, como dice lúcidamente Borges, en el voto de segunda vuelta solo habrá dos nombres: Platón y Aristóteles. Estamos condenados a dirimir entre esas opciones, así como los intentos de articular un aristotelismo platónico a disolverse en su falta de sustancia. (La Tercera)
Gonzalo Cordero