No es tan claro que los dos años que restan del mandato del Presidente Boric puedan ser mejores que los dos primeros. Para desgracia del país, no hay señales precisas que permitan certificarlo. Más bien, podrían agudizarse problemas como la crisis de seguridad pública, la situación frágil de la economía, el desorden educacional, la ausencia de acuerdos en materias tributaria, previsional y de salud.
El problema mayor, hay que decirlo de nuevo, es rigurosamente político, pues se relaciona con el liderazgo presidencial. Al cabo de dos años, es claro que lo que más se acomoda al modo de ser de Boric son los gestos a los que busca dar trascendencia, y los discursos en los que procura proyectar una imagen menos partisana. Ese fue el eje de su pronta reacción ante la inesperada muerte del Presidente Piñera. Cumplió impecablemente los ritos republicanos y hasta marcó un principio de autocrítica por la actitud de su sector frente al segundo gobierno del mandatario desaparecido, lo que fue valorado por la mayoría del país y causó admiración en el exterior.
Sin embargo, otra cosa es gobernar de modo fructífero, lo que supone tener un diagnóstico adecuado de los males que se busca remediar. Solo así es posible fijar metas realistas y definir los medios apropiados para alcanzarlas. Es lo que ha faltado. Boric y sus equipos han representado un contraejemplo respecto de cómo abordar la compleja tarea de gobernar. No ha habido únicamente un déficit de gestión, sino ausencia de una visión de Estado, lo cual ha sido agravado por el talante mesiánico con el que llegaron a La Moneda. Empeñados en “hacer las cosas de otro modo”, demostraron que era posible, pero mal. No es extraño que haya crecido el aprecio por los presidentes de la Concertación, y por Piñera.
El problema es que a Boric no le queda mucho tiempo útil. Necesita concentrarse en aquello en lo que pueda mostrar algún avance al término de su mandato, y nada es más importante que restablecer los niveles de seguridad pública que Chile tenía hace 10 o 15 años. Si consigue reducir las cifras de homicidios, asaltos y robos, podría dejar una huella positiva de su paso por el poder.
¿Tanto peor, tanto mejor?
Cometerían un grave error las fuerzas opositoras si se dejaran tentar por la opción de “contribuir” al fracaso del gobierno, creyendo que eso las favorece. Es una manera éticamente cuestionable de concebir la función opositora en condiciones democráticas, que pierde de vista las necesidades de la población y el futuro del país. Deben criticar las políticas que consideran equivocadas, pero al mismo tiempo ofrecer otras mejores, para que los ciudadanos se formen su propia opinión. No pueden asumir una postura obstruccionista, sino mostrar una actitud constructiva.
Si los problemas nacionales se agravan, los perjuicios afectan a todos. Está comprobado que, en contextos de crisis extrema, es muy alto el riesgo de desarticulación de la convivencia en libertad, deterioro institucional y expansión del populismo y el autoritarismo. Chile ya lo vivió en octubre de 2019. Hay que evitar que algo como eso se repita. La oposición no puede negarse a los acuerdos que, por lo menos, alivien las aflicciones de la población. Eso es clave en áreas como la salud, donde las listas de espera en el sistema público ilustran la magnitud del atraso, a lo que se agrega la incertidumbre sobre el futuro de las isapres.
Es natural que las fuerzas opositoras quieran diferenciarse del gobierno, pero ello no se contradice con la decisión de mostrar buena voluntad para ayudar a conseguir avances parciales, o presionar para que las cosas se hagan mejor. (La Tercera)
Jorge Burgos