La DC se ha distanciado de la Nueva Mayoría y se ha asociado con el PR, en un bloque de centro y oposición constructiva, todo ello bajo el argumento de que cuando se está en la oposición, no se requiere actuar en bloque. Tal estrategia es inteligente y necesaria, si no se quiere que la derecha siga capturando los votos de centro. Sin embargo, pronto llegará la hora de decisiones cruciales en los partidos que no conforman Chile Vamos. Lo que se diga hoy ya configura el cuadro del día crucial en que se oiga el pitazo inicial de la campaña para elegir gobiernos regionales y municipales, en octubre de 2020. Por más que se reitere que, en política, una semana es mucho tiempo, los gestos amistosos o de distancia van conformando una realidad para dar lugar o descartar las alianzas en las que cada partido se jugará su futuro.
Es que, en octubre de 2020, se elegirá dos tipos de autoridades unipersonales que dibujarán el cuadro político chileno y serán claves para enfrentar, con más o menos ventajas, las próximas parlamentarias y presidenciales. Me refiero a la elección de alcaldes y de gobernadores regionales. Para el cargo de alcaldes, como es ya tradición, serán elegidos quienes obtengan la primera mayoría relativa. Será gobernador regional, por su parte, quien logre una mayoría de votos que represente, al menos, un 40% de los emitidos. Si ninguno de los candidatos logra ese 40%, habrá una segunda vuelta entre los dos más votados.
No es que la derecha no tenga problemas. Será áspero el tironeo entre los partidos que la conforman, pero nada hace presagiar que no logrará transar en un solo candidato a alcalde y a gobernador regional en cada elección. En el caso de los alcaldes, una oposición dividida ciertamente favorece al candidato de la derecha. Más allá de los muchos liderazgos personales, una votación de un 20% del Frente Amplio sería suficiente para asegurarle el triunfo a la derecha si esta obtiene un 40% de los votos. La cosa puede ser menos dramática en el caso de los gobernadores regionales; aunque la oposición ya aprendió cuánta merma de votos se verifica cuando se intenta apoyar, en segunda vuelta, a un candidato con el que se ha disputado en primera.
Socialdemócratas y socialcristianos, gradualistas y moderados, estamos entonces comenzando a vivir el dilema más difícil de su historia contemporánea. Si mantienen su identidad, lograrán poner un dique a una derecha que conquista cada vez más al votante de centro y recuperar electores perdidos, aunque difícilmente conseguirán elegir muchos alcaldes y gobernadores. Si retornan a las grandes alianzas, lo más probable es que vuelvan a ser «arroz graneado» (Fernández dix it), mientras algunos intentarán ganarle a la izquierda por la izquierda, una estrategia destinada al fracaso.
Para más remate, la configuración del cuadro no depende solo de ellos. Depende primero de que el Frente Amplio quiera hacer pactos electorales, lo que podría hipotecar su proyecto de largo plazo en el que varios confían esperanzados, y también del ala más «Nueva Mayoría» del PS, que por ahora controla el partido.
La fórmula de diferenciar los pactos políticos de los electorales no convencerá mucho al grueso de la población.
Lo que parece más grave para las fuerzas de centroizquierda es que, después de haber despreciado a Lagos, carecen de un (a) líder nacional con hechuras presidenciales, que es el atajo para negociar desde una posición de poder el angustioso dilema de las alianzas que ya comienza a asomarse en el horizonte de los partidos de centroizquierda. (La Tercera)