Retratos de familia

Retratos de familia

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Una de las fotos más famosas de la historia contemporánea de América Latina es la de Carlos Franqui junto a Fidel Castro. En realidad son dos fotos: en la primera, tomada en 1962 cuando Franqui dirigía el diario Revolución, aparecen Franqui y Castro entrevistados por un periodista. En la segunda, publicada por el diario Granma en 1973 –el órgano de propaganda con que el poder sepultó Revolución y su avatar, Lunes de Revolución, creados ambos por Carlos Franqui– aparecen sólo Fidel y el periodista.

Once años después, Franqui había pasado a los sótanos de la historia. Periodista, poeta, ensayista, Carlos Franqui –que, entre otras cosas, atrajo a una gran catidad de artistas e intelectuales a la Cuba revolucionaria– se convirtió en una sombra molesta para el ego infinito de Fidel. Conclusión: Franqui partió al exilio, como años antes lo había hecho su amigo Cabrera Infante, quien dirigía el suplemento cultural Lunes de Revolución… y su imagen fue literalmente borrada de la memoria oficial.

La iconografía es crucial en el manejo (y control) del Estado. Lo sabían los romanos, cuya primera medida cuando cambiaba el emperador era retirar toda la moneda circulante en el imperio y reemplazarla por piezas con la efigie del nuevo «imperator». En nuestra época contemporánea los regímenes totalitarios han controlado férreamente la iconografía oficial: Stalin hizo desaparecer a Trostsky de todas las imágenes en las que se lo veía junto a Lenin, lo mismo hizo Goebbels suprimiendo al molesto Ernst Röhm –el organizador de las SA, fuerzas paramilitares nazis, que se oponía a la alianza del Tercer Reich con las élites financieras y el ejército– de las fotografías junto a Hitler. Y Franco, que era español de la España «de charanga y pandereta», no se separó nunca del brazo de santa Teresa de Jesús, «el brazo incorrupto», con cuya exhibición electrizaba a las masas en los primeros años de su reinado.

¿A qué viene todo esto? Pues sencillamente a comentar un hecho que en el día a día político puede parecer irrelevante, pero que tiene un alto valor simbólico: el martes pasado el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, se dirigió al Congreso Nacional para defender la causa de su país ante la agresión rusa. Los senadores y diputados del PC y el Frente Amplio brillaron por su ausencia. El diputado Diego Ibáñez argumentó que esas eran cuestiones que se trataban directamente entre presidentes. La diputada Carmen Hertz dijo que Zelenski propugnaba una lógica militarista y estaba asociado con grupos neonazis.

O sea, por una parte, la guerra en Ucrania es un asunto, digamos, menor, que no merece la atención del Congreso Nacional. Por otra parte, el PC por vía de la diputada Hertz, y de los artículos de El Siglo al respecto, se alinea milimétricamente con Putin: Zelenski es un fascista, agresor de las minorías rusas de Ucrania, grave amenaza para la democracia… Es un hecho que el PC no quería estar en ese «retrato de familia» porque puede más su tremenda nostalgia de la extinta Unión Soviética.

Quizás se han olvidado de cuando propiciaban el apoyo de la mayoría de las naciones para la lucha del pueblo chileno contra Pinochet. Lo que valía para recuperar nuestra democracia, ¿no es válido para la lucha del pueblo ucraniano contra el agresor con ínfulas soviéticas? Lo más curioso es que el PC chileno queda así del lado de los movimientos ultraderechistas europeos que apoyan irrestrictamente a Putin (quien a su vez los financia).

El PC es un caso de diván: errante en la sombra, como un Edipo ciego a la posmodernidad, trata de propiciar una futura revolución que ocurrió en el pasado… y fracasó estrepitosamente.

Ahora, ¿serán conscientes los muchachos del Frente Amplio del partido que están tomando al restarse de la foto de familia de la representación nacional? ¿De verdad le creen a Putin? ¿De verdad piensan que Ucrania es la nación agresora? ¿No les molesta alinearse con Bolsonaro, Le Pen, Meloni y los neonazis alemanes? ¿Será esta la nueva política? ¿Será parte de la cosmovisión de una sociedad más justa? Esta ausencia, que equivale a un posicionamiento en el tablero internacional, ¿será un ingrediente del cemento de la tumba del neoliberalismo? Boric se ve bien solo. (El Mostrador)

Mauricio Electorat