Ha comenzado febrero, el corazón del estío chileno, cuando el país se detiene o funciona mínimamente. El tiempo transcurre con otro ritmo, una cierta languidez rodea todo lo que sucede, parecería que de pronto el “kronos”, el tiempo real según los griegos, el tiempo de la actividad, el apuro, la acción y la ambición, es desplazado durante apenas un mes por el “kayros”, “el tiempo para sí”, para una cierta introversión, para la contemplación, el tiempo de los dioses, del placer y del descanso de los atardeceres largos. El tiempo en el que el celular pierde su centralidad y su urgencia, salvo que se use para fines lúdicos.
También puede ser un tiempo de reflexión, de preguntarse acerca del sentido de las cosas y de la vida, de lo realizado el año anterior y de lo que se nos viene encima a partir de marzo, cuando despierte el músculo que dormía y la ambición que descansaba, parafraseando a Carlos Gardel en su tango Silencio.
La reflexión debería ser particularmente importante para quienes se han echado, por decisión de la voluntad popular, la conducción del país sobre sus hombros.
Si lo hacen con honestidad, no pueden estar satisfechos con lo realizado, no solo por su impericia consistente y prolongada, que en parte puede ser fruto de su inexperiencia respecto de la conducción de los asuntos públicos, sino, además, por su confusa orientación que no termina de perfilarse. Pareciera, en todo caso, ser un gobierno diésel, de partida lenta.
En verdad no debe ser fácil perder la soberbia que produce el estar convencidos de poseer una verdad absoluta e inmaculada, y pasar bruscamente a la realidad de las cosas. Comenzar a entender que la acción pública no es una pura cuestión de voluntad y que la prudencia, la gradualidad y el andar sereno no eran una excusa de pusilánimes acomodaticios, sino una opción responsable de quienes lograron realizar cambios sociales sólidos y con respaldo ciudadano.
No sería justo, sin embargo, una evaluación completamente negativa de lo realizado en el primer año del actual gobierno.
El Presidente Boric ha mostrado ante diversas cuestiones nacionales e internacionales una cierta apertura de espíritu, ha morigerado posiciones anteriores e incluso ha cambiado de opinión como corresponde a un Jefe de Estado cuando concluye que sus ideas no eran buenas.
Queda, sin embargo, un largo camino por recorrer para enmendar rumbos y evitar errores. Porque el año 2023 será un año difícil y con muchos escollos. Lo central para el sector político que nos gobierna será comprender que refundación y camino democrático se contraponen.
Históricamente, las revoluciones contemporáneas nunca han podido convivir con el sistema democrático. Requieren como agua el sediento del autoritarismo y la dictadura para imponer sus verdades que tienden a ser absolutas.
En ello se asemejan a los autoritarismos reaccionarios. Vean ustedes la intentona golpista que se cocinaba detrás de las violentas manifestaciones acaecidas hace muy poco en Brasil.
La expresión más clara de ese fundacionalismo en el primer año de gobierno fue, sin ninguna duda, la elaboración del texto constitucional por una Convención Constitucional dominada por una embriaguez refundacional, que produjo un texto que proponía una visión partisana llena de exacerbaciones que debilitaba nuestra institucionalidad y no ayudaba al reforzamiento de cambios democráticos, compartidos e inclusivos.
La respuesta popular fue neta y clara, no fue una respuesta conservadora, fue la muestra de un sentido común democrático.
La prueba de ello es que no clausuró la búsqueda de una nueva Constitución, sino que dio inicio a un nuevo proceso constitucional de manera pluralista, que esperamos apruebe una nueva Constitución democrática, moderna y que responda a los desafíos del siglo XXI, en la cual todos nos sintamos de alguna manera representados.
Una ley de leyes que enmarque al país para que avance en paz, en libertad y con mayores niveles de igualdad.
Esa lección decisiva debe transferirse a las diversas políticas públicas y reformas, a su seriedad y profundidad, pensando en el largo plazo y no en sacar rápido al gobierno de su grave impopularidad.
Si algo enseña la experiencia política es que la pura acción comunicacional no puede, en un sistema democrático, transformar las cosas sin valor en pepitas de oro.
La bala de plata en política suele terminar convirtiéndose en un disparo al propio pie.
¿Es posible mejorar en este segundo año?
Siempre es posible, pero para ello debe modificarse la conducta del gobierno, ampliar el espacio de madurez y experiencia en sus rangos directivos; la oposición, por su lado, también debe elevar su espíritu de Estado.
Por solo hablar de sucesos recientes, en un país como el nuestro, que atraviesa severos problemas, no podemos permitirnos un carnaval de indultos desprolijos y contradictorios ni acciones mentecatas, frívolas y dañinas para nuestra política exterior.
Tampoco es bueno que las acusaciones ministeriales sean usadas como banales armas de batalla política más que como justas preocupaciones de Estado.
“El reposo del guerrero” es necesario, más allá de la lozanía de nuestros dirigentes.
Sería más que deseable que ese reposo incluyera reflexión y buenas lecturas, que ojalá incluyeran una relectura crítica de sus autores favoritos, aunque no estaría de más que cruzaran el Rubicón intelectual y leyeran acerca de la teoría democrática, desde los clásicos de la Ilustración a los grandes autores que atravesaron el siglo XX, Max Weber, Norberto Bobbio, Giovanni Sartori, Hans Kelsen, J.M. Keynes Robert Dahl, Karl Popper, Albert Camus, Hanna Arendt, Jurguen Habermas, Lezek Kolakowski, Tony Judt, Edgar Morin, Raymond Aron y Alain Touraine, entre tantos otros.
Que pudieran conocer el feminismo ciudadano de Elizabeth Badinter y el recorrido, virtudes y errores de las grandes figuras políticas que marcaron las experiencias democráticas de los dos últimos siglos.
No estaría de más leer acerca de la diplomacia partiendo de Tayllerand y Metternich. Conocer las memorias de Hernán Santa Cruz podría contribuir no solo a mejorar la comprensión de las relaciones internacionales históricas de Chile, sino también elevar el nivel del lenguaje interno de nuestra Cancillería.
Leer a los padres de la Unión Europea podría permitir argumentar con solidez frente a quienes deliran con la moneda única para América Latina, cuando la integración latinoamericana no puede superar aún el estado de postración a la que ha sido conducida por la retórica irresponsable y el ideologismo de muchos dirigentes de la región en nuestro siglo.
Ayudaría igualmente ponerse al día en el debate actual de la ciencia, la tecnología y los desafíos del siglo XXI y no quedarse solo en los titulares para una buena cuña, que es la impresión con la que quedó no hace mucho un eminente intelectual europeo después de algunas conversaciones.
Sin duda, la corta lista de los autores señalados es muy incompleta y también arbitraria. Esta debiera ser completada con la historia larga y la literatura clásica, pero les aseguro que comenzar por ahí no le haría daño a nadie.
Dirigir un país es algo serio, y sin una cultura política amplia, las puras buenas intenciones nos llevarán derechito a pavimentar el camino del infierno.
¡Buen verano y buenas lecturas! (La Tercera)
Ernesto Ottone