Hemos visto como nunca el poder del capital social que tiene Chile, su población que reacciona a la velocidad del rayo, más rápido que la élite, que viene detrás de las cosas hace rato. Casi se puede decir que la gente va delante de la elite desde los movimientos estudiantiles del 2011. La caída más importante de la Presidenta fue demorarse (una semana), en febrero de este año, en responder a lo que el pueblo había deducido de los actos de su hijo; fue muy costoso para ella. Pero a ella no le interesa tanto el poder, sino el país. Su destino político no es interesante para ella. Esa es la gran diferencia con los que piensan en “su” futuro político y cómo salvarlo dejando tantas veces el país en segundo lugar. Eso ha forzado que funcionen las instituciones, los tribunales, los jueces, los fiscales. Es el único instrumento que tiene para dejar en manos de los que pueden decidir qué hacer en cada caso.
Estamos en un tremendo embrollo no porque Sebastián Dávalos o Natalia Compagnon, su mujer, hayan abusado de su situación familiar (aún siendo privados y no siendo Michelle Bachelet Presidenta al momento de la entrevista con el dueño del Banco de Chile, Andrónico Luksic) para conseguir un préstamo, del cual ni siquiera le contaron a la Mandataria. Estamos en un tremendo embrollo porque hay parlamentarios que llegaron al Parlamento con platas negras, boletas falsas, fraude al fisco. Senadores, diputados, partidos involucrados en llegar al poder a cualquier precio.
Los actores políticos no contaban con un país donde la gente fustiga y castiga a las personas y las instituciones que hacen cosas incorrectas. Hay demanda de hacer las cosas correctamente. Caen todos los que hacen cosas incorrectas, sin distinción política o económica. No hay ideología en el castigo. Ese es el Chile de hoy. De la misma manera que no se entendió el pingüinazo del 2006, que nos llevó a abril del 2011 con cientos de miles de estudiantes en las calles. La elite detrás de la gente, no delante.
La elite son diputados, senadores, partidos, empresarios, dirigentes empresariales, que miraban sin reaccionar cómo aumentaban las demandas (en encuestas) y bajaba la confianza, pero no pensaron nunca que esos números llevarían a miles de personas a la calle.
Es así como en marzo de 2015 encontramos un país con sus élites desacreditadas por escándalos de corrupción afectando tanto a la derecha como la izquierda. El veredicto es claro, no hay misericordia con los que hacen lo incorrecto.
Las consecuencias (en los números por el momento) llegan lejos: en primer lugar la izquierda pierde esa superioridad moral no declarada de proteger a los más débiles, pues el caso Caval, lejos de impactar más en la Presidenta, impacta en la imagen de una izquierda que es vista como gobernando para sus intereses (salta 12 puntos el indicador “Quién gobierna” a 89%). Cae apoyo en el PS. La UDI no puede caer más que el 4%, comienza del rechazo a “la derecha” en genérico y cae también RN más de 3 puntos entre enero y marzo, es decir, directamente relacionado con los sucesos. El 58% que dice no votar por ningún partido es un pronóstico de la participación electoral que viene en 2016, y un 45% no es partidario del gobierno ni de la oposición. Ni hablemos de quién, en las municipales del 2016, querrá ir a votar…
La Presidenta pierde apoyo, credibilidad y confianza, pero es por lejos la integrante de la elite con más credibilidad y confianza, la única que cuenta con un tercio de apoyo de la población. Ni los partidos, senadores, diputados, ni el Ministerio Público cuentan con ese nivel de apoyo. Ella es parte del problema, pero también parte de la solución. Su liderazgo no es necesario sino indispensable para superar el descrédito de las elites, en las cuales ella está incluida.
Pero la República existe: los tribunales de justicia parecen estar salvándose del castigo público, mientras que el Poder Judicial es castigado y visto como una institución distinta. Los militares, Carabineros, la Policía de Investigaciones, mantienen sus niveles de confianza, incluso aumentándolos. Las radios cuentan con más de la mitad de los chilenos con confianza en ellas.
El empresariado no está mejor. Las grandes empresas son las más corruptas, les siguen los políticos y el Gobierno. La corrupción salta de 4% a 26% en tres meses. Solo el 5% de los chilenos cree que todas las empresas pagan todos sus impuestos. Tanto el empresariado como las elites cuestionadas solo pueden recuperar el honor perdido ante el pueblo si primero logran que nosotros los mortales podamos distinguir entre los que lo hacen bien y los que lo hacen mal. Todos están juzgados porque no hay forma de saber quién es el correcto y quién no. La sospecha es sobre todos.
