El capitalismo no es un sistema ideológico específico. A diferencia del marxismo, que razonablemente puede asociarse casi del todo a las ideas del filósofo alemán, el capitalismo es más bien una descripción de la tendencia natural a intercambiar bienes y servicios. No hay “un capitalismo”, sino diversas teorías y distintos sistemas capitalistas. El marxismo, por ejemplo, traslada el control de los medios de producción al Estado con el fin de terminar con la alienación del trabajo, pero no termina con el uso de bienes de capital. Más aún, las ideas expuestas por Marx nacen de su lectura crítica de Adam Smith y otros autores de la Ilustración Escocesa que, como el mismo Marx, proponen ideas originales acerca de la ordenación de los recursos productivos de un país. Lenin, por su parte, al querer concretar las ideas de Marx, no terminó con el uso de capitales, sino que sólo modificó la regulación del uso de los recursos económicos. Los rublos soviéticos eran una forma de capitalismo que, luego de 70 años, no dio otro resultado que la quiebra económica, social, moral y política de todo el orbe soviético tras la caída del muro. Pero, al fin y al cabo, la URSS fue una forma de capitalismo: un capitalismo soviético.
De este modo, el capitalismo como sistema de intercambio de bienes y servicios es connatural a la sociedad, así como es natural para cualquier persona la necesidad de alimentarse. El asunto está en que, tal como unos se alimentan bien o mal, las sociedades desarrollan formas de capitalismo más o menos saludables (y algunas derechamente intoxicantes o famélicas, como es el caso de Venezuela o Cuba).
Con todo, ante todos los cambios sociales que eventualmente se avecinan en Chile, cabe preguntarse qué tipo de capitalismo queremos para nuestro país. Aquí algunas ideas.
Un capitalismo no es sólo un mercado resguardado por el Estado y la legislación, sino una comprensión y valorización social del tipo ideal de propiedad privada, consumo, trabajo y empresa; y quisiera quedarme en este último punto. Un tipo de capitalismo empresarial no se refiere sólo a industrias estratégicas para el país (como es la minería en Chile o el carbón en Australia), sino a un tipo de empresa que puede caracterizarse por su tamaño, complejidad y cultura financiera, entre otros aspectos. El capitalismo alemán (impulsado por los ordo-liberales de los años 50 que influyeron sustantivamente en las ideas de Jaime Guzmán), estimuló el desarrollo de un tipo de empresa más bien pequeña o mediana, orientada al desarrollo tecnológico, abierta a mercados internacionales y partícipe de un complejo sistema productivo nacional (no debemos olvidar que Industry 4.0 es originalmente un proyecto del gobierno alemán que busca sostener la ventaja productiva en el escenario europeo). Algo parecido ha ocurrido con la industria de Israel o el norte de Italia.
Para el caso chileno -y dicho en términos muy generales- nuestra versión de capitalismo empresarial avanzó en otra dirección: desde los años 90 destacaron empresas altamente integradas, orientadas al aumento del volumen para conseguir economías de escala, y muy poco atentas al desarrollo tecnológico. El retail es un claro ejemplo de ello.
Si esta descripción del capitalismo empresarial chileno es aceptable, podemos hacernos tres preguntas para enfrentar los cambios sociales que se nos vienen: ¿hubiésemos tenido esta crisis social si el modelo empresarial hubiese sido otro (más cercano al alemán o al lombardo)? Si cambiamos nuestro modelo empresarial, ¿no valdrá la pena desarrollar un sistema desintegrado y estimular el desarrollo de pequeñas empresas altamente tecnologizadas? Y, de ser así, ¿cómo se reformula un capitalismo empresarial conforme a las nuevas exigencias sociales?
En el marco de la defensa de un mejor y más completo sistema capitalista (defensa a la que me sumo), la reformulación de un capitalismo empresarial atento al bien social no debe nunca ejecutarse -como espera gran parte de la extrema izquierda- por medio de prohibiciones sistemáticas o políticas de expropiación radicales, sino a través de un cambio en la cultura empresarial – quizás tal como vemos en el ecosistema de startups nacionales, que son un síntoma muy positivo de cambios en la cultura en la empresa chilena.
En fin, Chile se merece no sólo ser un país que pone el capitalismo al servicio de la sociedad, sino una sociedad caracterizada por un capitalismo empresarial saludable que permite distribuir los bienes de la economía por medio de la industria. Para ello, se hace urgente un cambio en el relato y la cultura empresarial. Es de esperar que, ante la coyuntura de la crisis social, podamos abordar este desafío con inteligencia y sentido de largo plazo. (El Líbero)
Javier Pinto