A primera vista, todos los analistas coinciden en que la Presidenta intentó desviar la atención de los focos de corrupción, tratando de conducir el interés ciudadano hacia el proceso constituyente. Obvio: es la vieja técnica distractora que antes recurría a problemas fronterizos y que ahora acude a variables políticas internas.
Pero también hay coincidencia en que Bachelet no logrará con esa maniobra desviar la atención de las personas respecto de las boletas y de los créditos, de los parlamentarios y de la nuera. La gente no va a encandilarse con el estudio de una nueva Constitución: eso lo sabe muy bien la izquierda gobernante, porque aunque nunca le han importado las personas, sí sabe leer las encuestas.
Entonces, ¿por qué Bachelet se expuso a ser descalificada como una prestidigitadora que intenta fijar la atención de la audiencia donde podría no pasar nada? ¿Por qué quiso concentrar con su discurso la atención en ella misma y no en las reformas contra la corrupción? Simple: porque busca recuperar su liderazgo -aconsejada por sus más fieles asesores- justamente ahí donde ha flaqueado más gravemente: con sus propios y más íntimos partidarios.
Por eso el anuncio del proceso constituyente debe leerse como primariamente destinado a todos los parlamentarios de la izquierda gobernante que ya están sufriendo quebrantos prejudiciales: es un supuesto bálsamo para que renueven su fe en la Presidenta y puedan continuar apoyando su política de reformas. Todo político de la coalición oficialista que se sentía huérfano pocos días atrás, porque no veía cómo lograría salvar su pellejo, ha respirado pensando que el anuncio presidencial le permitirá abocarse con nuevas energías a una actividad distractora. El anuncio no es un dulce destinado a la ciudadanía -ya estragada con la avalancha de reformas-, sino pensado para los más cercanos colaboradores, quienes esperaban alguna señal maternal que los aliviase de tanta aflicción.
Pero Bachelet no ha actuado solo como una buena madre para su grupo más cercano, sino que ha buscado también acrecentar la adhesión de ese segundo círculo que dentro de su gobierno esta constituido por los comunistas, e integrado en sus márgenes por los pequeños pero organizados grupos de activistas: los autónomos de Boric, los revolucionarios democráticos de Jackson, los iluminados de Atria. Para ellos, el anuncio presidencial es el gancho que estimula sus afanes de asamblea constituyente.
¿Y para la DC? Nada. El riesgo de un eje Escalona-Gutenberg está descartado. Por eso Bachelet ha podido jugar sobre seguro, sobre Pizarro, convocando a un proceso constituyente que apenas suscita las típicas dudas y lamentos en el partido de la flecha, angustias que jamás darán nada de sí.
Septiembre será el mes. No por ser el del Dieciocho, sino por ser el del Once. La Presidenta -si aún está de ánimo- invocará entonces conceptos tan novedosos como la dictadura y la violación de los derechos, estimulará a partidarios tan limpios de responsabilidad como Teillier, Schilling y Navarro, para lanzarnos a cabildos y consultas, para entregarnos al secuestro permanente de unos pocos activistas que en esas instancias gozarán manipulando procesos del todo ineficientes para una reforma constitucional, aunque eficaces con vistas a las próximas elecciones municipales y parlamentarias.
Si los pone en marcha, la Presidenta habrá confirmado la sospecha que sobre ella siempre ha recaído: su apariencia de madre buena oculta en realidad a una de las más hábiles operadoras políticas de la izquierda chilena. Cuando falla su dimensión afectiva, Bachelet está siempre disponible para su versión combativa.