Después de la segunda vuelta, una frase ha sido recurrente: “Fue la peor derrota que ha tenido la centroizquierda”. En términos numéricos, al menos desde el retorno a la democracia, la afirmación es irrefutable; sin embargo, creo que contiene un grave error. Asegurar que la centroizquierda fue derrotada implica asegurar que la centro izquierda compitió en la elección, cosa que me atrevo a poner en duda.
En los hechos, ninguna candidatura se hizo cargo de levantar nítidamente un proyecto que combinara tres elementos centrales para el votante de centro izquierda en el siglo XXI: el crecimiento económico -sustentable e innovador-, la ampliación de derechos sociales y el fortalecimiento de las libertades civiles.
Durante la primera vuelta, en muchos momentos Alejandro Guillier pareció atrapado por una izquierda nostálgica del pasado. En uno de sus discursos, el senador criticó duramente a las “fuerzas voraces de las transnacionales que explotan a nuestra gente”, en una cuña que parecía sacada de algún mitin de Pedro Aguirre Cerda -con quien algunos se esmeraron en compararlo- de los años treinta. Carolina Goic cargó siempre con la representación de los sectores más conservadores de la DC, y a la luz de los resultados finales -y las declaraciones de los propios dirigentes de su partido- buena parte de sus votantes terminaron inclinándose sin asco por la derecha.
Y Marco Enríquez Ominami, que al menos discursivamente fue el más lúcido al plantear un ideario centroizquierdista, careció de la fuerza necesaria para transformarse en una alternativa competitiva, tras haber sido golpeado antes por el propio sector y por las investigaciones judiciales en su contra.
En la campaña de segunda vuelta el panorama no mejoró. Alentada por la necesidad de hacer “guiños” a un Frente Amplio -que desde la izquierda y de acuerdo a la votación de Beatriz Sánchez en comunas como La Florida, Puente Alto y Maipú fue más hábil en representar las nuevas demandas de la clase media- nuestra candidatura puso el foco en los derechos sociales y las libertades, descuidando completamente el crecimiento y enfrentándose incluso a los empresarios, lo cual fue aprovechado por un Sebastián Piñera que, manteniendo su discurso centrado en el crecimiento económico, con una pieza notable en la franja que explicaba la relación de este con la vida diaria de las personas, supo abrirse -sutilmente para no herir al electorado de Kast- a la expansión de derechos sociales, asegurando la continuidad de la gratuidad en la educación, y matizó su discurso ultra conservador de la primera vuelta en relación con las libertades de los ciudadanos.
Aunque muy probablemente sus propuestas, como ya ocurrió en su primer gobierno, van a estar llenas de letra chica, lo cierto es que en esta pasada Piñera fue más astuto en acercarse a la triada programática que caracteriza al electorado de centroizquierda.
Si bien las razones de la derrota son múltiples, y tardará un tiempo descifrarlas completamente, es claro que cometimos un error al dejar de hablar de ciertos temas como si fueran conceptos vedados para el progresismo, una especie de Alf que había que mandar al sótano, mientras al frente la derecha recorría las ferias y las poblaciones anunciando que en los “Tiempos Mejores” Chile iba a crecer mucho más y los fantasmas del desempleo y la delincuencia se acabarían, todo eso complementado con la campaña del terror de “Chilezuela” que muchos de nosotros nos tomamos erróneamente como un chiste.
Si durante los últimos 40 años todos los gobiernos se encargaron de transmitir a diario a los ciudadanos que lo más importante para el desarrollo de Chile son las cifras macroeconómicas, ¿por qué entonces alguien pensó que de un día para otro a la gente no le importaría si la economía crece o no?
Si en todos los estudios de opinión la seguridad aparece como la principal preocupación de los chilenos, ¿por qué entregar este tema en bandeja a nuestros adversarios, a sabiendas del uso antojadizo que han dado a las cifras y del populismo penal imperante en sus propuestas?
El desafío, más que buscar a una centroizquierda desaparecida, es articular una nueva mirada que no tenga tapujos en definir y defender su identidad, que proponga un proyecto distintivo a la sociedad chilena, valorando y aprovechando la inserción de nuestro país en el mundo para propender a un mayor desarrollo científico y tecnológico. Que entienda que crecer, de manera armónica y sustentable, es un requisito indispensable para extender los derechos sociales, al mismo tiempo que crecen las libertades y las seguridades de las personas.
Si empezamos de a poco a recuperar estos verbos, podremos pensar en participar de las elecciones del 2021, el primer paso antes de aspirar a ganar. (El Mostrador)
Farid Seleme