La primera cuenta pública del Presidente Boric fue más que nada una hoja de ruta, muy bien expuesta, de su gobierno. El problema de don Gabriel, no es su intención, es el tiempo. Hereda una cantidad de “problemas viejos” no resueltos, y que quisiera resolver en estos cortos cuatro años.
Partamos por La Araucanía. Primero, el catastro de tierras a entregar: todas ya tienen un dueño y no son culpables de hechos ocurridos hace más de 100 años. Hay derechos superpuestos, de diferentes fechas y orígenes, y postulantes históricos -y cómo no- otros nuevos, al amparo de futuros beneficios potencialmente importantes. Luego, está “el diálogo” con una etnia, que no ha reconocido nunca a un “primus inter pares” desde Lautaro. Y la dificultad de saber, en forma más o menos precisa, quiénes componen dicha etnia, en cada zona, donde el mestizaje es la norma (¿habrá un fichaje de ADN?). Todo tomará mucho tiempo, paciencia y recursos.
Entregar bienestar en la zona es más fácil de decir que de lograr. Las obras públicas, los hospitales y las escuelas no aparecen de un día para otro: pasarán por aprobar un presupuesto, luego licitar y después iniciar obras. O sea, con alguna suerte, se terminan y ponen en marcha en lo que falta de este gobierno. Mientras tanto, solo veremos retroexcavadoras y tacos. Transformar el aparato de salud, tampoco es corto. ¿Quién llenará el espacio de las odiadas Isapres y financiará toda la estructura de la salud privada? Y lo mismo ocurre con la educación privada primaria, secundaria y universitaria: el Estado no tiene la capacidad para reemplazarla, ni en recursos, ni en personal, para qué decir su capacidad de administración.
Y esos, son solo algunos de los “problemas viejos”. Porque aparecieron dos “problemas nuevos”, que nadie había considerado. Uno es la Constitución, y el otro la inflación.
De la Constitución, lo que salga el 4 de septiembre deberá ser modificado. Si gana el Apruebo, será sometida de inmediato a ajustes por su incoherencia de origen y su falta de prolijidad. Si gana el Rechazo, es para modificar la actual. En ambos casos una negociación muy larga, con un Parlamento díscolo, dividido y sin mayorías claras. Y no se ve cómo, un proceso así, se resuelva antes del 2026.
Y la inflación. En parte culpa del Covid, de la guerra de Ucrania y de trillones de dólares tirados al mundo por todos los países, para evitar una catástrofe mayor. Y por culpas propias: los 10%, las ayudas, los subsidios y el mayor gasto fiscal.
La inflación solo se para con un Banco Central duro (altas tasas de interés) que frenan el gasto y la inversión. Dañan el empleo, hieren a empresarios y a consumidores. Y la propia inflación, que corroe los ingresos -en particular de los más pobres- reduciendo su consumo y con ello las presiones de gasto, en un cruel “ajuste automático”. Y el proceso no es corto. En los 80, Volcker subió la tasa de la Federal Reserve del 9 al 20%, produjo una recesión brutal, y solo tres años después la inflación bajó del 8 al 3% normal. Por lo tanto, la normalización de la inflación (con todos sus males inherentes), suponiendo un Banco Central muy duro, tomará fácil hasta el 2026, si no hay más contratiempos.
De modo que, ¡¡¡paciencia chilenos!!! Tenemos un largo camino por delante, tanto en los problemas viejos, como en los nuevos. (La Tercera)
César Barros