Para que viva Chile, todo Chile-Julio Isamit

Para que viva Chile, todo Chile-Julio Isamit

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Es permanente la crítica de que Chile no es un país sino que una gran capital. Un niño que nace en Santiago tiene -comparativamente hablando- más oportunidades de acceder a mejores colegios y universidades; a un mejor sistema de salud; a una más amplia y compleja oferta cultural, entre otras muchas cosas. Esto es un hecho, una triste realidad que lamentablemente se ha profundizado en los últimos años. El tema de fondo es cómo la autoridad política enfrentará la situación para que verdaderamente el progreso del país llegue a todos los rincones de nuestra gran nación.

El progreso de los países no sólo se mide por el bienestar económico que experimentan sus habitantes -que por cierto es muy importante-, sino por el grado de complejidad que alcanza una sociedad y la calidad de vida de sus habitantes. A modo de ejemplo, Estados Unidos es uno de los países más avanzados del mundo no solo por los altos índices de desarrollo que muestra su economía, sino también por la solidez de sus instituciones, la formación cívica de sus habitantes, la vitalidad de su sociedad civil y la importancia de las comunidades locales en el progreso de la nación.

El sábado pasado tuve la oportunidad de visitar La Serena para participar en un foro sobre  los desafíos de la libertad, organizado por el Leadership Institute Chile. En la ocasión pude compartir con más de 100 jóvenes de la región, interesados en desarrollar diversas iniciativas de la sociedad civil. La pelota ahora está en su cancha: tendrán la difícil tarea de invitar y convencer a más personas, de levantar los recursos necesarios para sus proyectos y, por sobre todo, de perseverar en su empeño. Si perseveran contribuirán a fortalecer la sociedad civil de sus ciudades y a cambiar la cara de su región, porque no hay nada más centralista que esperar a que Santiago lo haga por ellos.

En un país en que nos hemos acostumbrado a las malas noticias, llena de alegría saber que cientos de jóvenes se preparan para prestar un mejor servicio a sus comunidades en un futuro próximo. Sin ir más lejos, este lunes y martes me tocó estar con universitarios en Valdivia y Puerto Montt, discutiendo sobre el compromiso público, la educación y la necesidad urgente de involucrarse activamente.

En momentos en que un supuesto clamor popular exige una mayor presencia del Estado en la resolución de nuestros problemas, la respuesta de los partidarios de la libertad debe ser firme y decidida. Doctrinalmente, el Estado debe limitarse a las tareas que le son propias y promover subsidiariamente la activa participación de las personas y sus agrupaciones en la consecución del bien común. Esto cobra especial relevancia en la práctica, ya no por la acción del Estado sino por la acción de los particulares.

En su famoso discurso inaugural, el Presidente John F. Kennedy interpelaba a sus compatriotas diciéndoles que no debían preguntarse qué podría hacer el país por ellos, sino preguntarse qué podían hacer los ciudadanos por su país. Quizás podríamos cuestionarnos con una pregunta similar: ¿qué puedo hacer yo en mi comunidad y en mis circunstancias para promover el bien común, para tener logros visibles que beneficien a la sociedad?

Los padres que se quejan del colegio de sus hijos, ¿participan también del centro de padres o se limitan a pagar la mensualidad? Los estudiantes que se movilizan por una mejor educación, ¿ponen el mismo empeño para la realización de sus trabajos o el estudio de sus exámenes? La gran mayoría que dice rechazar al gobierno y sus reformas, ¿considerará relevante ir a votar en las próximas elecciones? Como estas, podríamos formular muchas otras preguntas. Pero la ley del mínimo esfuerzo no es respuesta para ninguna de ellas. Chile, todo Chile, será mejor si nos comprometemos activamente en su progreso social. (El Líbero)

Julio Isamit

 

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