La semana pasada -a solo días de la elección presidencial- se cumplieron 76 años de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabriela Mistral. Ello me recordó el poema homónimo de esta columna, en el que nuestra poetisa da cuenta que Chile es un país hecho de cosas que no son país, de sueños e ilusiones que se frustraron, y a las cuales se apela en cada nuevo ciclo electoral.
“País de la ausencia/extraño país/más ligero que ángel/y seña sutil/color de alga muerta/color de neblí/con edad de siempre/sin edad feliz”.
El contrapunto entre el ángel y el neblí es ilustrativo. Mientras el primero predispone al optimismo, a algo positivo, el segundo designa a un ave de rapiña y a la idea fantasmal de la neblina, a algo que empuja esa sensación de frustración, de metas incumplidas y sueños no realizados. Mucho de ello se juega en estas elecciones. Quizás por lo mismo conviene conocer la experiencia del exiliado venezolano Leopoldo López, quien visitó Chile para alertar cómo la dictadura se instaló en Venezuela precisamente desde la propia democracia.
En un conversatorio de la Universidad Adolfo Ibáñez, señaló que democracia, libertad y estado de derecho son conceptos que no dicen nada hasta que se pierden. Son como el oxígeno que no se ve, pero cuya ausencia nos ahoga. Además, recalcó la importancia de preservar la institucionalidad y asegurar la autonomía de los poderes públicos, pues “su deterioro progresivo culmina en la amputación completa de los derechos”, al punto que en Venezuela el estado se transformó en una estructura de crimen organizado cuya economía “es como el dark web, que se alimenta por el narcotráfico, el terrorismo, y el contrabando”.
Toda democracia requiere reglas de juego equitativas cuya legitimidad presupone el pleno respeto a quien no es parte de la mayoría, algo que ha estado ausente del proceso constituyente, y que muchos esperaban ratificar en la pasada elección parlamentaria. Sin embargo, la ciudadanía fue más sensata y optó por un virtual empate que nos alejó de esa pretensión avasalladora. La elección presidencial puede consolidar esa determinación. Los dos años que mediaron entre la extrema violencia desatada en octubre de 2019 y estas elecciones, como en el poema de Mistral, dieron cuenta que los chilenos aspiran a un país distinto, en orden, paz y libertad.
El temple de Chile puede superar el inhóspito paisaje de la violencia y, nuestro voto, frenar aventuras totalitarias similares a la de Venezuela, Cuba y Nicaragua. En palabras de la hoy convencional Patricia Politzer, quien en 1984 escribió “Miedo en Chile”, debemos “construir una democracia en serio, sin verdades absolutas, sin ideologías que estén por sobre las personas” y “sin que se denigre o descalifique, simplemente porque el otro es diferente o no piensa del mismo modo”. El futuro Presidente tendrá en ello una gran responsabilidad. (La Tercera)
Gabriel Zaliasnik