No obstante que a una mayoría no le entusiasma ni la propuesta de la Convención ni quedarse con la Constitución que nos rige, los actores políticos —salvo honrosas excepciones— prefieren mirar para el techo, apretar los dientes y continuar jugando al póker tapado, apostando, supongo, a que saldrán triunfadores en el plebiscito de septiembre próximo. Hasta aquí, prefieren apostar el todo o nada, a sabiendas de que si pierden quedarán en la ruina, y lo que es peor, sabiendo o debiendo saber que de esta apuesta binaria el país será el gran perdedor, pues saldrá dividido en una cuestión que requiere unidad.
La última encuesta Cadem muestra que los que piensan que lo mejor es aprobar la propuesta de la Convención para luego reformarla más que duplican a los que piensan que lo mejor es aprobar y no reformar (34% y 14%, respectivamente). Otro tanto ocurre entre los que piensan que lo mejor es rechazar: 18% estima que es bueno hacerlo y quedarse con el texto actual, mientras un 28%, que lo mejor es rechazar y retomar un nuevo proceso constituyente. Como puede apreciarse, los partidarios de quedarse, sin más, con el nuevo texto o con el que nos rige, sin corregirlos, son una clara minoría.
Los partidos políticos tienen una enorme oportunidad de interpretar o liderar a esa franca mayoría que quiere cambios, pero distintos a los que le propone la Convención. Para eso, sin embargo, deben dejar de hacer campaña incondicional por el Apruebo o por el Rechazo; dejar de ser predicadores y pasar a hacer política de verdad. Por cierto que nadie puede ya cambiar la papeleta binaria del plebiscito, pero el país no se acaba el 4 de septiembre y la mayoría no quiere quedarse, sin más, con ninguno de los dos textos en disputa.
Apostar desde ya a los cambios posteriores sería riesgoso para cualquier fuerza política. Las encuestas dan pistas, pero no muestran ni mostrarán lo que la mayoría quiere reformar del texto de la Convención o de la actual Constitución. Los partidos que se atrevieran a bajar sus cartas respondiendo estas preguntas tendrían que interpretar a la población, tomar partido, convencer y liderar; es decir, tendrían que atreverse a hacer política.
El PPD es el único partido que se ha atrevido a bajar algunas cartas, anunciando ser partidario de aprobar y luego reformar cosas precisas y determinadas que especificó. A algunos, esas pocas reformas pueden parecer buenas y a otros malas, pero no cabe sino celebrar el intento de ese partido de interpretar a ese grupo que quiere aprobar y reformar, que más que duplica a los que solo están por aprobar. El resto de los partidos de izquierda prefiere jugar al póker y quedarse en el nicho de esa pequeña minoría que adhiere sin reservas a la propuesta de la Convención, excusándose en la pueril y timorata respuesta de que no hay otra alternativa de cara al plebiscito.
Al otro lado del espectro político, la derecha tampoco baja muchas cartas. Hace declaraciones genéricas de estar dispuesta a retomar el camino de los cambios constitucionales luego del Rechazo, promesas que muchos no creen, recordando su conducta anterior. La derecha no puede menos que saber que una declaración solemne de sus partidos y parlamentarios comprometiéndose a uno o más caminos alternativos para retomar el proceso constituyente, a bajar los quorums de cambio constitucional, como ya está propuesto y fijando las bases de las modificaciones constitucionales que están dispuestos a aceptar, puede definir el resultado del plebiscito. Una declaración así haría real la esperanza de muchos de una nueva Constitución distinta a la de la Convención y podrían rechazar confiados. A pesar de ello, los partidos de derecha prefieren apretar los dientes y seguir jugando al póker tapado.
De mantenerse las actuales condiciones, las fuerzas políticas obligarán a los electores, a quienes deben representar, a votar a ciegas. Esa clara mayoría que quiere aprobar para reformar o rechazar para retomar el proceso constituyente tendrá que apostar acerca de la viabilidad de esos caminos, sin que los partidos les brinden expectativas razonables. Lo que es peor, tendrán que hacerlo sin saber qué reformas son las que probablemente se le introducirán al nuevo texto o sobre qué bases se podría construir una tercera alternativa.
Una vez más, los partidos frustran las expectativas ciudadanas. (El Mercurio)
Jorge Correa Sutil