La confianza en las instituciones cae en 1996. Difícilmente puede ser crisis de confianza en las instituciones si existe hace 20 años. ¿Hemos vivido en crisis? Somos de los países más desconfiados de la tierra, llevamos dos décadas publicando este resultado, y es primera vez que está en primera posición en la agenda. La crisis es de confianza en las elites que pierden 20 y 30 puntos porcentuales de confianza. Repetir que estamos en una crisis institucional es alejarse más de la gente, porque ellos piensan que los peores no son las instituciones sino los actores de esas instituciones, la elite ya mencionada.
El fraude social y económico masivo tolerado y conocido nos delata, por otra parte, como una sociedad que inventa sus propias “redistribuciones” del ingreso, ante una riqueza tan mal distribuida como la chilena. (Pedir licencia para no ir a trabajar, no pagar todos los impuestos, comer en un supermercado sin pagar, no pagar el boleto del bus). Y este fraude social ha ido en aumento a lo largo del tiempo.
El fraude económico delata una práctica empresarial muy lejos del desarrollo y de la competencia de mercado. Se trata no de competir ni hacer las cosas mejor, sino de ganar a la mala, con trampa. Hacer pasar parientes en la empresa para justificar más gasto. Pedir factura para hacer pasar gastos por la empresa, prestar y pedir prestadas boletas de honorarios. Sobre ello, cerca de uno de cada cuatro chilenos conoce a alguien que lo hace. Cerca de tres millones de chilenos. Son al menos tres millones de boletas. Achtung! Diría prevénganse, que esta travesía por el desierto nos puede llevar décadas de limpieza de los fraudes sociales que dañan a la república, como el masivo fraude al fisco de la masa de la población. Pero lo grave es el fraude al fisco de quienes deben defender el bien común y nos deben representar. Estos datos estarían mostrando la necesidad de una profunda reforma a la manera de pagar nuestros tributos.
El 57% del país cree que la corrupción no se puede eliminar, y se discute por qué el Contralor la menciona. Es decir, ¿se quiere tapar que se diga, porque eso es malo? Esa es la tesis de la derecha, lo que no se dice no existe (estilo mercurial). Ese Chile donde las cosas que no se dicen no existen, dejó de existir. Eso es lo que los acontecimientos nos están diciendo. La gran mayoría del país sabe que hay corrupción aunque la elite quiera no pronunciarlo para no “instalarlo”. La gente va delante de la elite.
Es como decían los campesinos mexicanos después de la independencia: “Es otro cura en la misma mula”. La llegada de la democracia para los chilenos fue eso, otro cura en la misma mula. Se mantuvieron las relaciones de poder del pasado, con otros dirigentes, sin cambiar la estructura del país. Por eso castigan tanto a Michelle Bachelet, porque ella era la que conduciría al país a otra mula, no simplemente otro cura.
Michelle Bachelet fue reelegida porque era el personaje político más creíble en la tarea de cambiar la mula, es decir, de cambiar las relaciones de poder de la sociedad, la política, la economía.
Paradójicamente, las reformas que ella propuso le parecían a la vieja elite como una amenaza al poder instalado, con lo cual se defendieron quemando muchas naves durante 2014. En enero parecían triunfos importantes la reforma del binominal, la reforma tributaria y la reforma de la educación. Pero hubo un Sr. Bravo que cambió la historia destapando un proceso sin fin, que llevará a Michelle Bachelet a quizá cumplir de mejor manera el propósito para la cual fue elegida, que es cambiar de mula. El desmantelamiento de poder que produce este proceso que los chilenos han llamado corrupción, será de las transformaciones más rápidas y fuertes que haya sufrido Chile desde la reforma agraria. El caso Caval será una un punto, en la historia de su segundo Gobierno, que nos dio la oportunidad de cuestionar la democracia que tenemos y mejorarla para llegar a la democracia que queremos, la izquierda incluida. Su cuestionamiento, el de senadores, diputados, partidos y empresarios solo puede significar una dispersión del poder y más igualdad ante la ley. El cambio de la mula.
Solo queda concluir que, por favor, miremos la evidencia que hay para que no vuelva a pasarnos lo de despertar con un millón de personas en la calle. Los chilenos están gritando hace mucho rato “otra mula, por favor”. No esperemos a que la exijan. Tenemos que tener consciencia de la chichita que nos estamos tomando.
Como decía mi sabio abuelo, la única manera de ganar el poder es estar dispuesto a perderlo. La esperanza es que Michelle Bachelet use la oportunidad para cambiar de mula, cumpliendo finalmente su destino, ya que sus actos muestran que sí está dispuesta a perder (aprobación de Gobierno) para poder recuperarlo. Si dejamos pasar esta oportunidad, terminaremos como aquellos que miramos como si fueran de otra estirpe, y a los cuales arrogantemente hemos juzgado como si eso no nos pudiera pasar nunca a nosotros.(El Mostrador)