La cuenta del Presidente Boric ante el Congreso Nacional fue el acto de asunción del mando del Estado por una generación que se formó en la sospecha y rebeldía hacia este. Tomar el mando del Estado es hacerse cargo del orden; es asumir la responsabilidad de garantizar la paz. Un peso que han contraído todas las generaciones que han conseguido dejar una huella histórica que supera el testimonio, partiendo por O’Higgins y los padres de la Patria.
Asir las riendas del Estado ofrece la oportunidad de fijar objetivos, movilizar energías, colocar agenda. Pero implica también asumir la continuidad; hacer propias las deudas y dolores acumulados, así como las promesas incumplidas.
El Estado es un enorme y viejo navío que ya lleva un rumbo que es difícil de alterar, no una embarcación ligera que se puede mover a voluntad. Quien tome el timón debe saberlo, o aprenderlo con prontitud para que sus intenciones no sean vanas.
Ante el Congreso, el Presidente Boric mostró tener claro su lugar, así como la tarea que tiene por delante. Su gobierno se ha encontrado con una sociedad que es muy distinta a la imaginada. El principal actor social son los dueños y choferes de camiones que exigen seguridad para trabajar. Las festivas marchas estudiantiles de ayer han sido sustituidas por los overoles blancos. La exigencia de una reforma del sistema de pensiones va a la par de garantías sobre la propiedad y herencia de los ahorros individuales. La ilusión de una nueva Constitución se ha visto empañada por una nube de desconfianza ante su desmesura.
La principal demanda hacia el Estado es hoy contener la violencia y la delincuencia, controlar el caos y el desorden, encarar al miedo y la incertidumbre. Si no es capaz de responder a estas necesidades esenciales, no hay manera de que pueda asumir con eficacia su rol en los campos social y económico, como lo pretende la nueva Constitución y lo desearían los nuevos gobernantes.
Los liderazgos son recordados no por lo que pretenden, sino por lo que deben afrontar. Lo que les ha correspondido a las fuerzas que hoy ejercen el gobierno es, por encima de todo, salvar al Estado de la bancarrota, entendiendo por bancarrota la impotencia para salvaguardar el orden público y proveer la paz. La tarea no es fácil para nadie, menos para una generación política que ha tenido una relación conflictiva con el pasado, el orden, la continuidad, la gestión del Estado. Llegaron al poder gritando “No al lucro”; tendrán que ejercerlo convocando a un “No a la violencia” en todos los planos de la vida. Nadie ha dicho que el destino sea justo: es lo que les tocó.
“Es necesario acordarse que la guerra es un infierno, pero bello”, advierte Alessandro Baricco en su Homero, Ilíada. Por lo mismo, “la tarea de un pacifismo verdadero tendría que ser hoy no tanto demonizar hasta el exceso la guerra, sino comprender que solo cuando seamos capaces de otra belleza podremos prescindir de la que la guerra, desde siempre, nos ofrece”.
Esta es la misión de la generación en el poder: ofrecer “otra belleza”, especialmente a los jóvenes; una superior a la perversa belleza de la violencia. (El Mercurio)
Eugenio Tironi