Una nube tóxica de inseguridades y desconfianzas cubre la vida pública chilena.
Al acercarse a las noticias, la mayoría de los ciudadanos experimenta asfixia: es la consecuencia obvia, falta el aire. Pero hay quienes se mueven en el escenario de lo turbio, con especial soltura: creaturas de la noche, aprovechan el desconcierto de este eclipse inesperado, para depredar a su antojo.
En efecto, dentro de la nube tóxica, se encuentran a gusto aquellos jóvenes diputados que están promoviendo cuanta barbaridad ya padeció el país en los sesenta y comienzos de los setenta. Vallejo y Jackson, en concreto, se florean aprobando algunas de las insensateces que Chile ya experimentó con lamentables consecuencias en materia de gobierno de la educación superior.
Poco tiempo atrás, a raíz del caso Penta, el diputado revolucionario y democrático -vaya oxímoron- afirmó respecto de la universidad en que él mismo estudió: «Mal que mal, es una de las mejores universidades en términos académicos y uno también lo esperaría en términos de valores republicanos, probidad y transparencia».
Hoy, esas mismas palabras rebotan sobre el ex presidente de FEUC, como un eco que lo acorrala, porque las iniciativas del diputado tendientes a que en los nuevos CFT estatales los alumnos puedan elegir a los rectores y participar en las decisiones financieras y curriculares de esas instituciones son una señal de cuán escasa es su formación republicana y de lo poco que aprendió sobre probidad y transparencia. ¿Culpa de su universidad? No: Jackson, como todos los alumnos, recibió y ponderó.
¿Por qué hay faltas éticas importantes en la postura del diputado revolucionario democrático?
Porque habiendo llenado su discurso de compasión por los más débiles, ahora les adjudica una fortaleza que sabe que no tienen, induciéndolos a la conducción de entidades de enseñanza sin mediar preparación alguna. Les pide a los más vulnerables de todos los alumnos de la educación superior -los que estudian en los CFT- que aporten un imposible: un buen gobierno a sus instituciones. Escoge a los más manejables, a los menos dotados para asumir la responsabilidad que les quiere endosar.
Porque habiendo demostrado que es perfecto conocedor de las estrategias progresivas -primero fue presidente de federación, luego líder de un movimiento, ahora diputado y mañana anda tú a saber-, lo que hoy propone para un ámbito muy restringido -unos pocos CFT de propiedad estatal- terminará proyectándolo a toda la educación superior chilena. Lo dirá cuando lo estime oportuno: que lo piensa, lo piensa.
Porque así como veía con buenos ojos la condena social y penal de los hombres de Penta, sabe que él y los restantes legisladores tienen asegurada, gracias a su fuero, la total impunidad por los daños que causarán con sus iniciativas, por graves y terribles que lleguen a ser. Y lo serán: los profesores desplazados de sus legítimas posiciones de autoridad; la ciencia, la formación y la sana administración de los recursos, amagadas en sus fundamentos; las instituciones de educación superior zarandeadas por unos pocos jovenzuelos sin ton ni son, jacksonianos.
Porque lo que ahora propone nada tiene que ver con esa cantinela -lo supimos desde el primer día- con que encumbró su efímero prestigio: educación de calidad. Los proyectos que ahora promueve son la absurda transposición de los criterios con que se vota en la cámara a un consejo de facultad, a una sala de clases. ¿Realmente piensa Jackson que las mayorías deben imponerse en la ciencia, en las humanidades y en las artes? ¿No aprendió nada sobre minorías cultas y selectas, sobre la relación entre inteligencia y excelencia?(El Mercurio)