Pepe Mujica, de profesión exguerrillero

Pepe Mujica, de profesión exguerrillero

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¿Cuánto queda del otrora comandante Facundo en el político y ex Presidente uruguayo, José Mujica? Probablemente ni él mismo esté en condiciones de contestar dicha pregunta. Será tarea de historiadores del futuro reconstruir con lupa objetiva una vida que él mismo busca presentar como zigzagueante.

Mirado a la distancia, el recorrido hecho por Mujica es tremendamente laberíntico y, sin dudas, doloroso, pero instructivo para entender parte del paisaje político latinoamericano. A la vez, un recorrido algo inútil. Salvo para su ego.

Llega al final de su vida habiendo alcanzado ese necesario reconocimiento existencial, que procuran muchos seres humanos -tal cual lo divisaba Hegel- y que él persiguió desde muy joven. Su azarosa vida, lo muestra como una especie de Zelig de la izquierda latinoamericana; ese personaje camaleón de Woody Allen, que aparecía en cuanto evento existiese. Mujica apareció incluso en la Muestra de Cine de Venecia de hace seis años. Asistió allí a la presentación del documental de Emir Kusturica, El Pepe, una vida suprema. “Yo no soy una estrella, nací estrellado”, dijo, ante el aplauso de centenares, haciendo gala de su típica locuacidad, marcada por el juego de palabras.

El camino a la cima fue tortuoso. En cualquier momento pudo haberse truncado y de manera violenta. En 1970, y cuando llevaba ya varios años jugando a la vía armada, concurrió a una reunión con sus compañeros de correrías -los Tupamaros– en el antiguo bar La Vía, en Montevideo. Tuvo la mala suerte de ser reconocido por la policía y se produjo un enfrentamiento armado que lo dejó con varias balas en su cuerpo y detenido. Apenas pudo, se escapó, pero volvió a ser apresado. Su vida guerrillera llegó a su fin. Las balas le dejaron heridas dolorosas y el corazón roto.

Y es que, paralelo a los atracos a bancos y enfrentamientos armados, había desarrollado una relación sentimental con una alumna de Arquitectura, cuya trayectoria de altibajos como guerrillera terminó siendo muy similar a la de Mujica. Sólo tras 15 años de prisión pudo reencontrarse con Lucía Topolansky.

Ambos militaban en los Tupamaros, el grupo guerrillero de tipo guevarista más conocido de Uruguay. Famoso por sus osados golpes, cinematográficos secuestros de personajes muy connotados, extorsiones, asaltos a bancos y un sinfín de actividades que lo transformaron en ícono de la guerrilla urbana. Uno de los más impactantes fue el secuestro extorsivo de Dan Mitrione, un oficial de seguridad estadounidense adscrito a la embajada en Montevideo, y que fue llevado al cine por Costa-Gavras, con el título de Estado de sitio. Los Tupamaros fueron fuente de inspiración también para numerosos grupos violentistas en Europa, incluyendo la Rote-Armee-Fraktion alemana. Aludiendo a esos peligrosos años, Mujica dice que se le fue la vida tratando de cambiar el mundo.

No lo lograron. El grupo abandonó la lucha armada. Su líder máximo, Raúl Sendic, cayó preso, sus células más operativas fueron desarticuladas, una buena cantidad de guerrilleros murió y otros huyeron al exilio, especialmente a Cuba. Tal cual registra la historia de grupos similares, un número no menor de tupamaros optaron por rehacer sus vidas en otros rubros de la existencia. También hubo unos cuantos decididos a seguir presentes en la vida política y se dedicaron a buscar espacios en lo que llamaban democracia burguesa.

La amnistía general decretada en 1985, tras el retorno a la democracia, facilitó las cosas. Entre los que buscaron seguir actuando en política estaban Mujica y Topolansky. Atrás quedó Punta Carretas, el famoso penal donde estuvo él y parte de sus compañeros. Tan atrás quedó, que, como tremendo simbolismo, Punta Carretas se transformó en un concurrido mall, un shopping center.

Mujica creó un grupo nuevo. Se llamó Movimiento de Participación Popular (MPP). Hacia él confluyeron excompañeros de la lucha armada. Muy pronto se produjo la convergencia con otros grupos afines y surgió el Frente Amplio. Pese a que seguían pensando que los ricos eran parte de los problemas uruguayos, y no de la solución, el cambio pareció sincero. Las secuelas, tanto de la prisión como de una vida llevada al límite, habían doblegado los impulsos de antaño.

Mujica descubrió que en la vida política se podía actuar con la “sabiduría de los años”. Su nuevo refugio fueron los dichos campesinos, las expresiones populares, frases algo sarcásticas y un outfit desgarbado. Los peronistas sintieron en carne propia sus sarcasmos. A la Presidenta Cristina Fernández se refirió en una oportunidad diciendo: “la vieja es peor que el tuerto”.

Cuando un reconocido médico de izquierda, Tabaré Vásquez, alcanzó la presidencia uruguaya en 2005, lo nombró ministro de Ganadería y a la hora de buscar un sucesor de Vásquez, las miradas se volvieran al antiguo guerrillero.

Mujica fue electo en 2010. Desde entonces su vida pasó a ser como un mecanismo de relojería, acompasada, sin estridencias ni excesos. Levantó una nueva manera de ser de izquierda en América Latina. Interpretó a los que tras la caída del Muro de Berlín abandonaban el jacobinismo y el maximalismo, cuidando de aparecer siempre a medio camino entre el comunismo y la socialdemocracia.

Imposible negar el impresionante éxito mediático de su metamorfosis tras abandonar la lucha armada. Fue como ese emblemático personaje de Kafka, Gregor Samsa, pero exactamente al revés. Mujica logró configurar su existencia adulta dejando atrás las monstruosidades de los Tupamaros. Es muy posible que sus cambios hayan partido en el mismo penal de Punta Carretas, agobiado, sin saber el destino de su novia y con la inutilidad de los balazos recibidos.

Ya al final de su vida, debe sentir, una y otra vez, que su metamorfosis lo llevó mucho más lejos de lo que jamás imaginó. Hoy, muchos lo ven como un rockstar. Así lo ovacionó Venecia en 2018, cuando ya tenía 83 años de edad.

Por estos días, Mujica se muestra feliz de haber vencido un doloroso cáncer al esófago. Al menos en su primera etapa. Celebra estar en el otoño de su vida siendo reconocido en muchas partes del mundo como un progre cool. Un desgreñado viejo, algo loco.

También le fascina mostrar sobriedad. Dice ser feliz en su chacra, manejando su tractor y su antiguo escarabajo. Probablemente vaya a ser recordado por sus esfuerzos por convencer a los revolucionarios de que es mejor no seguir viviendo de recuerdos estériles y admitir que “las cosas no se pueden cambiar”, tal cual lo reconoció hace unos días a un diario español. Ha comprobado, finalmente, que fue mejor llamarse José Mujica que comandante Facundo. (El Líbero)

Iván Witker