El Presidente electo hizo una serie de muy positivas afirmaciones fundamentales en su entrevista dominical. Sostuvo que promueve una sociedad en que «se aprecie el valor de la vida» y afirmó que quiere «un acuerdo por la infancia» con todos los chilenos, en el marco de esa unidad nacional que ha estado promoviendo desde su elección.
Y, cuando se le preguntó por su ministra de la Mujer, no dudó en afirmar que rechazaba la «verdadera andanada» que Isabel Plá había recibido por ser «partidaria de la defensa de la vida en toda circunstancia y en todo lugar y especialmente del niño indefenso que está por nacer».
Pero, unos pocos días antes, su estrecho colaborador y futuro ministro del Interior, Andrés Chadwick, había declarado que la ley de aborto hoy vigente es «una expresión democrática del país que ya se dio, que se discutió abiertamente en el Parlamento y que el Presidente entiende que la prudencia indica que se tiene que respetar esa voluntad democrática», por lo que, aseguró Chadwick, «no va a haber ni derogaciones ni modificaciones a dicha ley».
Perplejidad completa y total.
¿Este criterio vale para toda la legislación aprobada en los últimos años? ¿Para qué se ganó entonces la elección?
¿De qué unidad nacional está hablando Piñera, si los más débiles serán efectivamente excluidos?
¿A qué protección de la infancia puede estar refiriéndose, si solo podrán acceder a ella los que logren sortear el hachazo del aborto?
¿De qué aprecio por la vida se trata, si en la práctica miles de embriones humanos serán destrozados en el vientre materno? Cuando un gobierno consiente en ese crimen, ¿no podrían ser considerados sus integrantes simplemente unos cómplices pasivos?
¿Las quejas de Piñera por los ataques a Isabel Plá no terminarán en una evidente rendición ante sus agresores si la ministra es privada de la posibilidad de impulsar -al interior de su propio gobierno- una legislación contraria al crimen del aborto?
Si efectivamente no se presenta un proyecto para derogar la ley que impuso la mayoría circunstancial de Bachelet, el elector de Piñera tendrá que preguntarse -con independencia de si apoya o no el aborto- si el anuncio de Chadwick se funda en una completa falta de convicción sobre el valor de la vida, o si se debe simplemente al temor al fracaso legislativo, considerando que quizás no se va a contar con los votos suficientes.
También tendrán que preguntarse sus ministros si son dignas afirmaciones como «yo no estoy aquí para impulsar lo que creo, sino lo que el Presidente me pida», porque si esa tesis ya es bien delicada en Educación, mucho más lo es cuando afecta la vida del que está por nacer.
Quienes advertimos con claridad en la primera vuelta que votar por Sebastián Piñera no era votar por la derecha hemos sido objeto de múltiples descalificaciones.
Pero, curiosamente, hemos recibido la confirmación de nuestra tesis de parte del propio Piñera: «Yo soy una persona de centro; y los ministros comparten mi visión, mis valores y mis propuestas; nosotros detestamos los extremos, que solo producen daño».
¿Es la ambigua consideración respecto de la vida una característica del centro político?
No, del centro doctrinario, no.
Pero del centro pragmático sí. De ese centro que el propio Presidente electo define con una frase tan alambicada como inocua: «somos una centroderecha sin complejos, pero eso no significa ser sectarios ni creer que tenemos toda la razón».
En la defensa de la vida del que está por nacer, el primer complejo que hay que superar es el temor a ser tildados de sectarios. Ese miedo nunca debiera anular el reproche de la conciencia de haber permitido el asesinato de una persona indefensa, de un igual a todos nosotros. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas