Recesión viral

Recesión viral

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Hace un año, en un seminario en la OCDE sobre la gran recesión de 2008/09, un asistente le preguntó al prestigioso economista jefe del Banco de Inglaterra, Andrew Haldane, qué podría provocar la siguiente contracción económica a nivel global. Haldane conjeturó que, dada la creciente digitalización de la economía y de los mercados financieros, un fallo informático —tal vez resultado de un hacker— podría gatillar efectos en cadena en áreas críticas que llevarían a algún tipo de colapso financiero y, por ende, a una recesión mundial. A todos nos pareció muy plausible la conjetura, imbuidos como estábamos discutiendo sobre los amplios efectos de la digitalización sobre la economía y la vida de las personas. Nadie imaginó entonces que la siguiente amenaza a la economía global vendría no de la modernidad digital, sino que de algo tan pedestre como la propagación de un virus, el covid-19, resultado de la costumbre de un pueblo de comer animales salvajes.

Pero ¿se viene de verdad una recesión mundial? ¿Cuán profunda y cuán larga puede ser?

Es altamente probable. La OCDE estima que una caída de 4% en la demanda de China por productos y servicios —los turistas chinos son 9% del total mundial— durante el primer trimestre, más una de 2% en el segundo, tendría un impacto de medio punto porcentual sobre el crecimiento global de este año. Si a esto se suma una caída en la demanda ahora de Europa, EE.UU. y Japón de 2% en los trimestres segundo y tercero, junto a una reducción de 20% en los precios de commodities y acciones, entonces el crecimiento global durante el año llegaría a 1,4%, pero podría ser negativo en los trimestres 2 y 3, registrándose entonces una recesión. La evidencia de los últimos días revela, sin embargo, que los supuestos de estas estimaciones de la OCDE podrían ser todavía optimistas en vista de la velocidad con que el virus se ha expandido en Europa (Italia, España, Francia y Alemania) y EE.UU., y las crecientemente estrictas medidas sanitarias de control y mitigación a las que se han visto forzados estos países. Tales medidas, indispensables para enfrentar la expansión de la enfermedad, llevarán la actividad económica a una virtual detención por, tal vez, varias semanas, y a una recuperación posterior amenazada por un rebrote del contagio si el temor al mismo disminuye sustantivamente y se relajan las medidas de mitigación antes de tiempo.

Pero, tal vez, el riesgo mayor para que la recesión sea tal y se prolongue es que se convierta en una crisis financiera. Esto no es descartable, puesto que hay varios indicadores que dan cuenta de un grado relevante de vulnerabilidad financiera. Hoy, los bonos vigentes de entidades corporativas no financieras, casi 14 trillones de dólares (nomenclatura inglesa), son el doble en monto que en 2008 —previo a la crisis financiera de ese año. Mientras, dentro del universo de bonos con grado de inversión, aquellos de más baja categoría (BBB) son actualmente 50,9% del total en comparación con el 28% que eran en 2000 y el 40% en 2008. Y en cuanto a los bonos corporativos de alto rendimiento (no tienen grado de inversión, más riesgosos), los sectores más endeudados son los de bienes y consumo cíclicos, energía, e industriales, los tres más expuestos a los efectos económicos del coronavirus. Por último, aunque la solvencia de la banca es hoy bastante mejor que antes de la crisis de 2008/09, las fuertes caídas en los valores en bolsa de varias entidades financieras amenazan con llevar su precio en relación con el valor libro a niveles peligrosamente bajos.

¿Cuáles son las medidas para mitigar los efectos? He aquí el recetario de la OCDE. En cuanto a la población, es primordial aumentar los recursos disponibles para el sector salud, establecer transferencias monetarias de apoyo a los hogares más vulnerables, y facilitar arreglos laborales de corto plazo flexibles. Para las empresas, especialmente las pequeñas y medianas, es importante reducir o retrasar los pagos de impuestos de los sectores más afectados, expandir la liquidez y disponibilidad de crédito para ellas, y reducir los pagos atrasados del Estado al sector privado. A nivel de la política macro, el Banco Central debe expandir la liquidez a los bancos y relajar la política monetaria a un punto coherente con condiciones de mercado extremas —como lo acaban de hacer la Fed en EE.UU. y el Banco Central de Chile—; en tanto, el fisco debe implementar programas de sustento al empleo y aumentar su gasto, particularmente en infraestructura. Aunque este recetario es el que está siguiendo gradualmente la mayoría de los países, su éxito ciertamente dependerá de los montos de recursos envueltos y del espacio de acción que tengan bancos centrales y gobiernos.

En este sentido, la aplicación coordinada de estas políticas entre las principales economías mundiales —esto es, que quienes tienen más espacio fiscal y monetario lo utilicen plenamente con vistas a sostener al conjunto de países— tiene un efecto muy significativo. Más aún si además se aplican reformas que traigan aumentos en productividad. Según cálculos de la OCDE, dicha coordinación podría llegar hasta 1,2 pp de mayor crecimiento al segundo año en una economía G20 mediana, bajo supuestos realistas, donde 0,15 pp es una mejora en la confianza de consumidores e inversionistas.

Esa confianza se ve elusiva por ahora. A pesar de una leve recuperación ayer, los indicadores bursátiles principales muestran fuertes caídas y pérdidas acumuladas cuantiosas respecto de sus máximos de febrero: 38% en el caso de Madrid, 35% el DAX alemán y más de 20% el DOW de EE.UU. No será fácil. Mientras tanto, en Francia (donde vivo) estamos ya recluidos forzosamente en nuestras casas sin poder salir más que para lo estrictamente indispensable y provistos de una declaración jurada. La hora actual nos exige solidaridad y paciencia. (El Mercurio)

Felipe Morandé

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