La vida humana es una experiencia consciente de la imperfección, y que está dotada de creatividad, de cambio, y por ende de posibilidad de evolución. Somos conscientes de ser conscientes, que es una capacidad humana esencial. Los animales también tienen consciencia, pero no lo “saben”, y por ende sus dualidades no tienen juicios de valor, entonces finalmente sus decisiones responden al instinto o a la emoción. Por cierto hay muchos seres humanos que operan de esa manera ya que tienen bajo niveles de consciencia.
La consciencia es la base de nuestra mirada dual o polar de la realidad. En nuestra forma de existencia, no podemos ver el bien sin el mal, o la luz sin la oscuridad, ya que se definen en términos relativos, no existen en sí mismos en forma aislada. El budismo sabiamente dice que toda vara tiene dos puntas pero es solo una vara. El secreto más profundo es aprender a ver la vara y no las puntas. En la psicología Junguiana es el trabajo humano esencial de vencer la tensión de los opuestos, partiendo por reconocer la existencia de ambos.
En el occidente monoteísta lo hemos visto siempre como una pelea terminal entre el bien y el mal, como si fuesen categorías independientes. Quienes definen el bien de una cierta manera (religiosa o ideológica) literalmente luchan contra aquello que consideran el mal con el objetivo final de eliminarlo, de llegar a la perfección, en una realidad imperfecta. La cuadratura del círculo es imposible porque entre medio hay un misterio, en este caso Pi.
Llevado a la política, izquierda y derecha son solo polos simbólicos que se definen uno en relación al otro, pero son polos de una misma vara que es el ser humano en sociedad. La derecha simbólica en algún tiempo reclamó la propiedad de una conexión directa a la divinidad, y por ende al poder absoluto. El poder necesariamente corrompe. La izquierda simbólica, fue en contra de ese poder que se tornó abusivo y terminaron las monarquías reales. Posteriormente se separaron las iglesias del Estado. Pero apareció una izquierda marxista (hay otras) que se transformó en religión, y empezó una lucha “santa” contra lo que consideró el mal, cuya esencia era la propiedad privada.
Izquierda y derecha deben ser entendidas simbólicamente, como por ejemplo en la polaridad creativa del Yin y el Yang, no como puntos absolutos que contienen verdades finales. La derecha cree en cada individuo como un ser único y aspira a la libertad de ese desarrollo de individuación. La izquierda esencialmente cree en la total igualdad, y por ende en el colectivo. Lo cierto es que ambos son necesarios y no excluyentes. Es el camino intermedio (no del medio) que armoniza dicha tensión. El drama es cuando aparecen los fundamentalistas que creen ser dueños de la verdad final y la quieren imponer al resto. En eso se ha equivocado una parte de la derecha que aún cree tener una conexión privilegiada con la divinidad y especialmente la izquierda marxista que finalmente es solo otra religión, donde el nuevo dios es un Estado benevolente, ecuánime, y prodigioso, administrado por un “hombre nuevo” nacido de su ideología-fe y que genera el bienestar. El problema de los primeros es que la conexión con la divinidad no es propiedad de nadie, y el de los segundos es que el ser humano es por esencia imperfecto y siempre será corrompido por el poder, más si es absoluto como es entendido el Estado en el marxismo.
¿Qué es entonces lo que necesitamos para progresar? Necesitamos una derecha liberal fuerte, y una izquierda liberal fuerte, aliadas en base a la tolerancia y el respeto para escucharse entre sí aportando, a la libertad que ambos predican, la visión individual y la colectiva pero desde la imperfección esencial, del mundo con error, sin utopías sino con resultados concretos y medibles. La humildad de reconocer la existencia de la otra punta de la vara es esencial. La arrogancia de desconocer la vara que las une es el verdadero mal. (La Tercera)
Sergio Melnick