El solsticio de invierno —el 21 o 22 de diciembre— era el día más corto para los antiguos romanos. Hacía frío y posiblemente había algo de nieve afuera. Pero sabían que volvía el sol con días más largos. La celebración del Sol Invictus era el símbolo del calor que vencía al frío, de la luz por sobre la oscuridad. Y en honor a Saturno, el dios de la agricultura y de las buenas cosechas, se celebraban las Saturnalias. Esta fiesta romana, parecida a las dionisíacas griegas, era larga: duraba una semana. Las casas se decoraban con plantas. La buena comida y el alcohol eran abundantes. Y para dar la bienvenida al sol, se encendían velas y antorchas.
Las Saturnalias partían con una ceremonia religiosa y un banquete público al que todos estaban invitados. Durante esas fiestas ya se hacían regalos. También se celebraba la igualdad. Los esclavos podían saludar y festejar junto a sus amos. Tenían libertad para reírse de ellos y criticarlos. Incluso podían romper los platos. En ese período de fiesta, muchos esclavos podían recibir de sus amos el regalo de la libertad. Ese era el acto de “manumitir” — literalmente, “soltar la mano” (manus es mano y mittere es arrojar o enviar). La mano del amo soltaba y arrojaba las cadenas.
Constantino adoraba al Sol Invictus. Y justo antes de una batalla decisiva, vio una cruz en medio del sol. Ese fue el símbolo de su victoria. Gracias a su santa madre Helena y a los cristianos, venció y se convirtió en el emperador amigo del cristianismo. Instauró la libertad de culto y promovió la construcción de nuevos templos. Constantino también declaró el dies Solis, nuestro domingo cristiano, como el día del descanso. Era el día del sol, que pasó a ser el día de Dios. Por eso en inglés se mantiene la palabra Sunday.
La Navidad, que celebra el nacimiento de Jesús, tiene su historia, una historia fascinante y a ratos, confusa. Curiosamente nuestro viejo “pascuero”, como símbolo de Navidad que celebra el nacimiento de Jesús, también se vincula a la pascua que celebra la muerte y resurrección de Cristo. Y nuestros viejos pascueros, en vez de andar con shorts y traje de baño, transpiran usando ese grueso traje nórdico. Los acalorados viejos pascueros solo pueden soñar con la nieve y el trineo tirado por renos voladores. Ese es el peso de las tradiciones.
Ahora bien, el personaje del Viejo Pascuero —Papá Noel en francés o Santa Claus en neerlandés— también tiene su historia. El obispo San Nicolás de Bari vivió en el siglo IV y fue reconocido por su generosidad. Y su costumbre de hacer regalos en secreto inspiró la idea del Viejo Pascuero. Esta tradición caló muy hondo. Por ejemplo, los protestantes ingleses, que no eran amigos de Jesús y odiaban a los “papistas”, intentaron prohibir la celebración de Navidad. El paganismo, la tradición y el anhelo atávico de celebrar al Sol Invictus fueron más fuertes. Tal vez por eso los ingleses, que son más prácticos, comenzaron a hablar de “Christmas”, relacionada con Cristo.
Todas las tensiones —tacos, bocinazos y agresividad— dan paso a la celebración de la Navidad, nuestra Saturnalia cristiana. Y ya vendrá el año nuevo, con la esperanza de algo mejor. Muchas felicidades y esperemos que así sea. (El Mercurio)