Otra cara de la «posverdad»

Otra cara de la «posverdad»

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La “posverdad” (post-truth) es, sin duda, un término de moda que cada vez más frecuentemente se utiliza para adjetivar aspectos nebulosos de la política, la economía o las comunicaciones. Las primeras definiciones hablan de aquello relacionado con una situación en las que las personas aceptan, con mayor probabilidad, argumentos basados en sus emociones y creencias personales por sobre aquellos fundados en hechos y análisis objetivos.

Es toda una novedad que el concepto de “posverdad” pueda servir para hablar de nuestra Reforma a la Educación Superior. Lamentablemente a la luz de los procesos y resultados preliminares pareciera ser que es así.

Sólo en el mundo de la “posverdad” se puede llegar a entender que el Proyecto de Reforma valore el sistema mixto de educación superior que tiene Chile, pero que sólo busque potenciar un sector de ese conjunto. La promoción se concentra en la educación estatal, mientras que la fiscalización se enfoca en la privada.

La misma iniciativa política contempla que para Chile, el concepto de universidad corresponderá, en un futuro no muy lejano, a un Institución compleja. Se asume una verdad que no es tal: que sólo las universidades que desarrollan investigación avanzada pueden llegar a desempeñar sus funciones con calidad.

Sólo el predominio de la “posverdad” puede llevar a creer que en 20 años el sistema de educación superior chileno llegará a cumplir la meta que plantea el Proyecto. Los expertos más positivos dicen que hoy el 10% de las instituciones la cumplen, otros afirman que sólo son tres universidades en todo Chile. A estos datos preliminares habría que añadir dos preguntas claves: ¿Cuánto se han demorado dichas universidades en llegar a este nivel?, ¿Cuántos recursos han recibido estas universidades públicas y privadas, a lo largo de su historia, por parte del Estado? Un análisis serio –que se cuida de la “posverdad”- no se hace en base a una fotografía del momento y al cuidado de una imagen, sino considerando críticamente una trayectoria. Hoy se fija una meta, pero no se propone ningún tipo de apoyo para que las universidades lleguen a ella; como si arribar a la complejidad (que por cierto aún no está definida en cuanto a su alcance) fuese un ejercicio de mero voluntarismo.

Resulta paradójico –en este contexto- que el punto de partida para toda universidad sea la búsqueda de la verdad, pero también resulta esperanzador pues la universidad ha llegado a ser lo que es –transitando y siendo luz incluso en épocas muy oscuras- precisamente por su fidelidad profunda a su vocación primera. (La Tercera)

Cristian Nazer

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