Porque sacó más votos, es obvio. Más que ningún otro Presidente en la historia de Chile. Logró, como nadie antes, ampliar su arco de apoyo en el balotaje. Sumó no solo a quienes habían votado por otras alternativas en la primera vuelta; atrajo también a nuevos votantes, especialmente jóvenes de clases medias y el mundo popular. Esto por sí mismo es una gran noticia: a más participación electoral, en especial de grupos que se sienten excluidos del sistema, más sólida es la democracia.
Ganó porque conquistó la confianza de las mujeres. Algo inesperado para un hombre joven, no creyente y de izquierda. La amenaza del comunismo esta vez no tuvo éxito. Las mujeres vieron en Kast un peligro bastante más concreto: un retroceso en sus libertades y derechos en aras de la restauración de un orden perdido que tiene mucho de patriarcal.
Boric ganó por su juventud, no a pesar de ella. Es la cara de una nueva generación. Con más energía e ilusiones que la que comandó la transición, que ha sido renuente a soltar el testigo. Con un lenguaje rápido y directo. Con una agenda más diversa y compleja, enfocada en los desafíos de este siglo y no de aquel que ya pasó. Con una curiosidad y una disposición a reconocer errores que de pronto parece candorosa, pero que al final da buena espina. Con una valentía y flexibilidad que solo es permitida a quienes tienen una musculatura que aún el tiempo no ha oxidado.
Boric ganó porque supo asumir que la segunda vuelta es otra elección, con un nuevo candidato, nuevas prioridades y mensajes, nuevos rostros. Moderó su discurso y su actitud, y lo hizo de un modo que resultó creíble. Hizo suyos, con firmeza y determinación, temas que son ajenos a su propia experiencia vital, como orden público, estabilidad y crecimiento económico. Se acercó con humildad a buscar el apoyo y el consejo de los que lo precedieron en el largo y accidentado curso del progresismo chileno, quienes lo recibieron con esa incondicionalidad con la que un padre o una madre reciben al hijo que un día rompió con ellos para hacer su propio camino.
Boric ganó porque su campaña logró algo que parecía inalcanzable: reconstituir el viejo clivaje Sí/No del plebiscito de 1988. Los guarismos son exactamente los mismos. La figura de Kast ciertamente ayudó a aglutinar al viejo frente del No, pues colocó en escena justo aquello que la derecha había intentado por años dejar atrás, porque la condena —como se confirmó— a una condición de minoría.
El liderazgo de Patricio Aylwin consiguió que el triunfo del No fuera la partida de nacimiento de una coalición que, contra todo pronóstico, se mantuvo unida y ofreció gobierno al país por décadas. El liderazgo de Gabriel Boric está llamado a hacer de la victoria del domingo el momento fundacional de una nueva coalición, que tomará tiempo por cierto en fraguarse, con una composición y una agenda más amplias y encabezada por una nueva generación. Así lo insinuó la noche del triunfo. “Me siento heredero de una larga trayectoria histórica, la de quienes, desde diferentes posiciones, han buscado incansablemente la justicia social, la ampliación de la democracia, la defensa de los DD.HH., la protección de las libertades. Esta es mi familia grande, a la que me gustaría ver de nuevo reunida en esta etapa que ahora iniciamos”.
Contribuyeron algunas cuestiones circunstanciales, pero Boric ganó por el peso de la historia, el cual se muestra huidizo a veces, pero al final siempre prevalece. Tiene tras de sí la vieja alianza del mundo popular con la clase media, así como la más reciente entre el socialismo laico y el comunitario cristiano. Encarna las demandas de las marchas del 2011, de las feministas, de los pensionados, de los defensores del medio ambiente. Reúne el 18-O, el 25-O y el 15-N. Boric, en suma, es la expresión de una ola que tiene raíces profundas y ramificaciones variadas; y las olas son a la larga —aunque por momentos se olvide— más poderosas que las resacas. (El Mercurio)
Eugenio Tironi