Qué queremos-Joaquín Fermandois

Qué queremos-Joaquín Fermandois

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Ronda un chiste repetido: estaríamos forzados a escoger como modelos a Argentina o Venezuela. Del segundo pienso que la mayoría de nosotros está curado de espanto por su colapso social y económico. Le agita otro fantasma, el haber sido bendecido/maldecido con una riqueza gratis (es lo que se supone). Un caso más en que el patrimonio inmerecido es yugo antes que llave ganzúa. Termina siendo una de las máscaras de la interminable frustración latinoamericana.

El caso de Argentina es todavía más patético, no porque esté en peores condiciones que Venezuela —nada de eso—, sino porque existieron sólidas razones para que hace 100 años fuera considerado un país que emergía como desarrollado. No lo fue, aunque conserva vigor social y cultural y una economía no desdeñable. Uno de los desperdicios más notables de la historia contemporánea, un dispararse a los pies, o fatalidad cultural de todos nosotros: el caso argentino nos apunta a todos. Y muchos estamos exhaustos de escuchar que todo se debe a las “élites” o a la “hegemonía”.

En estos días aciagos, meditamos que quizás se habló en exceso del “modelo chileno”. Exageración muy latinoamericana (mucho peor fue la “vía chilena”), que sin embargo no oculta que en cuatro décadas se transitó primero por un camino puramente económico, y después el Acuerdo Nacional de 1985 anticipó en lo simbólico la convergencia política especial que fundó al Chile contemporáneo. Fue un significativo brinco al desarrollo, con consecuencias de incremento material, en capacidad de adaptación a la creatividad económica y sintonía con el desarrollo mundial. El país dejó de ser pedigüeño internacional y pudo mantener avances en salud, en educación y otros campos, aunque por la masificación y un talento limitado para impulsar el mejoramiento en más planos, la calidad de estos últimos sectores dejó mucho que desear. Es de sobra conocido el avance en la reducción contra la pobreza. Para no mirarnos solo el ombligo, hay que añadir que en la campaña electoral inglesa, tras el Brexit, el tema más contencioso fue la reforma a la salud pública.

El desarrollo económico no es lo único que sostiene a una sociedad o un país; la manera como las personas se miran y se tratan, incluyendo las diferencias, como las valoraciones acerca de lo que se desea, son también partes constitutivas de la existencia humana. Existen demasiados elementos para destacar el carácter más cultural y social antes que el material en “la contingencia” de estas semanas.

En contraste demasiado humano, lo que se demanda con iracundia y bastante violencia —ante lo que callan los manifestantes que exigen que se les reconozca como pacíficos— solo puede ser proporcionado por lo que comúnmente se llama desarrollo; un reparto de los “excedentes” no alcanzaría para nada. Es una de las posibilidades que parece escamoteada con la crisis, el abandono en breve lapso de dos meses por parte de manifestantes y de mucha clase política e intelectual de todo proyecto o estrategia de desarrollo. Una triste perspectiva.

América Latina no está sola en el déficit de desarrollo. Más bien hay que pensarlo al revés, ¿dónde está el desarrollo? En realidad, a grandes rasgos, se halla solo en dos zonas del mundo, en Europa Central y Occidental, y lo creado a partir de allí (EE.UU., Canadá, Australia, Nueva Zelandia); y en un gran núcleo de sociedades confucianas. La pregunta que se impone es ¿hacemos algo o deseamos hacer lo que nos parezca necesario para ser como ellos en este aspecto? No tenemos respuesta definitiva; pensar acerca de las potencialidades del país en esta hora nos debe llevar a meditar serenamente sobre este horizonte. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois

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