LA ECONOMÍA chilena ha perdido el dinamismo que exhibió en años pasados. Destaca el 2% de expansión desde 2014. Para entender el desempeño actual es esencial mirar desde dónde veníamos. Luego del crecimiento de 2,9% anual durante la dictadura, en 1990-1998 saltó a un 7,1% anual. Entonces, nuestro PIB por habitante aumentaba al triple (3 veces) la velocidad de los Estados Unidos y aventajábamos por 4% adicionales por año a América Latina. Es el período de efectivo “milagro”, ni antes ni después lo hay. Pues Chile perdió el impulso. Entre 1999 y 2013, el PIB promedió un aumento anual de 3,9%, aun creciendo un poco más que el 3,2% de Latinoamérica. Luego, Chile cae al 2% en 2014-2016. Pero, la región está bajo el cero; como ello está muy marcado por Brasil, lo excluimos del promedio, y el resto exhibe algo más de 1%. El descenso de Chile es parte de un fenómeno presente en la mayoría de la región. Es un error desconocerlo, pero también es errado creer que la lentificación es reciente. No, pues venía desde fines de los 90. ¿Causas? Varias. Nos centramos en tres.
Las exportaciones. En los 90 crecían 10%, muy por sobre el comercio mundial. En los 2000 se redujo a 6%, cifra similar a la mundial y perdió impulso diversificador y de creación de mayor valor agregado; desde la crisis global se sitúa cerca del 1% (¡uno por ciento!). Es cierto que el comercio internacional decayó, pero crece cerca de 2,5% anual. En consecuencia, Chile está muy por debajo, luego de superarlo ampliamente en los noventa. ¿Causa? En cualquier economía de mercado el tipo de cambio es uno de los dos macroprecios más cruciales. Desde la liberalización cambiaria en 1999 su inestabilidad ha sido notable (precios desde $ 435 a $ 760 por dólar). Esa inestabilidad, que los mercados de derivados no curan para los inversionistas productivos, desalienta la inversión en exportables y la adición de valor agregado y castiga a las Pymes que compiten con importaciones.
Pero las exportaciones son menos del 30% del valor agregado al PIB. Más del 70% del PIB se produce y usa en el mercado interno. Mientras en 1991-1998 la economía estaba ocupando el grueso de su capacidad productiva (PIB efectivo similar al PIB potencial), desde 1999 ello solo sucedió en 2007 y 2012-2013. En todos los otros años la brecha fue significativa, agregándose a la inestabilidad cambiaria como otro desequilibrio macroeconómico. El control de la inflación es muy importante, pero solo uno de los equilibrios macroeconómicos. El desequilibrio entre objetivos perjudica la contribución de la economía interna al crecimiento del PIB.
Finalmente, la brecha de desarrollo económico respecto a las economías más avanzadas (que más que duplican el ingreso por habitante nacional) no se ubica en las grandes empresas más modernas y exportadoras. La mayor brecha de productividad se ubica (i) en los cientos de miles de Pymes (ii) en los trabajadores formales de menor calificación y (iii) en los informales. Allí están las brechas de productividad entre el 40% promedio de Chile en PPP (y 27% a precios de mercado) y el 100% de los EE.UU. Por consiguiente, para crecer, es imprescindible elevar la productividad y la empleabilidad en estos tres sectores, reduciendo crecientemente la distancia que los separa de los sectores de altos ingresos, y así elevando la productividad e ingresos promedios. Es el desafío en las estructuras productivas: crecer incluyendo.
Para un desarrollo incluyente resulta imprescindible recuperar equilibrios de la macroeconomía real y poner en marcha las postergadas políticas de desarrollo productivo que impulsen la formación de capital, la capacitación e innovación, en especial de las Pymes.