La muerte ronda a Chile. Por un lado, mueren niños y adultos abatidos en la crisis de inseguridad. Ante esto, resurge el debate a nivel electoral sobre reponer la pena de muerte. Por otro lado, el Gobierno anuncia avanzar en ampliar la despenalización del aborto y legalizar la eutanasia. La crisis de natalidad aparece como la muerte demográfica de Chile y las tasas de suicidio han aumentado los últimos años. Por último, el allanamiento al departamento de una diputada el mismo día del parto de su hijo genera interpelaciones a los provida.
Ante esto, el significado de ser “provida” exige una respuesta coherente a las distintas cuestiones planteadas. Está claro que la persona humana es digna de respeto, promoción y protección. Reflejo de lo anterior se manifiesta en el delito del homicidio y en la creación de programas para la prevención del suicidio. En este sentido, cada persona, única e irrepetible, es un fin en sí misma y parte de la sociedad. La discusión se genera respecto de ciertos actos que constituirían excepciones.
En el caso del aborto, se alega que el no nacido no es persona o que, siéndolo, su derecho a la vida se subordina al derecho de la madre. Ser provida sería, entonces, defender al que está por nacer desde que inicia su existencia, lo cual no se reduce a estar sólo en contra del aborto. Los atentados contra la vida del no nacido también abarcan prácticas como las técnicas de reproducción asistida, especialmente la criogenización, la experimentación genética, la eugenesia y la maternidad subrogada. En estas situaciones el embrión es tratado como cosa o es directamente destruido. Pero, por cierto, la definición de ser provida no se agota en el nacimiento ni en desentenderse de la madre. También implica la búsqueda creativa de soluciones para las madres con embarazos vulnerables, como programas de acompañamiento y casas de acogida que los ayuden en los primeros años de vida.
Por el lado de la eutanasia, la circunstancia de la calidad de vida (el sufrimiento insoportable) y la autonomía surgen como fundamentos de la nueva excepción. Ser provida sería entonces defender la vida hasta su término natural, sin buscar la aceleración artificial de la muerte ni menos provocarla. Pero también se extiende a la promoción de los cuidados paliativos como verdadera solución para quienes padecen grandes dolores.
En el caso de la pena de muerte, la excepción se justificaría en la gravedad por la comisión de determinados delitos. Sin discutir aquí sobre su legitimidad, sin embargo es muy claro que, en las actuales circunstancias, es posible y necesario buscar y aplicar penas alternativas que restituyan el orden justo y protejan a la sociedad, así como atenciones que busquen el arrepentimiento.
Una posición coherente con la dignidad y la vida humana exige defenderla de acciones que deliberada y directamente atenten contra ella, en cualquier etapa de su existencia, desde su inicio hasta su fin. Si estos atentados ya están permitidos legalmente, existe un deber moral irrenunciable de luchar por revertirlos. Esta postura se manifiesta mejor, y puede ser más convincente, cuando además se promueven acciones positivas para promocionar la dignidad de toda persona y plantear verdaderas soluciones respetuosas de la vida humana. (El Líbero)
Roberto Astaburuaga