Para las elecciones presidenciales de noviembre se habrán cumplido dos años del “Estallido Social” y de la, a mi juicio, mucho más relevante “marcha del millón”, ocurrida una semana después. ¿Cuál es el diagnóstico? ¿Cuáles son las lecciones? Voy a partir por la primera pregunta. Para superar el malestar es necesario primero entenderlo.
Una vez hecho el catálogo de posibles causas, el que haya ocurrido una especie de rebelión, en contra del camino que estaba siguiendo el país, no parece tan sorprendente. Es que se acumulan muchos temas, varios de ellos identificados por las ciencias sociales como gatillos de rebeliones, o incluso hasta de revoluciones. Tenemos la importante caída en el crecimiento económico y la frustración de múltiples expectativas como consecuencia de ello; la fuerte desilusión con la caída en la demanda de egresados de la educación terciaria; la inmigración; las llamadas contradicciones culturales que aparecen y conviven con el capitalismo; la incapacidad del sistema político de resolver importantes problemas sociales como la calidad de la educación, el acceso a la salud, y la cobertura de las pensiones; las diferencias de experiencia y filosóficas entre generaciones; la crisis de legitimidad, tanto de las distancias y prácticas culturales asociadas con la estratificación social como del discurso tecnocrático como la base para dirimir conflictos de naturaleza política; la evolución de los valores y de problemas del sistema meritocrático asociados con la modernización. Varias de estas causas son autóctonas, propias de Chile, pero otras son universales.
Voy a poner el acento en dos temas. El primero es que la caída en la tasa de crecimiento de la economía es una causa de base de muchos de los otros problemas. Y sus consecuencias sociológicas son de primer orden y difíciles de resolver. Es por ello que la frustración de los graduados de la educación terciaria es tan grande. Es por ello que fue difícil acomodar la migración. Es por ello que la población empieza a cuestionar que la sociedad chilena es meritocrática, porque el ascensor social se para sin crecimiento. Es por ello que se deslegitima la tecnocracia, ya que fue incapaz de dar crecimiento (y varias otras cosas importantes). Con la meritocracia y la tecnocracia deslegitimadas se quiebran aspectos centrales del proyecto moderno de Chile.
El segundo tema se trata de las diferencias entre generaciones. Hay diferencias de experiencia (los más jóvenes no vivieron el experimento socialista de Allende ni directa ni indirectamente —ni siquiera sus padres lo hicieron). Pero además, cuando muchos de ellos llegaron a la edad adulta, Chile ya no era el país de oportunidades que fue para sus padres.
Se suma a esa frustración, diferencias filosóficas, ya que las generaciones más jóvenes tienen una perspectiva filosófica diferente, posmoderna, que los lleva a cuestionar la autoridad en todas sus formas, incluyendo la de la ciencia y por lo tanto de la tecnocracia. Por supuesto que lo sucedido en Chile no hizo más que ratificarlos en estos sesgos.
Es relevante también la forma de educarlos, ya que las técnicas pedagógicas usadas en Chile refuerzan este sesgo posmoderno, animan a los jóvenes a pensar que existe “su” verdad y no “la” verdad en todos los ámbitos. Si bien animar a los jóvenes a llegar a sus propias conclusiones y a utilizar su razonamiento crítico parece ser el camino correcto, la conclusión desde el vamos respecto de la inexistencia de una verdad, la inutilidad de la razón y la ineficacia de la ciencia, parecen minar los pilares de las sociedades montadas sobre la herencia del iluminismo. Mal ejecutado lleva a un nihilismo que corroe las bases de la sociedad, y hace de toda discusión una discusión de preferencias, como ¿qué color te gusta más? Pareciera que algo fundamental está ocurriendo en nuestras aulas y no hemos tenido un debate al respecto.
Obviamente el corolario es que estas generaciones creen que no hay fórmulas que aseguren el crecimiento. Y lo cierto es que, a juzgar por lo ocurrido estos últimos años, una desilusión respecto de la capacidad de las tecnocracias de mantener adecuados niveles de crecimiento se justifica.
Lamentablemente, el mundo es más complicado, y no hay una sola tecnocracia, así como no hay un solo capitalismo. Hay tecnocracias buenas y malas, esquemas capitalistas buenos y malos. Por ejemplo, América Latina por años (desde la Gran Depresión a la crisis del petróleo) fue dominada por la creencia en un esquema capitalista ineficaz y predatorio, en beneficio de la clase gobernante. Pero hay esquemas capitalistas que promueven la movilidad y las oportunidades para todos. Chile una vez creyó en él, por un tiempo fue capaz de irlo construyendo, pero luego dejó de hacerlo y la población se desilusionó. Pero la posibilidad de alcanzar un esquema de ese tipo sigue ahí, si es que queremos tomarla. Solo así tenemos una chance para superar el malestar.
Claudio Sapelli
Instituto de Economía
Pontificia Universidad Católica de Chile