Al analizar entre liceos técnicos y científico humanistas la brecha también emerge y llega hasta los 50 puntos, en desmedro de los colegios técnico profesionales. Asimismo, las brechas entre los establecimientos públicos y subvencionados sólo se explican por el bajo desempeño obtenido por los liceos técnico profesionales, que en su mayoría son públicos.
Cuando miramos los resultados con perspectiva de género, el escenario sigue siendo desgarrador. Si bien en algunas pruebas los puntajes de las niñas van en alza y se reducen las diferencias, esto ocurre principalmente porque han bajado los puntajes de los niños. Simce demuestra a nivel local lo que TERCE señaló a nivel latinoamericano: en lugar de cerrar las brechas de género, nuestro sistema educativo las profundiza. Nuestros colegios son semilleros de segregación.
En octavo básico y segundo medio retroceden las escasas mejoras avanzadas en segundo, cuarto y sexto básico. Esto puede explicarse por una desatención de la política pública en la enseñanza media, donde los aprendizajes requieren de estrategias y profesores especialistas. Hoy no contamos con estas herramientas. Los y las jóvenes de nuestro país egresan del colegio sin los conocimientos y habilidades necesarias para desarrollar su vida. Ingresan a la educación superior o al trabajo incapaces de comprender lo que leen o de calcular un porcentaje.
Urge cambiar esta realidad de una buena vez. Necesitamos “caminar y mascar chicle al mismo tiempo”, es decir, ocuparnos de las condiciones estructurales del sistema y cambiar ya las dinámicas al interior de la sala de clases, poniendo nuestras fuerzas en motivar a niños, niñas y jóvenes, y en revitalizar el vínculo entre docentes y estudiantes.
Debemos implementar pulcramente las leyes ya aprobadas (Inclusión y Carrera Docente), aprobar pronto el nuevo sistema de educación pública, legislar un nuevo modelo de financiamiento de la educación, reducir el peso y las consecuencias del Simce en el sistema, y contar con una carrera directiva de excelencia; cambios que facilitarán el trabajo de las escuelas. Al mismo tiempo, vincular los intereses de niños, niñas y jóvenes con el “qué y cómo” se aprende, porque hoy sólo el 38% de nuestros estudiantes tiene alta autoestima y motivación frente al aprendizaje. Es necesario romper con la estructura arcaica y poco democrática de la escuela.
Por último, a días de que comience a legislarse la reforma a la educación superior, no podemos avanzar al último nivel educativo sin considerar los resultados de la base. Las instituciones de educación superior deben asumir que sus estudiantes ingresan con brechas y generar planes de apoyo y nivelación. ¿Qué sentido tiene discutir sobre gratuidad en un Chile donde la mitad de la juventud deserta de las carreras porque, quizá, no comprendió lo que se le enseñaba en la sala? ¿Qué sentido tiene que profesionales egresen de la educación superior sin entender lo que leen?
La reforma educativa que Chile necesita no se acaba, en ningún caso, sólo con la puesta en marcha de los proyectos en curso. Estamos ante una crisis del sistema educativo a nivel general: todos los niveles y todas las dependencias. Se requieren medidas que impacten ya en lo que ocurre dentro de la sala de clases. No es un lujo, sino un imperativo ético. (El Dínamo)
Educación 2020