Las reformas económicas liberales de la dictadura habrían sido imposibles de llevar adelante si hubiera habido alternativas a mano que calzaran mejor con la mentalidad estatista de todo el período previo, compartida, además, por la mayor parte del mundo militar y empresarial. La desesperación explica, más que ningún otro factor, que se haya recurrido a soluciones que parecían totalmente extravagantes, promovidas por un grupo de personajes que no lo eran menos. La disposición de Pinochet para revertir dichos cambios una vez que estalló la crisis de 1982 muestra la precariedad de su convicción.
Todavía en 1985, para seguir con los ejemplos, Ricardo Claro podía jactarse de ser “el principal opositor de los Chicago Boys” en la banda publicitaria que envolvía su libro “Siempre Claro”, el cual compilaba sus columnas de opinión publicadas entre 1977 y 1984. El volumen, dedicado a Jaime Eyzaguirre, traía incluso el durísimo artículo “Basta”, de 1983, en su momento censurado por el régimen. En él, en formato de chiste, Claro se preguntaba en qué se parecía el equipo económico del gobierno a una marisquería, y respondía “en que todos se sienten choros, están pegados como lapas y están todos locos”.
El liberalismo económico, para poder legitimarse, tuvo que ser políticamente subsidiado durante aquellos años por el conservadurismo católico. Jaime Guzmán fue un actor clave en este proceso, al punto que Osvaldo Lira lo terminó considerando un traidor. Su caballito de batalla de la época fue la dudosa teología de Michael Novak, quien promovía una comunión casi perfecta entre los principios capitalistas y las enseñanzas cristianas. Guzmán, se cuenta, repartía por doquier copias de su libro “El espíritu del capitalismo democrático” (publicado en español en 1983).
El Centro de Estudios Públicos (CEP) también jugó un importante rol en esta historia. No es coincidencia que su primer libro, “Cristianismo, sociedad libre y opción por los pobres” (1988), editado por Eliodoro Matte, fuera una compilación de artículos publicados en años anteriores orientados a consagrar este vínculo. O que en 1994 publicaran “La ética católica y el espíritu del capitalismo”, de Novak.
Recuerdo todo esto porque creo que el proceso en que el liberalismo económico necesitó muletas cristianas llega a su fin. Ya hace un buen tiempo que sólo los unía una “agenda valórica”, que era vista por los liberales como un bajo precio a pagar por mantener aliados poderosos que, en reciprocidad, circunscribían su “religiosidad” sólo a materias sexuales. Pero esos aliados ya no son poderosos y los temas “valóricos” se han vuelto la moneda de cambio para mostrarse “progresistas”, aunque sin afectar intereses económicos.
Si ayer el liberalismo económico apeló a la moral cristiana para validarse, hoy puede desasirse y blanquear su vínculo con la dictadura mostrándose moralmente progresista. Lo importante, parafraseando a la banda “Los Pinochet Boys”, es que nadie puede parar de bailar la música del capital. (DF)
Pablo Ortúzar