Poética presidencial

Poética presidencial

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Esta semana, el Presidente inauguró una caleta con baños y vestidores para mujeres, algo hasta ese momento inexistente. La obra merece un aplauso y es un paso más hacia la igualdad, algo exigido por la dignidad que a todos cabe (siempre que en la nueva obra no se hayan puesto mudadores exclusivamente del lado de las mujeres). Y hay, claro, que aplaudir la ley bentónica que protege el medio ambiente donde viven caracoles, almejas y erizos, entre otros.

Pero hay ocasiones en que el entusiasmo, la falta de tino, el olvido de la máxima de Wilde (entre lo sublime y lo ridículo hay apenas un paso) ensombrece cualquier cosa y la pone al borde de lo irrisorio. Y entonces la gente se burla no porque rechace la obra, sino porque le parece ridícula la forma en que se la presenta.

Fue lo que ocurrió en esta ocasión.

Al Presidente no se le ocurrió nada mejor que describir la obra (cuyo componente sanitario es obvio) como “una caleta con perspectiva de género”, y adornar la promulgación de la ley leyendo un poema de Neruda dedicado al erizo (uno de esos poemas gastronómicos que merecieron la burla de Borges).

Si el asunto hubiera ocurrido en una ceremonia escolar, entre adolescentes, o en un grupo de amigos efectuando una performance (como las parodias que hacía Lihn para mediante la exageración mostrar el absurdo a que el poder puede llegar) no habría ningún problema y cualquier crítica estaría de más. El problema es que, en este caso, la escena fue ideada y conducida por el Presidente Gabriel Boric mientras la gente está en vilo por la delincuencia sin control, la economía a la baja y el Gobierno sin conducta.

En medio de ese contexto, ver al Presidente inflamado de lirismo frente al erizo, más que una escena poética, se pareció a una página del teatro del absurdo, que consiste justamente en proferir un discurso o un enunciado ajeno al contexto para, por esa vía, revelar la falta de sentido de este último (es fácil imaginarlo a él o a sus asesores hojeando unas páginas de Neruda: ¿Oda al caldillo de congrio? No, muy obvio. ¿Estrella de mar? Tampoco. ¿El erizo? ¡Esta sí!). Pero como en este caso el contexto nacional tiene mucho sentido, puesto que no hay sentido más fuerte que el miedo que invade a las personas de a pie y a los barrios, la escena presidencial, con la voz levemente estremecida declamando versos como que “el erizo es el sol del mar” (ah! qué sublime, habrá pensado algún partidario enardecido), pareció un acto de humorismo involuntario que, no es de extrañar, ha desatado, salvo en los incondicionales dispuestos a aceptar cualquier cosa, la burla o la incredulidad.

Así como la poesía en este caso no venía a cuento (entre otras cosas, porque la poesía no es para adornar discursos o aleccionar fieles), tampoco pareció correcto caracterizar la nueva caleta (provista de baños y vestidores para mujeres) como una caleta con perspectiva de género.

Una perspectiva es un punto de vista o modo de asomarse a la realidad que revela cosas que, sin ella, quedarían en las sombras. Pero como es obvio, no se requiere adoptar ninguna perspectiva de género para advertir que un lugar que no tiene baños para mujeres es inaceptable, como también lo es un directorio compuesto solo de hombres y para qué decir ciertos oficios o funciones reservados solo a las mujeres (o a los hombres), y ello le debe parecer así no a quienes adoptan una perspectiva de género (que como queda dicho es una aproximación a la realidad que supone endosar un cierto entramado teórico), sino a cualquier persona sensata y consciente de la igual dignidad de todos, que las hay en el Opus Dei, en los comunistas, entre los ateos, los budistas o lo que fuere.

¿Cómo explicar entonces la actitud presidencial?

Hay en estas actitudes del Presidente un esfuerzo por dotar de dignidad teórica o profundidad poética a sus intervenciones o inauguraciones, incluso a las más modestas (lo que hace temer que si se arreglara lo del sur habría que prepararse para “La Araucana” o “Arauco domado”). Es como si inconscientemente creyera que lo que dota de relevancia y de realidad a las cosas no es lo que son en sí mismas o el servicio que prestan, o aquello que son, sino la perspectiva que se les atribuye o el dudoso poema con el que se las subraya. Así, los baños no son baños para mujeres, sino excusados con perspectiva de género; un gobierno con ministras no es un gobierno con mujeres, sino uno feminista; una autoridad preocupada de la obviedad de que no exista contaminación, un ambientalista; alguien que quiere a su gato o a su perro, no es una persona con una mascota, sino un animalista, y así.

Es una rara forma de nominalismo esta que consiste en desplazar la realidad de las cosas por la vía de ponerles un nombre que satisfaga este o aquel punto de vista ideológico (para seguir con la poesía, hay una de Borges que explica la creencia que subyace al nominalismo: “Si (como el griego afirma en el Cratilo)/ el nombre es arquetipo de la cosa/ en las letras de rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo”). A este ritmo se acabará la delincuencia llamando a los delincuentes infractores de la ley o a las bandas, agrupaciones anómicas o algo semejante, acompañadas de algún verso (Borges tiene unos buenos sobre el arrabal y el compadrito, por si fuera necesario).

Pero como desgraciadamente los tiempos no están para emociones líricas ni estremecimientos dedicados al erizo, era inevitable que la gente asistiera a la performance presidencial con extrañeza, socarronería y que todo esto le pareciera de una comicidad irresistible. (El Mercurio)

Carlos Peña