Los diálogos entre el Presidente y los timoneles de los partidos opositores ocurridos la semana que termina, se vieron como algo positivo en cuanto intentaron generar un mejor clima político que el que ha estado imperando últimamente. De acuerdo a los participantes, fueron instancias de conversación en donde las posiciones se pudieron plantear con toda franqueza, lo que generó expectativas de que se podría estar en presencia del regreso de la política de los acuerdos.
Hasta ese momento todo bien, pero a los pocos días, la oposición ya habla de falta de voluntad de diálogo porque el gobierno descartó la posibilidad de dividir los proyectos de reforma y no paran de exigir más y más condiciones para abrirse siquiera a la posibilidad de legislar. Pareciera ser que la oposición pretende que las reformas se hagan como ellos quieren, o, si no, no están disponibles para aportar sus votos de mayoría.
Lamentablemente, en el caso de la reforma tributaria, la oposición se ha convertido en una criatura insaciable, siempre estimando que todo es poco, exigiendo cada día más impuestos y más medidas adicionales para abrirse a apoyar la idea de legislar. Recién se ofreció subir aún más el irracional impuesto verde a los vehículos nuevos, pero tampoco les resulta suficiente. Y en esto llevamos ocho meses, sin que aún esté claro cuál será la decisión que finalmente terminen adoptando.
¿Y cuál es el principal escollo? Es ideológico. Es el rechazo visceral a toda idea que de alguna manera pudiera significar un beneficio para las grandes empresas, sin importarles que son miles las PYMES que se verían beneficiadas por eliminar el sistema semi integrado, que tantos perjuicios les ha acarreado a los mayores generadores de empleos del país. Ese rechazo visceral a lo que huela a gran empresario, que no resiste ningún análisis económico serio, les impide reconocer y aceptar que los recursos que se podrían liberar se usarían para invertir en nuevos proyectos y éstos producirían más y mejores empleos, los que generarían mayores ingresos, con lo cual finalmente el Estado tendría una mejor recaudación, el país crecería más y más rápido, y el bienestar general aumentaría proporcionalmente.
Si el mundo está moviéndose en el sentido contrario a Chile, rebajándose los impuestos en todas partes; si además instituciones como el FMI y la OCDE consideran que la reforma tributaria planteada por el Gobierno es positiva para el crecimiento del empleo y de la economía, resulta insostenible que, por razones ideológicas, la oposición la rechace y pretenda que, por tener mayoría en ambas cámaras, sean ellos los que dicten las reglas del juego.
Estamos muy cerca del momento en que se tendrá que votar en la Cámara el destino de la reforma, lo que hasta ahora resulta muy incierto. De continuar la oposición exigiendo cada día más y más, al gobierno lo estarán conduciendo a tener que tomar una compleja decisión: someterse a sus dictados y desmantelar la esencia de su propuesta o dejar que la oposición ejerza su mayoría y rechace finalmente la idea de legislar, asumiendo las responsabilidades que le corresponda.
En lo personal, soy partidario de lo último, puesto que de lo contrario, el gobierno estaría desestimando el mandato que se le dio al Presidente Piñera para liderar los destinos del país. Si bien es cierto la oposición hoy controla el Congreso, más relevante es el hecho, que en las urnas sus propuestas fueron rechazadas por una inobjetable mayoría. (El Líbero)
Jaime Jankelevich