No podía dejar de rememorar en este día al héroe de Iquique. Quizás el más grande de nuestra historia.
Se habló sobre Arturo Prat en estos términos a solo días de su muerte. Fue el propio enemigo quien lo dijo, Miguel Grau, comandante del monitor «Huáscar»: «Murió como héroe en la cubierta de este buque». Idéntica impresión quedó en quienes fueron testigos del combate, impresión que circuló veloz en la prensa mundial (inglesa, francesa, alemana etc.), incluyendo la peruana. Leemos: «Morir así es levantarse vencedor… ha sabido ser héroe y mártir glorificando su patria».
Fue un hombre sencillo, leal, responsable hasta el extremo de autoexigirse. En fin, íntegro valórica e intelectualmente, sin buscar nunca honores y gloria. No es invención mía, los adjetivos abundan en documentos contemporáneos. No obstante, casi nada se sabía de él en ese momento, más allá del círculo cercano y de la Marina, donde entre camaradas era muy apreciado.
La élite social y política se refirió más bien a los pormenores del combate y sus buenos augurios para el resto de la guerra, elogiando por cierto a Carlos Condell y su gesta. El Presidente de la República pronunció su nombre a la semana de ocurrido el desastre. Muy distinta fue la reacción del chileno corriente. El cementerio de Iquique, donde reposaron modestamente sus restos y los de sus compañeros, fue lugar de culto de manera inmediata. El pueblo de Valparaíso y Santiago admiró su gloriosa muerte, propagándose el sentimiento por otras ciudades. Durante años, se levantó en el puerto el monumento mausoleo con aportes institucionales, pero también cuantiosamente personales, al punto que recién en 1888 pudo acoger los cadáveres de Prat, Serrano y Riquelme. Ese fue el funeral de la exaltación. Habló el Presidente Balmaceda: «Formamos la corriente misteriosa de afectos que nos hace sentir, desde esta mudable y frágil morada, las emociones, la admiración y el amor por los grandes servidores del Estado… No olvidemos. En la disciplina y el cumplimiento del deber, encontrarán los defensores del orden público y de la honra nacional, la regla de conducta…». A partir de entonces la figura del héroe fue ensalzándose, hasta que se declaró festivo el 21 de mayo (1915).
Sin embargo, desde un tiempo a esta parte, difícil precisarlo, el proceso ha involucionado. Es cierto, hay obras de excelencia, escritas las más, que valoran su personalidad y conducta ejemplar. Pero, en formatos que se difunden con mayor facilidad, masivamente, la imagen del héroe se ha desatendido, disminuido, tergiversado e incluso ridiculizado.
¿Cuál puede ser la explicación?
De partida, la incultura predominante y la ausencia de conciencia histórica, atribuible a la baja calidad educacional que se imparte, como sabemos. Agreguemos el escaso y mal tratamiento de la historia de Chile que contienen los programas oficiales. Consta que, cotidianamente, la palabra patria ha caído en desuso, se representa a veces y menos se entiende su profundo significado. Por su parte, ciertos cientistas sociales y hasta historiadores cooperan con lo suyo, sosteniendo que la preocupación por la patria y sus héroes es propia de sectores conservadores -demonizados actualmente-, argumentando que antes se creó, y ahora se mantiene, el «mito del héroe patrio», para ejercer dominación cultural y social. No está de más apuntar, al respecto, que las generaciones presentes se desenvuelven en la impuesta «sociedad líquida» (Bauman) que «deconstruye» conceptos, valores, instituciones y personalidades que configuran identidad.
Mas, la verdad existe. Prat demostró amor patrio. Su acto fue expresión de virtud cívica y servicio a la república y su permanencia, al bien común y libertad (Viroli), para que compatriotas suyos pudieran trascender sin amenazas ni opresiones. Reconozcamos, una personalidad especial, en circunstancias y lugar decisivos, puede llegar a hacer la historia.